Basura, cemento y destrucción: cómo luce el legado de la humanidad, el peor enemigo del planeta

Enormes montañas de basura, que se van solidificando hasta convertirse en “tecnofósiles”. Y, sobre todo, muchísimo cemento. Ese será el legado de la humanidad, una especie que está produciendo un cambio permanente en el planeta de una forma más efectiva que todas las fuerzas naturales combinadas. Somos nuestro peor enemigo, según muestra en elocuentes imágenes la exposición itinerante Antropoceno, que Fundación Proa presentará desde el sábado por primera vez en América del sur.

Nicholas de Pencier, Jennifer Baichwal y Edward Burtynsky en Fundación PROA (Ricardo Pristupluk/)

“Podríamos hacer remeras que digan ‘Somos el meteorito’, porque estamos produciendo el mismo efecto que tuvo sobre los dinosaurios”, bromea en diálogo con LA NACION Nicholas de Pencier, uno de los tres artistas canadienses que trabajan desde hace seis años en este proyecto. “Solo que en cámara lenta”, agrega Edward Burtynsky, fotógrafo canadiense que produjo los murales recién instalados en La Boca. Junto con Jennifer Baichwal visitaron 22 países de todos los continentes, salvo la Antártida, para registrar un proceso que podría dar nombre a una nueva era geológica que suceda al Holoceno. Esta última comenzó hace 11.700 años, cuando retrociedieron los glaciares de la última edad de hielo.

Mediante realidad aumentada, Jennifer Baichwal muestra un rinoceronte fallecido en 2019 en Sudán; sólo quedan dos ejemplares de su especie, que ya no pueden reproducirse (Ricardo Pristupluk/)

Eso analiza un organismo internacional de científicos, el Grupo de trabajo sobre el Antropoceno, (AWG, por sus siglas en ingles), cuyo trabajo intenta visibilizar este equipo de “artivistas”. “Tratamos de amplificar su investigación al hacerla accesible al público masivo”, explica Baichwal mientras enfoca con su celular uno de los murales, con imágenes de un arrecife de coral. En la pantalla aparece un film que muestra la vida submarina, amenazada por el aumento de la temperatura del agua. Justo al lado, una videoinstalación reproduce los efectos mortales del calentamiento global sobre esos ecosistemas que alojan una gran diversidad de especies subacuáticas.

Makoko, un barrio de Nigeria, ejemplo de la dimensión de las urbanizaciones (Edward Burtynsky/)

“Todos estamos implicados, todos somos parte del problema. Nosotros vinimos a Buenos Aires en un avión que contamina el medioambiente”, agrega documentalista, escritora y productora canadiense. Su marido, De Pencier, coincide en que la intención de este proyecto “no es acusar ni señalar a nadie, sino generar conciencia sobre los sistemas que construimos, pensar de qué manera podemos transformar esas prácticas para que sean menos dañinas. No podemos volver atrás, tenemos que mirar hacia adelante”. Y Burtynsky remata: “Nosotros creamos los problemas; resolverlos también depende de una decisión humana”.

Mediante fotografías, videoinstalaciones y tecnología de realidad aumentada se presentan parte de esos problemas: la “terraformación” -a través de la minería, la urbanización, la industrialización y la agricultura-; la proliferación de represas y desvíos de cursos de agua; el aumento del dióxido de carbono y la acidificación de los océanos debido al cambio climático; la presencia generalizada en todo el mundo de plásticos, hormigón y otros tecnofósiles, o las tasas sin precedente de deforestación y extinción de especies.

Baichwal señala una videoinstalación que muestra el gran basural de Dandora, en un barrio marginal en Nairobi, cuyos desechos comienzan a solidificarse (Ricardo Pristupluk/)

Las imágenes muestran desde diques de hormigón en China hasta las máquinas terrestres más grandes jamás construidas en Alemania, minas en los Montes Urales de Rusia, estanques de evaporación de litio en el desierto de Atacama o el gran basural de Dandora, en un barrio marginal en Nairobi, cuyos desechos comienzan a solidificarse.

El final, sin embargo, es sombrío y a la vez alentador. Se recrea allí la quema de once pilas de colmillos de elefantes realizada en Nairobi, ordenada por el presidente de Kenia para sacarlas del mercado y frenar la caza furtiva. “Parece una escena apocalíptica, pero es algo positivo”, señala Baichwal en Proa.

Edward Burtynsky muestra la recreación con realidad aumentada de una de las pilas de colmillos de elefantes que se quemaron luego en Nairobi, para sacarlas del mercado y frenar la caza furtiva (Ricardo Pristupluk/)

A pocas cuadras de allí, en la Usina del Arte, se exhibe la instalación Humana, realizada con basura por Jessica Trosman y Martín Churba. Desde Miami, el rosarino Adrián Villar Rojas vuelve a recordar en el museo Bass cómo se verían los restos monumentales de un futuro posthumano. Y desde Berlín Tomás Saraceno, tucumano formado en la UBA, sigue impulsando el proyecto global Aeroceno, destinado a promover en forma colectiva una era libre de combustibles fósiles, que contribuya a restaurar “el balance termodinámico de la Tierra”.

¿Sabremos interpretar las señales? ¿O asistiremos con indiferencia a la destrucción mundial como lo muestra con ironía la película No miren arriba? Una pregunta similar formula Máximo Mazzocco, fundador y presidente de Eco House Global, en la introducción del libro Antropoceno (Galerna, 2022), de Manuel Torino: “¿Qué dirán sobre esta época en el futuro? La juzgarán como egoísta, individualista, antropocentrista e incauta, o será el siglo donde la humanidad recapituló, puso el alma colectiva en puntas de pie y se despertó a tiempo?”

Aserraderos en Lagos, Nigeria (Edward Burtynsky/)

El concepto de Antropoceno fue concebido a comienzos de este milenio por Paul J. Crutzen, Premio Nobel de Química holandés, y una década más tarde inspiraba el tema de la tercera Bienal del Fin del Mundo, curada en Ushuaia por la española Consuelo Císcar Casabán. Sin embargo, como explica Torino en su libro, todavía no logró ser reconocido oficialmente.

“Todos los grandes logros de la humanidad, sus evoluciones y revoluciones –la agrícola, la industrial, la tecnológica- se dieron durante el Holoceno –escribe el colaborador de LA NACION-. Esa época se terminó. La Tierra se está transformando aceleradamente por la actividad humana. En los últimos 200 años ensuciamos el aire, contaminamos los océanos, talamos los bosques, desgastamos los suelos y, sobre todo, alteramos el clima. En este corto lapso de la historia del planeta nos desarrollamos como nunca antes, innovamos y mejoramos nuestras condiciones de vida en muchos aspectos, pero al costo de convertirnos en una fuerza geológica tan poderosa como los volcanes o los meteoritos del pasado”.

Una de las salas de Proa, con vistas de bosques sanos y arrasados por la deforestación (Ricardo Pristupluk/)

Para agendar

Antropoceno, en Fundación Proa (Av. Don Pedro de Mendoza 1929), desde el sábado próximo, a las 12, hasta febrero. Entrada gratis el día de la inauguración. Luego, $500 la general y $300 para estudiantes y jubilados. De jueves a domingos, de 12 a 19. Más información en theanthropocene.org.

 

Generated by Feedzy