“Los problemas que tenemos van a seguir estando, pero somos un poco más felices”. Aun en la cima de la emoción desbordada, del éxito máximo, después del sufrimiento supremo, Lionel Scaloni puso las cosas en su lugar. Con la misma precisión, la misma mesura y la misma sabiduría con que supo llevar a Leo Messi adonde se merecía estar desde hace mucho y no lo conseguía. Demasiadas cualidades juntas que tantas veces le faltan en solitario a la dirigencia argentina.
No hay dudas. Todos los argentinos somos un poco más felices. Aunque los problemas van a seguir estando. Pero esta felicidad es una embarcación suficientemente grande como para llevar a todos los argentinos hasta el fin de otro año plagado de pesares, que concluye repleto de alegría. Lo celebramos todos. Las calles de todo el país y de todas las ciudades de todos los países donde hubiera más de un argentino fueron el escenario de esa catarsis (o qatarsis) colectiva que expresa mucho más que un triunfo deportivo. Sin dejar de ser solo un éxito futbolístico. Todos lo saben.
Gestiones entre el Gobierno y la AFA por la invitación para saludar a la selección en la Casa Rosada
Lo celebra tanto o más que todos el Gobierno. El Mundial no solo le dio un oasis de cierta tranquilidad, pausa o anestesia durante 30 días en los que en el país sobraron motivos para que la tensión social escalara y en los que la disputa interna del oficialismo llegó a su clímax, aunque siempre puede superarlo.
Ahora, “la tercera” de la selección da un tubo enorme de oxígeno para encarar una semana que amenazaba con una fuerte crispación antes de llegar al brindis y el respiro de la Nochebuena.
Ahora, probablemente, nadie tenga en su registro que se habían anunciado para pasado mañana marchas y piquetes callejeros y concentraciones frente a locales de cadenas de supermercados convocadas por organizaciones sociales oficialistas y opositoras contra el bono de fin de año que anunció el Gobierno la semana pasada. Casi una confirmación del ajuste. Lo que no quieren que se note ni Alberto Fernández ni, mucho menos, el cristicamporismo, y lo que Sergio Massa busca disimular ante el electorado oficialista y le place que registren el FMI y los mercados.
La pregunta inevitable, dado que “los problemas van a seguir estando”, es cuánto va a durar esta sensación de que “somos un poco más felices”. Las fiestas de fin de año y la inminencia del comienzo de las vacaciones prometen prolongarla y atenuar un poco la zozobra. En eso coinciden oficialistas, opositores y analistas de opinión pública. No es poco.
“No cambia las cosas. Descomprime. A diferencia de otras veces, se enlaza el título con las Fiestas y las vacaciones. Es un alivio para el Gobierno. Y un desahogo para la sociedad. A mediados de febrero o marzo volveremos a la Argentina normal”, afirma Eduardo Fidanza, director de Poliarquía.
Para el politólogo Federico Zapata, director de la consultora Escenarios, el analgésico mundial es de corto alcance y efecto político. “Es un triunfo de la sociedad. La política está escindida. La identificación con el seleccionado se traduciría en el siguiente mensaje: ‘¿Vieron?, podemos. A pesar de ustedes, podemos’”.
El Presidente se asoma a la felicidad, pero exhibe algo de distancia, mientras intenta y se ilusiona con que la selección campeona vaya a celebrar a la Casa Rosada, para emular en algo a Raúl Alfonsín y ceder el balcón sin su presencia. Sabe que no hay demasiados ánimos dispuestos a compartir con él los festejos, empezando por el espacio político que integra.
Se lo hicieron saber cuando pretendió festejar sus tres años de mandato después del pase a la final y lo dejaron solo. También lo constató cuando evaluó aceptar el convite para ir a Doha. No necesitó hacer un sondeo exhaustivo para confirmar que no había plafón político ni social para darse ese lujo que evaluó darse. Ni hablar si iba y el resultado era adverso.
“Que el Presidente de un país no pueda estar en un acontecimiento de esta magnitud es una metáfora de la crisis que separa a la política de la sociedad”, remata Zapata.
Por eso, Fernández actúa modestia y ante los saludos que le llegan por ser presidente de la nación cuya selección acaba de ganar el Mundial del deporte más popular de la Tierra, responde: “Las felicitaciones son todas para Argentina, me alegra ser parte y compartir las lágrimas con toda la gente de este hermoso país”.
Al mismo tiempo, procura regionalizar el éxito en busca de apoyos que en su país le escasean y le dice a su “derrotado” par Emmanuel Macron que el título es una “inmensa alegría en Argentina y en toda América Latina”. Al mismo tiempo, se sube a la maravillosa muestra de resiliencia seguida de éxito de los de Scaloni en procura de un espejo que le dé esperanzas: “Son el ejemplo de que no debemos bajar los brazos. Que tenemos un gran pueblo y un gran futuro.” Ánimo. “Estamos mal, pero vamos bien”, decía Carlos Menem. Y en su veta roquera Fernández se suma a Andrés Calamaro y Los Ratones Paranoicos para entonar: “Quisiera que esto dure para siempre, casi tanto como una eternidad”, y prefiere olvidar la estrofa que dice: “Quisiera, pero nada dura para siempre. Lo que querés de mí ya lo aprendí”.
Eso último es lo que piensan (y sobreactúan) los opositores. Con Mauricio Macri al frente, que, desde el borde mismo de la cancha a la que Fernández no pudo llegar, sentencia: “Esto no cambia nada políticamente. El oficialismo no tiene futuro. Es una fiesta de la gente, que se lo merece. Junto con Messi, los jugadores y Scaloni, que se lo merecen más que nadie”. “Más que cambiar, ilumina valores, como liderazgo, esfuerzo, mérito. Y larga un sentimiento social de querer estar felices. Pero si mirás en las redes, cambia poco”, sostiene Patricia Bullrich. Para Horacio Rodríguez Larreta, el resultado tampoco tiene un efecto político.
Sergio Massa considera que el título puede “cambiar el ánimo de la gente, pero no veo impacto político, aunque sí puede haber algo de impacto económico”. Y traza una analogía que lo beneficia: “A Francia el Mundial de 2018 le pagó con un crecimiento de 1,8 adicional, gracias al cambio de humor por el título. Pero habrá que ver acá”, se ataja. El ministro de Economía celebra el triunfo como la desaceleración de la inflación de noviembre, que arrojó un aumento del 4,9%, aunque sin atreverse a pronósticos más venturosos que podrían complicarlo. “Hay que seguir trabajando para estacionarse durante tres meses en ese número. Nosotros esperábamos para noviembre un 5,3%”, les recuerda a sus colaboradores. Prudencia. O información. Las condiciones que llevaron a la baja hace un mes difícilmente se repitan en diciembre, aunque siga sacando conejos de la galera. La expectativa inflacionaria de Massa para este mes ronda el 5,3%, pero “el partido decisivo se juega esta semana”, advierten en Hacienda. En su campeonato todos los partidos pueden ser eliminatorios.
En ese punto repara Pablo Knopoff, director de Isonomía, para reafirmar que el título tendrá poco impacto social en beneficio del oficialismo y que “la mejor noticia para el Gobierno fue el 4,9% de inflación, pero también tendrá escaso impacto. El que no llegaba a fin de mes antes tampoco llegará ahora. Es una motivación que dura hasta que te llegan las facturas o hasta que constatás que no te irás de vacaciones”.
Todo indica que, en el mejor de los casos, el tubo de oxígeno tiene como fecha de vencimiento fines de febrero, a más tardar.
Pero, como sentenció con precisión Scaloni, hoy “somos un poco más felices”, aunque “los problemas que tenemos van a seguir estando”. Todo es presente. Celebremos ahora.