Magnetorecepción: así funciona el GPS de las aves

Cuando era solo un niño me fascinaba el hecho de que algunas personas pudieran atar un pedazo de papel a las patas de una paloma para enviar un mensaje a cualquier parte. A ojos de un infante, amaestrar a un pájaro para tal tarea tomaba el tinte de una hazaña épica. Más si cabe, cuando un padre aficionado a la historia contaba, con la intención de alimentar la intrínseca curiosidad infantil, que estas aves habían sido empleadas en sendas Guerras Mundiales para, cámara en pecho, delatar las posiciones del enemigo en el frente. Puede decirse que los primeros drones de la historia fueron de carne y hueso… y también plumas.

Por pasar gran parte de mi infancia en un entorno rural, no tarde demasiado en averiguar como era posible. La explicación era sencilla, más no por ello menos asombrosa. Las palomas no viajaban a ningún destino decidido por sus amaestradores humanos, si no que instintivamente se limitaban en volver a casa. Sin embargo, era inevitable que las preguntas siguieran surgiendo de una mente inquieta ¿Cómo hacían las palomas para, después de viajar en jaulas a veces durante cientos de kilómetros, regresar al lugar exacto del que procedían?¿Cómo se orientaban?¿Cómo sabían cual era la dirección correcta?

La respuesta a estas preguntas, no obstante, llegó algunos años después. Las palomas, al margen de una vista y una memoria espacial excepcional, cuentan, al igual que otros muchos animales, con una habilidad que escapa a las capacidades humanas: la magnetorrecepción. Quizá pueda decirse que se trate de un sentido añadido. Así, la magnetorecepción, también conocida como magnetocepción, es la capacidad de algunos seres vivos de percibir la dirección y el sentido de los campos magnéticos terrestres.

Sin embargo, pese a tratarse de una de las habilidades más estudiadas durante los últimos años, los mecanismos de la magnetorrecepción siguen siendo un misterio para los científicos a día de hoy, y sobre su funcionamiento se barajan varias hipótesis. Así, según un estudio publicado en el año 2019 en la revista Journal of The Royal Society Interface bajo el título Magnetoreception in birds, las aves pueden usar dos tipos de información del campo geomagnético terrestre para orientarse: la dirección de las líneas de campo, la cual funcionaría como una brújula y la intensidad magnética.

El modo en que lo consiguen podría estar relacionado con varias estructuras. Una de ellas serían unas partículas de magnetita situadas en la parte alta del pico de las aves que podrían funcionar como una brújula. Sin embargo, esta hipótesis fue descartada hace algunos años al demostrarse que estas estructuras no estaban conectadas en medida alguna con el sistema nervioso de las aves, y concluía por tanto que la brújula de las aves no se encuentra en su pico.

La hipótesis en la que más se está investigado en la actualidad se basa en una explicación química relacionada con la vista de las aves. Según esta, en los ojos de las aves se producirían una reacciones químicas sensibles tanto al magnetismo de la Tierra como de la luz, lo que les permitiría orientarse. El inicio de estas reacciones debe ser inducida inducida por fotoexcitación, es decir, por la propia luz, lo que explica que el secreto de la magnetorecepción de las aves se encuentre en los ojos. Esta se llevaría a cabo gracias a unas proteínas llamadas criptocromos, las cuales se ha demostrado que tienen una función regulatoria en los ritmos circadianos de muchos animales y plantas.

Pese a todo ello, los fundamentos de la magnetorecepción en las aves se encuentran en fase de investigación, y aún existen muchas incógnitas acerca de como el procesado de esta información llega a su cerebro. Incontables experimentos, por ejemplo, han demostrado que la ubicación de imanes en la cabeza de la aves o la inducción de campos magnéticos eran capaces de desorientar a los animales, una prueba más de la relación de la orientación de las aves con el magnetismo, sin embargo, todavía habrá que esperar a los resultados de futuras investigaciones para desvelar las razones últimas de como las palomas consiguen volver a su hogar. Cuando lo averigüe se lo contaré al niño que fui.

 

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