Conocidos popularmente como dinosaurios de cuello largo, los saurópodos son un grupo de dinosaurios que prosperaron a lo largo de los tres periodos del Mesozoico (Triásico, Jurásico y Cretácico). El secreto de su éxito está a menudo en su enorme tamaño, aunque no todos fueron gigantes, y en sus largos cuellos, que les permitían alcanzar las cotas más altas de los árboles que estaban fuera del alcance de otras criaturas. En relación con la longitud total de su cuerpo, los saurópodos son los animales terrestres más grandes y de cuello más largo que han existido jamás.
¿Pero cómo llegaron a tener estos cuellos, o más bien, cómo era posible que su cuerpo pudiera soportarlos? Actualmente, el animal que más se les acerca es la jirafa, que puede alcanzar unos tres metros de longitud: los saurópodos más grandes llegaban a quintuplicar este número, hasta unos portentosos quince metros de cuello; un récord que no sería posible sin un conjunto de características anatómicas que solo encontramos en los saurópodos, aunque algunas de ellas también las comparten las aves modernas.
Los secretos de los cuellos largos
El principal secreto del largo cuello de los saurópodos está en sus vértebras: estas eran numerosas (hasta 19), alargadas y muy ligeras en relación a su tamaño, puesto que en su interior había cámaras de aire como las que tienen las aves actuales. Sus cráneos también eran muy ligeros y sus cabezas muy pequeñas en relación con el conjunto del cuerpo: el examen de los huesos ha determinado que los saurópodos no masticaban el alimento, sino que lo engullían para digerirlo directamente, lo cual les ahorraba algunos huesos y músculos destinados a esa función.
Como resultado de todo esto, el cuello y la cabeza eran mucho más ligeros de lo que habrían sido sin estas características y las vértebras tenían que soportar un peso relativamente bajo. Además, alrededor de estas había una estructura de músculos, tendones y ligamentos que distribuían este peso y actuaban como amortiguadores, permitiendo a los dinosaurios mover un cuello tan largo de una forma segura y eficiente. El resultado era un cuello que era no solamente largo, sino también increíblemente flexible y podía moverse en todas direcciones sin riesgo de lesiones.
El cuello de los saurópodos era sorprendentemente ligero en relación a su tamaño
Estas adaptaciones son características de los saurópodos y no las comparten con otros animales prehistóricos, como los plesiosaurios: estos también tenían cuellos largos, aunque proporcionalmente menores si tenemos en cuenta el tamaño total del cuerpo, mientras que los cuellos de los saurópodos representaban de media una tercera parte de su longitud total. Además, en un medio acuático el peso que tenía que soportar el cuello era menor.
Adaptaciones necesarias
La otra cuestión, al margen de cómo podían tener cuellos tan largos, es por qué los necesitaban. Ciertamente así podían alcanzar las copas de los árboles, pero lo que llama la atención es la desproporción de esta parte del cuerpo.
La explicación más plausible es la eficiencia, puesto que eran animales que podían pesar varias decenas de toneladas y tenían una dieta poco energética: según los cálculos de los paleontólogos, un saurópodo de 13 toneladas debía comer alrededor de 500 kilos de hojas al día. Esto significaba comer mucho y rápido por lo que, cuanto menos tuvieran que moverse, mejor.
Un saurópodo de 13 toneladas debía comer alrededor de 500 kilos de hojas al día
Esta hipótesis explica muchas de las características de esta aparente desproporción entre el cuello y el resto del cuerpo. Por una parte, podían alcanzar una gran cantidad de alimento sin tener que mover más que el cuello; por otra, engullendo las hojas sin masticarlas ahorraban tiempo; finalmente, limitando el tamaño del torso, disminuían la cantidad de alimento que debían ingerir, ya que de haber tenido un cuerpo más proporcionado habrían pesado tanto que, simplemente, les sería imposible comer todo lo que necesitaban.
Así, convirtiéndose básicamente en máquinas de engullir, los saurópodos pudieron alcanzar tamaños enormes con un coste energético asumible. Y este tamaño era en sí una defensa, ya que los convertía en presas muy difíciles o imposibles para muchos depredadores.