A lo largo de los 365 días que dura una vuelta completa de la Tierra al sol podemos encontrar momentos especiales que aparecen marcados en rojo en el calendario de muchas personas. Algunas fechas de este tipo responden a acontecimientos personales de la vida de cada uno, como el los aniversarios o los cumpleaños; otros en cambio, tienen su origen en la cultura, la historia o las tradiciones de un país o una religión.
Una de esas fechas muy celebradas en nuestro país es el día de San Jorge (Sant Jordi en catalán), que se celebra cada 23 de abril, con especial ilusión en Cataluña al tratarse del patrón de la comunidad. Esta festividad viene cada primavera acompañada de otro acontecimiento de gran relevancia cultural: el Día del libro.
Esta jornada tan especial para los amantes de la lectura se viene celebrando cada 23 de abril desde su institución, en 1926, cuando el valenciano Vicente Clavel Andrés, un escritor y editor afincado en Barcelona, propuso que se celebrara una Fiesta Anual del Libro Español al gobierno de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, quien la aceptó. Sin embargo, desde entonces esta jornada ha cambiado de fecha los años 1933, 1937, 1938, 1943, 1950, 1962, 1973 y 1984.
La idea era “enaltecer y difundir el libro” a través de su venta en la calle con descuentos del 10 por ciento, a la vez que se quería ofrecer “una protección oficial y económica para la creación y dotación de bibliotecas populares”, explica Carme Polo, directora de la candidatura para que Sant Jordi sea Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Casi un siglo más tarde, millones de personas en el mundo siguen celebrando una fecha muy especial en la que descubrir nuevos títulos, reencontrarse con sus escritores favoritos, intercambiar opiniones con otros lectores y regalar algunos de nuestras obras favoritas a nuestros seres queridos.
Y es que, la celebración de esta fecha, que coincide no por casualidad con la muerte de tres grandes símbolos de la literatura universal, como son Miguel de Cervantes -que falleció un día antes pero se consignó su muerte el 23 de abril de 1916- , William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega.
La leyenda de Sant Jordi
Con este contexto, es fácil entender la razón por la que se regala un libro en esta fecha tan señalada. Pero, ¿y la flor? Lo cierto es que la tradición de regalar una flor el día de ‘Sant Jordi se originó en Cataluña, aunque en los últimos años se ha ido extendiendo a gran parte de España.
Todo se debe a una leyenda en la que se cuenta cómo la villa de Montblanc estaba siendo atemorizada por un dragón colosal, que en su búsqueda de alimento, cada vez se acercaba más a las murallas. Los vecinos, temerosos, optaron por darle a la bestia su ganado. Primero ovejas, después bueyes y al final caballos.
Cuando no quedó ni un solo animal más en la villa, optaron por una solución drástica: introducir los nombres de todos los habitantes en un puchero, también el del Rey y su hija, la Princesa. Cada día, una mano inocente sacaba el nombre de una persona que iba a ser entregada al dragón.
Una tarde la escogida fue la princesa Cleodolinda. La leyenda narra que el Rey lloró y suplicó a sus súbditos por la vida de su hija, pero la decisión ya estaba tomada. Otros, en cambio, contradicen esta versión y señalan que el Rey entregó a su hija con valentía y entereza. Sea como fuere, la Princesa traspasó la protección de las murallas, entregándose a la muerte.
Cuando el dragón se acercó a la joven y todo parecía perdido, apareció un apuesto caballero de armadura brillante sobre un caballo blanco impoluto. Jordi, que así se llamaba, arremetió contra la bestia y la sometió, hasta lograr atarla del cuello un extremo del cinturón de la Princesa.
Cuando la dama y el caballero regresaron a la villa de Montblanc con el animal herido, el pueblo, atónito, no daba crédito. Fue entonces, frente a los ojos de la multitud, cuando el caballero Jordi remató al dragón con su lanza.
Cuenta la leyenda que en ese mismo lugar en el que pereció el animal, brotaron preciosas rojas rosas. El santo caballero cogió entonces una de ellas y se la regaló a la Princesa Cleodolinda. Tan increíble gesta hizo que el Jordi alcanzara popularidad en la Edad Media y fuera designado patrón de la caballería y la nobleza.