8 de julio de 1994. El teléfono suena en casa de Mari Carmen. Ella y su marido duermen, su bebé de 7 meses también lo hace. “No estoy en casa…”, se oye con voz nerviosa. Eran las cinco de la madrugada. Al otro lado de la línea está su hermana pequeña, Ana Belén. “Necesito coger aire… Díselo a papá y a mamá”.
Se llama Ana Belén Jiménez Armiñana, tiene 18 años, y una vida normal. Es cierto que horas antes de esa llamada ha tneido una pequeña riña familiar. Se fue a tomar café y llegó a casa después de lo acordado. Ya de noche, mucho después. “Nos tenías muy preocupados, Ana Belén”. La ‘pelea’ con sus padres se resolvió en el momento, ella dijo que entendía la preocupación, que no lo iba a hacer más. Se acostó, tranquila, pero de madrugada salió de casa. Algo le hizo salir.
“Pero, ¿dónde vas a ir, Ana Belén? Ve a casa o llamo a papá y vamos a buscarte”, contestó Mari Carmen por teléfono. Estaba en una cabina. Se escuchan monedas caer. “Serán solo un par de días”, dice Ana Belén. Suena un pequeño pitido. “Me quedan 9 pesetas…”. Su hermana insiste: “¿Pero dónde vas a ir?”. La llamada se corta. Tras cortarse, Mari Carmen inició la primera batida. Avisó a su padre y recorrieron Villarrobledo (Albacete), no había rastro, no estaba ya. Ana Belén desapareció aquella madrugada. Han pasado 29 años. No han vuelto a verla.
“¿Qué pasó? ¿Qué ha fallado? ¿Qué le ocurría? Llevamos casi tres décadas haciéndonos las mismas preguntas”, lamenta la mujer. Junto a CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica, retrocede a 1994. Al fatídico día en el que perdieron a Ana Belén.
“Hace calor, no salgas ahora”
“Mi hermana quería salir a tomar café”, arranca Mari Carmen. “Acababan de terminar de comer y mi madre le dijo que no se fuera, que hacía mucho calor”, reconstruye. Ana Belén insistió. “Mi madre le dijo que tenía que recoger la cocina, que había cosas que hacer en casa. Entonces mi hermana dijo que no llegaba tarde, que tomaba café y volvía, y se encargaba de los de las tareas que quedaran”, recuerda.
“Eran las nueve de la noche y no había vuelto”. Ana Belén llegaría a las once. “Antes ni había móviles… y mi madre estaba súper preocupada”. Discutieron: “no puedes hacer esto, no sabemos si te ha pasado algo o te han dado un golpe, haznos aunque sea una llamada”. Ana Belén prometió no volver a hacerlo. “Aparentemente todo fue normal, pero no sé qué pasó para que saliera de casa a las 5 de la mañana”.
“He cogido 1.100 pesetas del monedero de mamá y llevo pastillas para tres días. No os preocupéis”
“No estaba, por más que buscábamos”. La preocupación era máxima. Ana Belén tomaba medicación, pues desde pequeña sufría ataques de epilepsia. “Pero, ¿dónde va a ir?”, se dirigieron a la Guardia Civil. “De camino, pasamos por el taller donde trabajaba mi padre”, explica su hermana. En la puerta encontraron una nota y su pulsera: “me voy unos días, necesito pensar. He cogido 1.100 pesetas del monedero de mamá y llevo pastillas para tres días. No os preocupéis”. En frente, la cabina desde la que llamó.
“Fuimos a la estación de tren, a la estación de autobuses…”. En ambas negaron haber visto a nadie con las características de la joven. Aseguraron, además, que no se había dispensado ningún billete. “Alguien la tuvo que recoger en algún coche o algo, porque no había rastro de Ana Belén”.
El protocolo policial exigía esperar 48 horas para empezar la búsqueda. Que fuera joven, no ayudó. “Será una cosa puntual, volverá, nos decía todo el mundo”. Quisieron creer en ello, quisieron creer en la nota, en que Ana Belén iba a volver.
“No llevaba más que lo puesto: un pantalón -un short negro-, una camiseta blanca y unos zapatos tipo sandalia negros. Iba sin documentación. No llevaba su medicación para más días. Quieres pensar que es una cosa de adolescente, que estaría en casa de alguna amiga, o de alguien, no sé, de su entorno… Empezamos a llamar a todo el mundo, a la familia, a los primos lejanos… “. Todos tenían la misma respuesta: allí no estaba Ana Belén.
Pistas, dinero y llamadas falsas
Pasaron dos días, tres, una semana, un mes… Su ausencia transformó por completo su casa. Cayetano y Antonia, sus padres, “se dedicaron en cuerpo y alma a buscarla”. Al primero le movía la fe: “no pararé hasta encontrarla”. A Antonia, la desaparición de las tres niñas en Alcasser, en la misma época, le robaron las fuerzas: “nunca más vamos a saber de ella, no la vamos a encontrar”.
Ambos dejaron el trabajo, “su vida se tradujo en buscar”. Él abandonó el taller que compartía con su hermano. Antonia no volvió al mercado municipal, al puesto de ultramarinos, donde trabaja con su padre. Cayetano, además, creó AFADECOR (Asociación de Desaparecidos de Castilla-La Mancha) y movilizó a todo los medios de comunicación de la época. El objetivo era uno solo: encontrar a Ana Belén.
Llegaron las llamadas. Las ‘pistas’, todas falsas. “Tuvimos que cambiar el teléfono fijo porque mi madre recibía llamadas de gente mala. Le decían que mi hermana estaba en un prostíbulo…” y mil invenciones macabras. “Mi madre empezó a tener crisis, llegó a ingerir pastillas… un horror”.
En un descampado
Sectas, prostíbulos y un sinfín de ciudades y pueblos. Lo recorrieron todo y nada llevaba a Ana Belén. Cayetano, devastado, ofreció lo poco que tenía ahorrado como recompensa: tres millones de pesetas. “No sabía ya que hacer”, recuerda Mari Carmen, “ahí, incluso, corrió peligro“.
No fueron pocas las llamadas que aseguraban saber dónde estaba la joven. Cayetano iba donde fuera. “Mi padre iba solo muchas veces y a la cita llevaba parte del dinero”, revive. En una de ellas le citaron en un descampado. “Aparecieron tres encapuchados“, describe su hija. Suerte que ese día le habían acompañado unos guardias civiles de paisano. Volvieron, sin respuestas, una vez más.
El tiempo hizo que la intensidad de la búsqueda aflojara. “Mi padre buscó prácticamente solo. Tuvo ayuda de dos policías que le acompañaban en ciertas ocasiones, en su tiempo libre, pero él se hacía cargo de los viajes, de los gastos, de los hoteles, de imprimir los folletos…”.
“En una pared”
“¿Qué ocurrió aquella madrugada? ¿Quedó con alguien?”, las mismas preguntas, sin respuesta, durante tres décadas. Treinta años en los que la familia ha vivido de momentos de auténtico shock. Combatían la ausencia, pero también con falsos videntes, pistas falsas y rumores.
“Se oían bulos, chismorreos, que llevaban a noticias que alguien se preocupaba en publicar”, se duele Mari Carmen. Uno de ellos, muy doloroso, aseguraba que habían sido hallados los restos de Ana Belén en una casa cercana. “Es una casa, decían, que comunicaba con la cochera de mis padres. Decían que mi madre la había emparedado. Eso se publicó”.
“Dejen de buscarla”
Llamaban de todos los puntos de España, pero Valencia se convirtió en protagonista. “Siempre hemos tenido allí la mayoría de las ‘pistas’. De hecho, mis padres se desplazaron en muchas ocasiones para recabar información. A veces llamaban y decían que dejáramos de buscar, que estaban con ella, pero no podía ponerse”, recuerda.
En ese impasse de llamadas, llegó la que más revolvió a todos, la del registro de Villarrobledo.
“Alguien contactó con el registro. Estamos hablando de hace un montón de años, todo era en papel, todo era presencial. Necesitábamos ir a los sitios para pedir la documentación”, explica, “y alguien llamó al registro para pedir documentación de mi hermana. Este señor no supo gestionar la llamada, era una posibilidad grandísima de haber recabado información y, sin embargo, le dijo que no podía darle ningún dato porque tenía que ir en persona“. No volvieron a llamar.
“No pasa nada”
Mari Carmen tuvo otro hijo. Ana Belén no lo conoció. Cayetano, su padre, falleció de cáncer en 2006. “Sé que no está descansando, él lo decía, no me puedo morir sin saber dónde está Ana Belén… En sus últimos días sufrió por el dolor físico, que tenía mucho, pero también por saber que se le acaba el tiempo”. El testigo, en la búsqueda, lo coge ella: “Sólo queremos abrazarla. Hace 30 años que no lo hacemos… Sólo queremos que sepa que no pasa nada, que puede volver”.
Revive los momentos vividos con su hermana. Recuerda que “era una persona súper alegre, que le encantaba la música y era muy presumida, le gustaba mucho arreglarse”. Recuerda también que quería estudiar peluquería, pero no lo terminó. “Algo tuvo que pasar esa tarde para que ella tuviera que salir sí o sí, para que se retrasara…”. No hay reproches ni preguntas. “Si no quiere volver, que no lo haga, solo necesitamos una llamada, que nos diga que está bien”.