El asalto al Banco Central: entre la calamidad y el esperpento

Fue, entre las muchas cosas que fue, un esperpento. En la sede del Banco Central en la Rambla de Barcelona, tocando plaza Catalunya, había 263 rehenes en manos de una insospechada banda de delincuentes. ¿Era terrorismo o un simple robo? El Gobierno se inclinaba por lo primero. El año era 1981, el día, 23 de mayo, y hacía tres meses del intento de golpe en el Congreso. 23 de febrero, 23 de mayo: no podía ser casualidad. El clima no ayudaba: la democracia no estaba consolidada y en las calles la violencia arreciaba. ETA mataba, los GRAPO mataban, las fuerzas de ultraderecha acechaban. La gente tenía miedo y el miedo, en ese momento, se concentraba en el Banco Central. Muchos pensaban que el Estado estaba en jaque. Entonces llama Jaume.

Jaume, como muchos, llama al Banco Central y logra comunicarse como si fuera un día normal -263 rehenes. Mil policías afuera, vigilando el edificio-. El hombre pide por un rehén, y cuando este se pone al teléfono le pregunta… si tiene el presupuesto de las obras. Como si no pasara nada. Como si fuera un día normal. Como si el rehén estuviera en su casa. Jaume le recuerda que es urgente. El rehén, que seguramente no da crédito, se enfada y le dice: “Cómo quieres que me encargue si estoy aquí…”

Una democracia frágil

¿Por qué no se hizo caso a la recomendación de los geos de cortar las líneas y dejar solo una para la negociación? Solo se puede especular: porque todo el mundo estaba histérico. Porque muy pocos pensaban con claridad. El grupo liderado por el almeriense José Juan Martínez Gómez, un viejo conocido de la policía, había entrado en el banco poco después de las nueve. Luego, por medio de una nota dejada en una cabina telefónica, habían hecho saber a las autoridades que tenían 72 horas para liberar a Tejero y otros tres militares encarcelados por el 23F, así como para disponer dos aviones para llevarlos a todos, golpistas y atracadores, a Argentina. “Viva España”, terminaban. En ese momento parecía eso. Un coletazo del 23F.

“Era un tiempo en que se pensaba que podía pasar cualquier cosa”, dice Mar Padilla, periodista y autora de ‘Asalto al Banco Central’ (Libros del K.O.), donde reconstruye lo ocurrido ese 23 de mayo por medio de entrevistas con los implicados, desde el propio Martínez Gómez hasta integrantes de los servicios secretos de la época. Y sí: los equilibrios sociales eran frágiles, los políticos también, y la española parecía una democracia fácil de desestabilizar. Según Padilla, los asaltantes se aprovecharon de eso. “Que en esencia era un robo, eso es seguro. Y no me parece descartable que tuvieran el apoyo de un grupo de desestabilización, bien de las fuerzas de seguridad, bien de la ultraderecha. Alguien diciendo: ‘Ya que estáis, vamos a desestabilizar la democracia’. Eso no lo descarto”. Era un grupo de pequeños delincuentes que habían planeado el asalto en un bar de la Barceloneta. Un grupo tan inexperto como para creer que una broca les franquearía la salida a través de los muros del banco. Y aun así, lo hicieron. Pusieron en jaque la democracia.

Ramona “la del gato”

La nota convence al Gobierno de que la toma del banco es obra de guardias civiles. El general Pajuelo, entonces comandante de la Guardia Civil en Catalunya, llama al banco y pregunta por el capitán Sánchez-Valiente, supuestamente implicado en el 23F y desaparecido desde entonces; está convencido de que está en el banco. El líder de la banda, Martínez Gómez, alias ‘El Rubio’, alias ‘Número Uno’, no lo saca de su error. El teléfono de la sede bancaria es utilizado con asiduidad: un rehén llama a una mujer llamada Ramona en Morata de Jalón, Ramona “la del gato”, pero se confunde y acaba hablando con una tal Loli. Pero ni la broca para perforar el muro de piedra ni las llamadas delirantes desde las terminales de la entidad igualan el despropósito del director de la policía y el delegado del Gobierno cuando toman la decisión de entrar en el banco. Nada habría resultado más fácil para los asaltantes, si realmente hubieran tenido motivos políticos, que soltar a los demás y quedarse con ellos.

En el libro, ‘El Rubio’ sigue sosteniendo que el objetivo del asalto era sacar del banco unos papeles relacionados con el 23F -un encargo-, “pero es la teoría a la que menos crédito le doy”, dice Padilla. Sigue siendo, 43 años después, un mundo de teorías el del asalto al Banco Central. “Las teorías de la conspiración son algo que nunca se diluye”, continúa, “sean sobre el asesinato de Kennedy, sean sobre la llegada a la Luna o sean sobre el asalto al Banco Central. Son muy de nuestro tiempo”. Días después, el Gobierno dio por hecho que los asaltantes no tenían motivos políticos, y entonces los zanjó como “banda de chorizos, macarras y anarquistas” (general Aramburu, director de la Guardia Civil), pero lo cierto es que esos macarras consiguieron que se considerara la posibilidad de disolver la Guardia Civil. Nada refleja mejor el abismo entre lo que estaban haciendo ‘El Rubio’ y su banda y lo que afuera creían que estaban haciendo que la frase que le espeta un policía al cerebro del asalto cuando, liberado ya el banco, lo ve con las manos apoyadas contra una tanqueta de la Guardia Civil, vigilado por dos inspectores de la Brigada Antiterrorista: “Coño, José Juan, qué haces aquí. La que has liado”.  

 

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