Jesús Franco murió el 2 de abril del 2013 en la Clínica Pascual de Málaga por un accidente cerebrovascular isquémico, apenas un año después de que falleciera su actriz y compinche de vida, Lina Romay. Una semana antes, había estrenado una película, ‘Al Pereira vs The Alligator Ladies’, y tenía 25 proyectos esperándole en el cajón. Entre ellos, uno de sus más ambicionados, una nueva versión de ‘Mede’a, de Séneca, «el primer autor español erótico». «No quiero morirme sin hacer esa película», nos comentó años antes. Pero sí que se murió. Y se acabaron entonces las vampiras lesbianas, las mujeres lagarto, los geniales doctores enloquecidos, los homenajes a Sade, la erotomanía inagotable (también el porno puro y duro), las bizarradas imposibles; pero, sobre todo, terminó una manera de hacer cine: sus películas, mejores o peores, son películas que sólo pudo haber hecho Jesús Franco, lo más definitivo que puede decirse de un autor.
«Yo lo que hago, y lo que haga, lo hago por mi cuenta y riesgo. Al que le guste bien y al que no, que se joda», sentenció el cineasta a la revista ‘Vice’ en una de sus últimas entrevistas. Resume a la perfección la actitud peleona, inconformista, irremediablemente a su bola del cineasta madrileño, que jamás quiso transitar los caminos del mainstream por sus férreas convicciones. «El cine-cine, el de las grandes salas y las cortinas, se ha ido al garete. Porque sólo hay diez películas al año que puedan mantener ese estatus. Los productores del cine español sólo se atreven con ese tipo de cintas cuando les vienen muchas subvenciones. Lo negativo es que entonces las hacen pensando en cuidar las inversiones. Por eso los proyectos nacen tarados. Están mediatizados como en la peor de las dictaduras. Los productores de hoy son los ministerios y los gobiernos autónomos. Fíjese qué manera de convertir una expresión artística como el cine en una mercancía repugnante», dijo una vez.
No es de boquilla: en los años 70, en pleno rodaje en Valencia, le tocó un décimo de la lotería, y empleó el dinero en financiarse el siguiente filme, con el mismo equipo. Y cuando no podía comprar su libertad, se iba fuera. «Yo tuve la suerte de ser castigado por el régimen franquista y para mí ha sido mucho más sencillo, trabajando en el extranjero, hacer mi cine fuera de España, donde sí interesaban mis proyectos», aseguró a este periódico en 2007, ya de vuelta de todo.
Industria
«Mi nombre es el peor que existe: tengo el apellido de un dictador fascista y el nombre de un fanático religioso». Es una de las múltiples citas célebres de Jesús Franco. Porque, ya desde su DNI, no iba precisamente para cineasta underground, desde luego. Sin embargo, siempre se revolvió contra su familia, su clase (acomodada)… Sí, se licenció en Derecho pero, fanático del jazz y del cine, empezó a coquetear con las artes. Se matriculó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas; pronto lo dejó: prefería dedicar su tiempo a escribir novelas policiacas (bajo el seudónimo de David Khunne) y tocar en antros jazzísticos media Europa. Al fin y al cabo, como decía Jesús, el cine ya lo aprendía «en las sesiones dobles»: «Una escuela de cine lo único que es es un lugar para citarse con gente a la que le interese el cine».
Se metió en el mundillo del cine trabajando como ayudante de dirección para gennte como Juan Antonio Bardem, León Klimovsky o Luis García Berlanga. Pero pronto decidió ir a la suya, rodando por su cuenta. Lo que quería hacer de verdad no se lo iba a permitir nadie, y menos en la España de entonces.
Jesús Franco se inventó una forma de hacer cine, heterodoxa, para muchos reprobable: por ejemplo, «reutilizaba escenarios, guiones y repartos para rodar una y otra vez variantes de la misma idea, un concepto muy jazzístico», escribió John Tones en ‘Espinof’. Eso sí, siempre rechazó que, como se le atribuye, haya llegado a rodar varias películas al mismo tiempo. Lo que sí hizo fue rodar películas de forma casi consecutiva desde que comenzó a trabajar con la productora American International: «Me hicieron la cabronada de contratarme por tiempo y no por títulos, y no me dejabab ni respirar».
Su primer éxito internacional fue ‘Necronomicon’ (1968): se lanzó en la Berlinale, hasta Fritz Lang mostró su entusiasmo y fue un taquillazo allá donde se estrenó. En la España de otro Franco, Francisco, no lo hizo, claro. Pero terminó el franquismo (no nos referimos a la devoción por el cine del tío Jess, por supuesto), y todo seguía igual. Eso sí, en 2009 la Academia le entregó el Goya de Honor y se produjo una preciosa imagen: Jesús Franco, ya en silla de ruedas, y Lina Romay, discreta y sonriente ayudando a su pareja de toda la vida, subieron al escenario para recibir el reconocimiento del establishment que siempre despreciaron. «Quiero, como es lógico, ofrecer este Goya a unos cuatro mil o por ahí chavalas y chavales jóvenes que están con su cortometraje en el bolsillo buscando a alguien que les ayude a hacerlo», sentenció en la gala el cineasta.
«Cuando se lo dieron, Jesús no regresó a su butaca y tampoco a ninguna zona VIP. Se fue a la sala de prensa y allí se sentó a tomar algo mientras se echaba fotos con los periodistas. Lo viví de primera mano. A él le daba un poco igual el Goya», recuerda José Manuel Serrano Cueto, guionista, director y conocido del cineasta. Siempre a lo suyo.
Así que el tío Jess siguió haciendo básicamente lo que le dio la gana. «Nunca he tragado con imposiciones. Te conviertes en un marginado, eso sí. Pero yo nunca he hecho una película que me pareciera inadecuada. No tengo muchos principios, sólo siete u ocho, pero son inamovibles», nos dijo en una ocasión. Una frase que explica que Jesús y Lina no vivieran en una situación financiera precisamente boyante.
Filmografía
«La filmografía de Jesús Franco la jam session más apasionante de la historia del cine: mil y un ritmos, improvisación, cacofonía y originalidad», encapsuló con acierto en una ocasión el crítico Fausto Fernández. Atractivos suficientes para ser laureado por devoradores insaciables de películas inclasificables y alejadas de los estándares como Quentin Tarantino, quien siempre ha confesado su devoción por el cineasta español, u Orson Welles, quien lo fichó como ayudante de dirección tras ver su ‘La muerte silba un blues’. Pero también argumentos para ser despreciado por muchos gatekeepers de lo autoral, que han tildado su cine de casposo o cutre; en eso, el tío Jess, coincidía con ellos: básicamente no le gustaba su filmografía, y decía que sus películas se dividían entre las malas y las regulares. Por cierto, Jesús Franco era cuñado del filósofo Julián Marías y, por lo tanto, familia del escritor Javier Marías, recientemente fallecido, y el crítico de cine Miguel Marías. ¿Cuál sería su opinión de las películas de Franco?
Repasen su inagotable filmografía (nadie sabe a ciencia cierta cuántos créditos tiene como director; en iMDB, figuran 207, pero muchas de sus películas fueron firmadas con diferentes seudónimos, más de cien de ellos) y encontrarán de todo pero sólo suyo. Al fin y al cabo, cuántos directores conocen que demostraran que se podía ser fan de Robbe-Grillet y también rodar filmes como ‘Aberraciones sexuales de una rubia caliente’ o ‘Falo Crest’ y meter en un softie como ‘El sexo está loco’ escenas en las que el director aparece reflejado en el espejo, como un trasunto velazquiano en ‘Las Meninas’.
Málaga
Jesús Franco y Lina Romay se asentaron en Málaga (tras un tiempo en Playamar), en un piso del Edificio Santa Lucía. Dice José Manuel Serrano Cueto que ambos hallaron en la Costa del Sol «el clima, la añoranza de otra época y, sobre todo, un grupo de gente joven que lo apoyaba incondicionalmente, entre ellos Pedro Temboury, José Roberto Vila o Carmen Montes».
Junto a sus jóvenes camaradas, al margen de la industria como siempre, rodó en el Tívoli (‘Killer Barbys vs Drácula’), hizo realidad cintas sobre mujeres mutantes que se transforman en tarántulas y cualquier marcianada que se les pasara por la cabeza y les entusiasmara. A modo de guerrilla, en plan comando, sin nadie que estorbara. Aquí también, entre nosotros, en 2008, tras décadas de amor y colaboración, se casaron. «Lina y Jesús eran un monstruo con dos cabezas; a veces no sabías dónde acababa uno y empezaba el otro. Jesus era un autorretrato de Lina y Lina, remake de Jesús; él, cerebro y ella, corazón», definió en una ocasión el productor malagueño Kike Mesa.
En su piso malagueño recibían constantemente las visitas de fans de todo el mundo. «Cuando lo conocí me sorprendió lo alejado que estaba de cualquier tipo de divismo. Estaba en su casa, con un chándal viejo y manchado, viendo un direct to video malo. Ya intuía que debía ser así, pero no era lo mismo que te lo hubieran dicho que verlo con tus propios ojos», recuerda Serrano Cueto.
Allí, en su casa, Jesús y Lina se dedicaban por entero a lo que siempre habían hecho: convertir la vida en patio de juegos y aventuras, tan fascinante para algunos como detestable e incómodo para bastantes más (sí, mucha de las películas porno de Franco fueron protagonizadas por Romay). Como dijo una vez Álex Mendíbil, uno de los grandes expertos en el tío Jess, ambos «fueron musas para el otro, en todos los aspectos; su libertad y su osadía se retroalimentaban».
Cuando murió Lina, Jesús quiso driblar la pérdida de la única manera que se le ocurrió: rodando, rodando y rodando. Pero la cosa dio para menos de un año, y todo acabó el 2 de abril del 2013. Ese año, el otro Jesús falleció en la cruz durante la Semana Santa días antes, el 30 de marzo. Y el otro Franco, bastantes décadas antes. Así que objetivo cumplido, tío Jess: les sobreviviste. Lo que sigue igual es lo de siempre: no ha habido artículos sobre el décimo aniversario de tu muerte en España. La cultura en tu país, el nuestro, cada vez más seria, profesionalizada y ambiciosa, está a otras cosas que a prestarle atención a un gruñón incólume aficionado a los monstruos imposibles, el zoom a lo loco y el guarrindongueo.