Vientres de alquiler: un negocio millonario y global

Colocados uno al lado del otro, en sus pequeñas cunas de plástico, parecían muñequitos. Su existencia sacudió al mundo. Era la contagiosa primavera del 2020 y el planeta entero, encerrado entre cuatro paredes en pleno estallido de la pandemia, puso el grito en el cielo. Treinta y cinco bebés recién nacidos estaban atrapados en el vestíbulo de un hotel de Kiev. Pero, pese a haber sido la tierra ucraniana la primera que conocieron, sus orígenes eran distintos. O tenían que serlo. En realidad, había cientos de ellos repartidos por toda Ucrania. Cientos de bebés gestados por madres de alquiler ucranianas esperaban a que el hombre y la mujer que plantaron un óvulo fecundado en úteros extranjeros vinieran a recogerlos. Las fronteras estaban cerradas y, durante los primeros meses de vida, estos pequeños solo vieron a enfermeras frente a los muros empapelados del hotel Venice.

Ucrania se ha convertido en uno de los países favoritos para las parejas que desean un hijo por gestación por sustitución. En España, es, junto a Estados Unidos, el destino predilecto y el más económico para conseguir descendencia. Pese a la popularidad al alza del negocio multimillonario de la gestación subrogada, o los vientres de alquiler, o el alquiler de vientres –cada término entraña su propia ideología–, aún no hay datos oficiales del total de nacimientos en el mundo. Se estima que nacen unos 20.000 niños al año por este polémico método. Pero las organizaciones que lo defienden, como la Asociación Son Nuestros Hijos, amplían la estimación hasta 1.000 bebés nacidos anualmente solo en España.

A pesar de la creencia de que son las parejas homosexuales las principales usuarias de esta práctica reproductiva, la realidad es distinta. En su mayoría, son uniones heterosexuales, seguido por las del mismo sexo y familias monoparentales. A medida que crece la polémica alrededor de la idea de contratar a mujeres para que gesten hijos ajenos, aumenta la demanda. Los motivos son los problemas para tener hijos, ya sea físicos o estructurales, y las restricciones de las adopciones. En el polémico caso de Ana Obregón, por ejemplo, una adopción hubiera sido impensable, ya que las agencias sitúan alrededor de los 45 años el límite de la diferencia de edad entre madre y criatura.

Un mínimo para la gestante

El negocio del alquiler de vientres mueve millones alrededor del mundo. En el 2022, generó unos 14.000 millones de dólares en todo el planeta, según la consultora Global Market Insights. Las cifras reales son difíciles de verificar por la opacidad del sector. El crecimiento anual del 25% hace que para 2032 se calcule que mueva unos 130.000 millones de dólares, casi 10 veces más del volumen que genera ahora. Este proceso, que suma un extenso historial de abusos y explotación, está tan mercantilizado que en jornadas como el Black Friday, algunas agencias ofrecen descuentos.

Los precios y las condiciones varían de un país a otro. Destinos asiáticos, como Tailandia o India, son más económicos, con tarifas que rondan los 40.000 euros, aunque están reservados a sus nacionales. En Europa, el lugar más barato es Ucrania donde el precio mínimo oscila en los 43.000 euros. Desde el estallido de la guerra, Georgia trata de perfilarse como una opción asequible y segura, con bebés por 47.000 euros. Dentro del continente europeo, también se puede acudir a Albania, Grecia o la República Checa, que cobran entre 62.000 y 70.000 euros. En Rusia, México, Dinamarca y Sudáfrica, limitan la práctica sólo para locales.

Fuera de las fronteras europeas, el destino más popular es EEUU. Allí, un bebé cuesta entre 100.000 y 200.000 euros. Algunos estados prohíben o limitan esta práctica, pero los que no lo hacen cuentan con detallados catálogos con el historial médico, el color de ojos o el nivel de estudios de la madre biológica. Según fuentes del sector, donde cuenta con amplias garantías legales, esta recibe unos 40.000 dólares. Hay otros países, como Canadá, Irlanda, Reino Unido, Cuba o Australia, donde esta práctica sólo es posible de forma altruista. Es decir, la mujer no recibe ningún pago por gestar a un bebé durante nueve meses, lo que dificulta encontrar a personas dispuestas.

“Turismo de fertilidad”

Después de la pandemia, el negocio multimillonario de alquilar vientres se ha recuperado. El “turismo de fertilidad” motiva a los padres a buscar madres en países como EEUU y esperar el tiempo suficiente para que el bebé reciba la ciudadanía. La mayoría de los procedimientos se hace con portadoras gestacionales, que son mujeres que gestan el feto sin tener ninguna relación biológica con él. Voces expertas alrededor del globo han alarmado de las consecuencias negativas para el bebé tras separarlo del cuerpo que lo ha cobijado durante semanas. Además, la desprotección y las condiciones explotadoras a las que son sometidas estas mujeres son cada vez más problemáticas.

 En la India, por ejemplo, el gobierno puso fin a la comercialización de esta práctica en el 2019 por la explotación y el tráfico de menores alrededor de ella. Este mercado, muy popular por su bajo coste, generaba 375 millones de dólares al año repartidos en 3.000 clínicas antes de que fuera prohibido. Ahora, solo pueden usar este servicio las parejas indias infértiles sin hijos. Aún así, la explotación de mujeres se sigue perpetuando en otros rincones del mundo amparada por el deseo de tener descendencia de algunos privilegiados. Porque, igual que el mundo se quedó embelesado admirando a aquellos 35 recién nacidos en un hotel ucraniano, nadie se acordó de los vientres, de las mujeres que los habían cobijado antes.

 

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