Los incendios forestales no solo son culpa del cambio climático

En estos días la sequía y el calor están provocando los primeros incendios de la temporada en la península ibérica, por lo que se tiende a relacionar todos estos fuegos como una consecuencia del cambio climático.

Lo cierto es que el calentamiento global facilita los incendios (favorece la propagación del fuego y extiende la temporada de incendios), pero no es determinante.

Los ingredientes

Para que se den incendios se necesitan al menos tres ingredientes: que además deben darse de forma simultánea. Estos ingredientes son: igniciones (naturales o humanas), vegetación densa y continua (combustible) y sequía. La relación de estos factores con los incendios no es lineal, sino de tipo umbral. Es decir, hay un nivel de igniciones, de continuidad de vegetación, y de sequía a partir de los cuales la probabilidad de incendio aumenta de manera exponencial (se dispara).

Cuando se superan los tres umbrales se generan megaincendios de difícil control. Y estos umbrales varían con las condiciones meteorológicas. Concretamente, son muy bajos cuando las temperaturas son especialmente elevadas (olas de calor), la humedad baja o los vientos son fuertes. Es decir, en estas condiciones, se necesita menos igniciones, menos combustible y menos sequía para que se generen incendios. Por lo tanto, en esas condiciones particulares, los incendios son mucho más probables, siempre y cuando haya igniciones y continuidad del combustible.

El reciente incremento en sequías y olas de calor está asociado al cambio climático. Sin embargo, los incrementos en igniciones y en continuidad de la vegetación son independientes del clima. El número de igniciones (tanto accidentales como provocadas) está muy relacionado con la actividad humana, y especialmente con actividades urbanas en zonas forestales o semiforestales. La continuidad de la vegetación está relacionada principalmente con el abandono rural y con plantaciones forestales densas sin una gestión apropiada.

El incremento de incendios en España en los años 70 y 80 se explica especialmente por el aumento en continuidad de la vegetación debido al abandono rural. El cambio climático no tuvo un papel protagonista. A medida que dejamos que avance el cambio climático, el papel relativo del clima en los incendios aumenta. Hay que recordar que en España, y en muchos países europeos, la masa forestal está en aumento, a pesar de los incendios.

Por lo tanto, el incremento de las temperaturas, olas de calor y sequías facilita en gran manera los incendios, pero se requieren también igniciones y vegetación continua. Y eso es una buena noticia. Reducir las igniciones y generar discontinuidades en la vegetación es más sencillo que reducir el cambio climático de golpe.

¿Qué podemos hacer?

La política de tolerancia cero a los incendios no ha funcionado en ningún país del mundo. Ni en países con presupuestos en extinción muy elevados. Eliminar los incendios de los paisajes es imposible y contraproducente, especialmente en el marco del cambio climático. Se debe aceptar un cierto régimen de incendios y aprender a convivir con ellos.

El reto de la gestión es crear condiciones que generen regímenes de incendios sostenibles tanto ecológica como socialmente. Para conseguir esto no hay una receta sencilla ni única. Por ejemplo, no es lo mismo gestionar una zona donde los incendios se propagan por el paisaje principalmente gracias a vientos fuertes, que si lo hacen debido a la existencia de grandes extensiones forestales homogéneas. En el primer caso, gestionar las igniciones puede ser lo más importante. En el segundo, la clave puede estar en gestionar el combustible.

Los incendios son especialmente peligrosos cuando se acercan a zonas semiurbanas (en la interfaz urbano-forestal) y es donde la gestión es más importante. Una manera de reducir los incendios es generar discontinuidades (horizontales y verticales) en la vegetación. Existen diversas herramientas para ello, tales como: realizar cortas y quemas prescritas, introducir herbívoros (salvajes o ganado), alternar sistemas forestales con cultivos, o permitir que ardan los incendios que sean poco agresivos.

Iniciativas como incentivar la actividad rural local y la resilvestración pueden actuar en la buena dirección. Cada una de estas herramientas puede ser válida dependiendo del sitio y las condiciones. Y dada la complejidad del tema, puede ser importante explorar una diversidad de herramientas. Ninguna de ellas elimina los incendios, pero reducen su probabilidad, su tamaño y su intensidad.

En momentos de olas de calor o de vientos estivales fuertes (por ejemplo, durante los ponientes en Valencia) sería importante limitar las actividades humanas en el monte. Es decir, limitar el paso de vehículos y personas, incluyendo el acceso a segundas residencias situadas en entornos forestales. Si durante épocas de riesgo por pandemia se ha limitado la movilidad, quizá en momentos de máximo riesgo de incendios también se podría limitar la movilidad en zonas forestales y semiforestales. Esto es importante porque los incendios se producen cuando las igniciones coinciden con condiciones meteorológicas adversas en paisajes con suficiente vegetación. En esos escenarios, reducir las igniciones es clave.

También se podría limitar la interfaz urbano-forestal. Es decir, limitar la expansión de urbanizaciones y polígonos industriales en zonas rurales y naturales. Esta expansión, además de los efectos ambientales bien conocidos (en biodiversidad, especies invasoras, contaminación lumínica y visual, etc.), también constituyen una fuente de igniciones. Además, ponen en riesgo a personas e infraestructuras, y por lo tanto convierten en catastróficos (socialmente) incluso a regímenes de incendios ecológicamente sostenibles. Los mecanismos para limitar estas zonas pueden ser diversos, como por ejemplo, la recalificación de terrenos (a no urbanizables), o la implementación de tasas (“pirotasas”) por construir en áreas con alto riesgo de incendios. Y la planificación urbanística requiere considerar a los incendios, incluyendo estrategias de autoprotección alrededor de viviendas y la realización de planes de evacuación.

Y en cualquier caso, hay que reducir el consumo de combustibles fósiles. Esto ayudaría a frenar el aumento de CO₂ atmosférico, y así reducir la velocidad del cambio climático y la frecuencia de olas de calor. Y no solo por los incendios.

*Juli G. Pausas es investigador en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.

 

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