Cuando Santiago Beruete ofreció a la editorial Turner el manuscrito de ‘Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines’ (2016), le dijeron que los anglosajones eran adictos al ‘nature writing’ (‘la escritura de la naturaleza’), pero que en España no había nicho. No solo fue un exitazo, sino que detrás vendrían ‘Verdolatría’ y ‘Aprendívoros’, y en breve presentará ‘Un trozo de tierra’. Él y el alemán Peter Wohlleben, autor de ‘La vida secreta de los árboles’ (Obelisco), desencadenaron un ‘boom’ verde en las librerías.
¿Qué fibra tocan? La principal, coinciden los que exploran la veta –del neurobiólogo italiano Stefano Mancuso (‘El futuro es vegetal’, ‘La nación de las plantas’ o ‘La planta del mundo’), al filósofo Byung-Chul Han (‘Vida contemplativa’ y ‘Loa a la tierra’), pasando por el antropólogo Eduardo Kohn (‘Cómo piensan los bosques’) o el filólogo Marco Martella (‘Un pequeño mundo. Un mundo perfecto’), por ejemplo–, es la necesidad de abandonar la (destructiva) posición central que ocupamos en la naturaleza. El contacto con lo vegetal permite experimentar otras formas de relacionarnos con la tierra y con los otros habitantes del planeta.
Plantar es plantarse
“El jardín es uno de los pocos símbolos sagrados que aún perduran en un mundo secularizado”, apunta Beruete. Un remedo del paraíso perdido. Pero, además, señala, “el sencillo gesto de plantar es un acto de resistencia, de insumisión. Plantar no es más que una forma de plantarse contra el consumismo compulsivo, contra el frenesí del ‘siempre más'”. Y no hace falta tener hectáreas. Valen los huertos urbanos y hasta los tiestitos del balcón. A su juicio, hay dos tipos de personas: “las que ven la Tierra como un espacio de consumo y explotación, y las que tienen una concepción de jardinero, que la ven como un espacio que debemos cuidar”, aventura.
“El jardín es uno de los pocos símbolos sagrados que aún perduran en un mundo secularizado” (Santiago Beruete)
Los jardines y los huertos se convierten, así, en una escuela de valores éticos: la paciencia, la humildad, la tenacidad, la esperanza, la gratitud”. Ellas, las plantas, ante un problema, no tienen el recurso de salir por piernas. Colaboran entre ellas para encontrar la solución. “Es una resiliencia vegetal que podríamos hacer nuestra”, señala Beruete y es algo que también subraya el neurobiólogo Stefano Mancuso, quizá el mayor defensor de la inteligencia vegetal, en cuyo laboratorio ha comprobado que las plantas son ‘conscientes’ de lo que ocurre en su cuerpo y en el exterior. “La idea de que el hombre es superior a un helecho es estúpida –recalca el italiano–. Si en la vida el objetivo es la supervivencia de la especie, el homo sapiens está aquí desde hace 300.000 años y la vida media del resto de los seres vivos es de 5 millones. ¿Quién es superior?”.
Oportunidad de repensar
En esta línea, en otoño Seix Barral publicará en castellano ‘Planta Sapiens’, del catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia Paco Calvo, director del MINT Lab (Laboratorio de Inteligencia Mínima, especializado en Filosofía de la Ciencia Cognitiva y de la Neurobiología Vegetal) de la Universidad de Murcia. “Cuanto más estudiamos a las plantas en el laboratorio, más veo que lo importante no es ni cerebral ni intracraneal“, constata. Solo que no logramos desembarazarnos de la visión antropocéntrica. “Eso nos impide apreciar que lo que les interesa a ellas no tiene por qué tener nada que ver con lo que pensamos que debería interesarles. Gracias a las plantas podemos repensarnos”, invita.
Y el filósofo Michael Marder, investigador de la Universidad del País Vasco y autor de ‘El vertedero filosófico’ (Ned Ediciones) va más allá. “Cuando miramos la base del alma humana, en el fondo encontramos la planta”, dice. Marder volvió la mirada hacia el ‘De anima’ de Aristóteles, que decía que el alma vegetal –responsable de las funciones elementales de la vida: la nutrición y la alimentación– está en todos los seres vivos, pero que, desde Platón, la filosofía se ha preocupado solo de lo inmutable, de lo que permanece. “Lo más asombroso es que hemos dado cuerpo a esos sueños locos de los filósofos, como los plásticos o los residuos nucleares, que se han convertido en la pesadilla medioambiental”, razona. Tocaría, dice, darle una vuelta a la metafísica occidental.
“Cuando miramos la base del alma humana, en el fondo encontramos la planta” (Michael Marder)
En este sentido, Emanuele Coccia, autor de ‘La vida de las plantas’ (Miño y Dávila), hace notar que una planta no solo almacena en su cuerpo la energía solar que da vida a los animales, también la dan los desechos de su existencia (el oxígeno). “Se entregan al otro y viven con el resto sin dominarlo”, apostilla Marder. “La relación fundamental que define el vínculo entre el humano y el no humano ya no debería ser la caza, el pastoreo o la agricultura, sino una cierta forma de jardinería”, propone Coccia.