En esos escasos cinco minutos que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ha dado para la organización de la votación, la bancada de Vox ha dado muestras de que iba a despedir a Ramón Tamames con mucha educación y hasta con elegancia. Se le ha hecho larga al catedrático la moción de censura, qué menos. “Un tocho”, “un mitin espurio”, “gritos”, “no es forma de hablar a un candidato”, “cafinidrina”, “infarto”, “economía del tiempo”… Han sido algunas expresiones de quien durante 48 horas jugó a ser presidente. Quizá, incluso, lo soñara.
Se ve que las intervenciones de los portavoces parlamentarios convirtieron el sueño en pesadilla. Cree Tamames que le han hablado demasiado alto, con rabia; a él le hubiera gustado otro tono más conciliador, eso ha dicho este miércoles. Como ha recordado Patxi López, “le han dado por todos lados”. Bueno, ir al Congreso de la mano de Vox para echar a un presidente que cuenta con el respaldo de la mayoría parlamentaria no es un camino sencillo, un baño en la piscina. Es otra cosa, y claro, te dan.
Para el candidato, la culpa ha sido del clima electoral, y en general, de un clima político enrarecido que divide con sencillez entre amigos y enemigos, sin matices. Puede que tenga razón. A un lado, la izquierda; a otro, la derecha. Esta legislatura, en leyes de contenido ideológico, no es que discrepen, es que se sacuden de lo lindo, y ahí está la del “sólo sí es sí”, por ejemplo. Ahora bien, en leyes sectoriales, izquierda y derecha se dan la mano y se cortejan incluso, las de la Comisión de Asuntos Económicos, sin ir más lejos. Son normas así, que forman tanto país como las otras, pero que no importan demasiado.
“Que no se relajen”
¿Por qué Vox ha montado este sarao? Es la gran pregunta. Puede que la respuesta anide en realidades individuales, escenas cotidianas fuera de la burbuja del Congreso. Este periodista, de camino a la Cámara este miércoles por la mañana, oyó a una ciudadana decir en el autobús: “Que sí, que la moción de censura es inútil, pero así no se relajan”. ¿Quiénes se podrían relajar? ¿Quiénes, por tanto, no deberían relajarse? ¿El Gobierno? ¿El PP? Vox, entonces, ¿habría planteado la moción como un instrumento de hostigamiento? ¿Como una manera de decir por ahí fuera ‘aquí estamos’?
Encajaría entonces la moción de censura. Se trataría de obligar otra vez al presidente del Gobierno a desplegar su argumentario (que Vox y sus votantes desprecian) y de obligar a la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, voz parlamentaria en ausencia de Alberto Núñez Feijóo, de exhibir la distancia con la formación de Santiago Abascal (lo que Vox y sus votantes desprecian).
Se trataría entonces de eso. De forzar a la izquierda y al PP a remover nuevamente sus consignas, sus leyes, sus balances, su blandenguería, su equidistancia, todo eso que azuza las pasiones del electorado de Vox y que mantiene el discurso a más de 200 revoluciones por minuto. Se trataría de decir a los afines: “Ahí les tenéis”.
Tamames, entonces, sirve. La edad es lo de menos. Su origen comunista, también. No importa lo que diga, ni siquiera cómo lo diga. Podría entenderse, bajo este ángulo, que el sonrojo por una tramo ininteligible de intervención, a Vox le pareciera ocurrente. O que el rubor generalizado por ese párrafo mal leído se transformara, en las filas de Vox, en un hallazgo. O que sus ganas por acabar y salir pronto fueran, entre los diputados y diputadas que acompañan a Abascal, algo así como destellos de un genio de la mordacidad y la socarronería.
Varios de quienes han intervenido entre este martes y el miércoles han recurrido al cliché de “vago” del líder de Vox, y es cierto que durante la tarde del primer día se ausentó largo rato del escaño que ha ocupado, que no ha sido el suyo, pues lo ha entregado a Tamames. Muchos han considerado que ha estado incómodo por el “papelón” de su candidato. Tamames, la verdad, más que azorado, ha parecido aburrido. Su rictus ha sido el de alguien que “flipaba” con las peroratas de los demás.
Pero si no se trataba de hablar mucho ni de hablar fuerte, sino que se trataba de que hablaran los “otros”, que han hablado mucho y muy fuerte, daba igual que Tamames dormitara o pensara en lejanas galaxias.
Y por eso, durante esos cinco minutos que Batet ha dado para organizar la votación, comenzó un desfile de diputados y diputadas de Vox agradecidos/as y admirados/as. Hasta una parlamentaria le ha hecho una carantoña. El catedrático estaba bien contento, no es para menos, qué explosión de afecto.
“Viva la Revolución”
Las muestras de cariño se intensificaron tras la votación, resuelta como era de esperar. 201 noes ha recibido. 52 síes de Vox y el de Pablo Cambronero, un representante del Grupo Mixto sin querer, que era de Ciudadanos hasta que lo abandonó por diferencias ideológicas. Este miércoles ha apoyado la candidatura del exdiputado comunista y se ha ido luego a saludarle. Santiago Abascal ha hecho de cicerone. Varios representantes de Vox han considerado el gesto, sin duda, único voto a favor más allá de las lindes de la bancada.
Para cuando Cambronero fue a saludar a su candidato respaldado, ya estaba el hemiciclo casi vacío. Quedaban Abascal, sus 51 compañeros, Tamames y dos ujieres, el mismo portero mayor que el martes ayudó a acceder al candidato. Han tenido que esperar a que las filas del partido de extrema derecha se prodigaran en muestras y más muestras de afecto. Tamames, claro, feliz.
Iván Espinosa de los Monteros ha hecho varias fotos de varias compañeras arropando al candidato, preludios de la gran foto de familia. Dos trabajadores del grupo se han encargado de inmortalizar la escena. Los 52 de Vox, que así les gusta llamarse, se han puesto alrededor de Abascal, Espinosa y Tamames. Un señor que seguía la secuencia desde la tribuna de invitados ha gritado el nombre de Ramón, luego ese mote de “los 52 de Vox” y por último un “Viva España” que, acto seguido, ha coreado la concurrencia con una potencia que hasta han temblado las pinturas de Casado del Alisal.
“Viva la revolución”, ha entonado el candidato. Ha sonado extraño. No ha habido un “viva” después tan impetuoso. Cosas del aspirante, ingobernable a sus 89 años, tan contento rodeado de afecto, cariño y agradecimiento. No ha sido mal epílogo para un debate tan largo… Y tan aburrido.
Abandonó el hemiciclo Tamames, por fin después de tanto saludo, foto y carantoña. Se fue al ascensor del fondo del palacio acompañado sólo por Abascal y Espinosa de los Monteros. Las puertas se cerraron. Fin de fiesta. “Adiós, Ramón”, le dijo la concurrencia.