¿La guerra de Ucrania ha matado al pacifismo?

Este lunes 20 de marzo se cumplen 20 años de la invasión de Irak por parte de una coalición de países liderada por Estados Unidos, un conflicto que dio lugar a un amplio movimiento de rechazo civil y a multitudinarias manifestaciones de protesta. El grito de ‘No a la guerra‘ de millones de personas llenó plazas y calles de las principales capitales europeas, las mismas que desde hace más de un año observan en silencio la cruenta escalada bélica en Ucrania y la mayor carrera armamentista mundial que esta ha provocado en décadas. 

En los últimos 12 meses, salvo contadas excepciones, apenas cientos de personas han respondido a las protestas que desde movimientos cívicos se han organizado para pedir el fin de la guerra. En este tiempo, Finlandia y Suecia han abandonado su histórica neutralidad para adherirse a la OTAN. Hasta los Verdes alemanes han renunciado a su etiqueta histórica de pacifistas y se han disparado las compras de armamento europeo, un 47% más en el periodo 2018-2022, porcentaje que sube al 65% si se incluye a todos los países de la OTAN en el continente, según el último informe del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI).

Posicionamiento imperceptible

La invocación del derecho a la legítima defensa y una lógica militarista basada en la idea de que para conseguir la paz hay que lucharla en la guerra se ha impuesto y apenas asoman críticas a este discurso casi hegemónico. Solo desde los sectores más a la izquierda se contesta esta deriva, pero este posicionamiento es tan minoritario, al menos en público, que ni es perceptible por el conjunto de la sociedad.

¿Dónde está en esta coyuntura, pues, el pacifismo, que en España tomó impulso en los 80 -al finalizar la dictadura- se manifestó en el movimiento anti-OTAN, contra el servicio militar obligatorio, se manifestó durante las guerras balcánicas (Bosnia y Kosovo) y eclosionó en movilizaciones masivas contra la guerra de Irak? ¿Se ha quedado sin margen de maniobra ante la brutalidad de la invasión rusa en Ucrania y ha perdido su sentido? 

El historiador Francisco J. Leira, coordinador del libro ‘El pacifismo en España desde 1808 a la guerra de Iraq’ (Akal, Pensamiento Crítico), un completo ensayo escrito por varios autores, discrepa. “El pacifismo, como todos los movimientos políticos o sociales, va evolucionando a lo largo del tiempo. No es lo mismo el pacifismo de los años 30 o 60 del siglo pasado que el actual. El pacifismo de ahora no es uniforme. Los sectores que creen que para conseguir la paz a lo mejor hay que realizar la guerra también se consideran a ellos mismos pacifistas”, afirma. 

“Los sectores que creen que para conseguir la paz a lo mejor hay que realizar la guerra también se consideran a ellos mismos pacifistas”

Una afirmación que rebate Tica Font, fundadora del Centre d’Estudis per la Pau J. M. Delàs y quien en su perfil de Twitter se define como pacifista. Font recuerda que el pacifismo siempre ha sido un movimiento minoritario y pide no confundir “con pacifistas a los que dicen que trabajan por la paz aunque ello suponga defender la guerra”. “Los pacifistas siempre se preguntarán qué clase de paz es la que se consigue a través de la violencia. Será la paz del vencedor, pero al vencido, ¿quién se la da?”, afirma. 

Ni antimilitarismo ni antibelicismo

En palabras de quienes como ella se declaran pacifistas en el sentido más clásico del término, el movimiento es la línea de pensamiento que trata de actuar sobre las causas de los conflictos para que no acaben en una guerra, y busca alternativas al uso de la violencia. El ensayo coordinado por Leira lo define como un «rechazo frontal a cualquier tipo de violencia» y hace la distinción entre este término, antimilitarismo y antibelicismo. Ni los tres conceptos son lo mismo ni son ideas estancas, sino que se adaptan a cada periodo, cuenta. 

Pol Bargués, investigador del CIDOB, y autor del libro ‘La paz diferida’, sostiene en cambio que el movimiento pacifista se encuentra en estos momentos «un poco desorientado» porque ante una invasión “flagrante y con un discurso ruso muy belicista es difícil poder defender la posición de ‘ni un arma a Ucrania’”. “El movimiento pacifista defiende que nunca es el momento de la guerra y no tiene espacio aquí porque el discurso mayoritario es que Ucrania tiene derecho a defenderse“, subraya.

Pol Bargués, investigador del CIDOB, afirma que el movimiento pacifista está en estos momentos “un poco desorientado” ante esta invasión rusa “tan flagrante”

No obstante, este analista pide hacer una distinción entre el derecho a la defensa que tiene Ucrania y la estrategia de seguir apoyando y armando al país hasta que gane esta guerra, la senda elegida por Occidente. No lo podía decir más claro el alto representante en política exterior de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, quien ha prometido apoyo europeo a Kiev «mientras sea necesario, hasta la victoria», con el argumento que sin la ayuda armamentista europea, la capitulación de Ucrania ya se hubiera producido, y con la idea de que es necesario parar a Rusia, porque si gana esta guerra «no se parará ahí».

La amenaza existencial

Esta posición, la que ve a Rusia como una amenaza existencial con ambiciones expansionistas, es la que domina el discurso, explica Bargués, mientras que las voces más críticas que sin ser pacifistas piden buscar una negociación e intentar no escalar esta guerra son minoritarias. “Y esto es preocupante”, subraya. “Choca que la sociedad en este último año no haya sido más crítica cuando para nosotros, los europeos no hay un riesgo existencial inmediato”, subraya. 

“Falta un relato alternativo para buscar vías de defensa que no sean violentas”, comenta a este respecto Albert Caramés, director de la asociación Fundipau, criticando también el “seguidismo” que hace Europa de Estados Unidos y la OTAN. “Estamos en un relato completamente hegemónico en el que el derecho a una defensa armada como argumento desviste cualquier crítica que se pueda hacer”, sostiene. 

“Estamos en un relato completamente hegemónico en el que el derecho a una defensa armada como argumento desviste cualquier crítica que se pueda hacer”

Federico Mayor Zaragoza, exministro centrista en los años 80, exdirector general de la Unesco y actualmente presidente de la Fundación Cultura de Paz, es todavía mucho más crítico y denuncia que “ante este relato hegemónico y la plutocracia de grupos como el G-7 que gobierna el mundo, Europa ha sido incapaz de modular la respuesta a la guerra como sí hizo el entonces presidente francés, Jacques Chirac, en 2003 cuando se opuso a la guerra de Irak”.

Y achaca a esta falta de liderazgo europeo el hecho de que no haya habido una respuesta de la sociedad civil al actual conflicto. “Estamos aceptando lo inaceptable. La ciudadanía debería ser más proactiva, menos espectadora y más actora”, afirma.

Sin mínimo común denominador

El pasado 24 de febrero, al cumplirse un año del inicio de la invasión rusa a Ucrania, apenas cientos de personas salieron a la calle en Madrid y Barcelona y otras capitales españolas para reivindicar la paz y el fin de la escalada, siendo algo más numerosas en otras ciudades europeas, como Berlín, Hamburgo, París o Bruselas. El propio Caramés relata de las dificultades de organizar ahora protestas desde el Movimiento por la paz, donde en relación a este conflicto conviven una diversidad de opiniones. “Cuando quieres organizar una movilización que agrupe a muchos sectores has de hacer una consideración de mínimos y tenemos divergencias que van más allá del común denominador”, admite.

Recordando las masivas manifestaciones de la guerra de Irak, Tica Font admite que estas tuvieron un consenso muy amplio pero que no todos los millones de personas que se manifestaron en el mundo eran pacifistas. “En el 2003, había una percepción muy diferente, en la sociedad y en la política, la percepción es que había intereses de la potencia hegemónica –Estados Unidos- para intervenir en el Golfo, para asegurar sus intereses energéticos. Ahora no hay esta percepción. No se perciben intereses económicos”. 

Leira coincide en este cambio de percepción de la sociedad pero la atribuye a la cercanía del conflicto, que se desarrolla en las fronteras europeas. “La guerra de Ucrania nos coge muy cerca y muchos de los que gritaron No en el 2003 están a favor de invertir en armamento para Ucrania , independientemente de que se caiga en la contradicción que del mismo modo que se envían tanques para apoyar a uno de los contendientes, se compra gas y se mantiene por otra vía el suministro económico para comprar tanques al otro contendiente”, sostiene.

 Para Bargués, la diferencia está sin embargo en la naturaleza del conflicto. «”La invasión de Occidente a Irak fue una intervención para destituir a un régimen. Esto es diferente a apoyar el derecho de Ucrania a defenderse“, afirma. 

Asoma de nuevo en el imaginario colectivo la idea de la guerra justa, una teoría antigua que el pacifismo ve como una falacia para justificar guerras. “¿Justa para quién?” es la pregunta que siempre permanece.

 

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