El último carroñero

En los roquedos y candiles de la cordillera pirenaica sobrevive una de las aves cuyo nombre resulta, a la vez que temible, especialmente descriptivo.

El quebrantahuesos –Gypaetus barbatus- se establece como el último eslabón en el reciclado de nutrientes de los ecosistemas en los que se establece. Altamente especializado y adaptado a su hábitat, este ave de la familia de los accipítridos -un clado de rapaces diurnas caracterizado por poseer un pico ganchudo, patas y garras fuertes y una visión excepcional- sobrevive alimentándose de los últimos restos de carroña descartados por otros depredadores, sobre todo tendones y huesos. 

Así, en un alarde de inteligencia, este buitre recibe su nombre de su costumbre de elevar huesos y caparazones a gran altura para posteriormente dejarlos caer y poder alimentarse de ellos. Se trata de un ave osteófaga y, de hecho, es la única que se alimenta casi esencialmente de huesos. 

Aunque pueda resultar una estrategia de supervivencia un tanto precaria, esta, no obstante, ha permitido al quebrantahuesos establecerse como una de las aves de mayor envergadura de su hábitat tal y como apreciamos en esta espectacular imagen capturada por el fotógrafo de fauna silvestre, Rubén Gázquez, en la ladera de la montaña de Alinyà, en el Prepirineo catalán. Con una envergadura alar que puede llegar hasta los 3 metros de longitud y un peso que puede variar entre los 4 y los 7,5 kilogramos, el majestuoso y amenazado quebrantahuesos es, además, uno de los buitres de mayor tamaño del mundo. 

 

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