Cuando el Barça anunció que Bellerín llegaba a Barcelona, una tuitera respondió con sarna que “a ver cuántas personas irán al Bar El Pollo a buscarlo para hacerse su amigo”. Este bar, ubicado en el Raval, se ha convertido en el punto de mira del moderneo de la ciudad, donde la supuesta ‘crème de la crème’ se deja ver para hacer ‘networking’ entre semejantes, especialmente desde que Rosalía lo citase como la “mejor tortilla de patatas de Barcelona”. La intencionalidad tras el tuit es fácil de entender, reírse de un fenómeno que está marcando a las generaciones más jóvenes: el trepismo social que se abre paso ante la acuciante precariedad laboral, la urgencia de salir adelante y la omnipresente cultura de la celebridad y el escaparate de las redes.
“Hay gente que viene a eventos solo a hacerse fotos con famosos, como si fuese un ‘photocall’, y subirlas a Instagram”, y siempre con la intención de “aumentar su caché social”, detalla A., millennial barcelonés que trabaja como mánager de artistas y que se ha topado con muchos de estos perfiles que se le acercan por puro interés. Es lo que bautiza como el ‘efecto Ada Colau’: “Estar en todos los sitios, haciéndose siempre fotos”.
Rocío Quillahuaman, animadora, escritora y zoóloga de la fauna que compone el ecosistema social de las generaciones ‘millennial’ y Z en Barcelona, parodiaba este mismo fenómeno en un vídeo ilustrado por ella, en el que se reía de los trepas que abundan en Twitter, una de las redes sociales donde más se alimentan estas dinámicas. “Si cierra Twitter… ¿qué será de ellos?”, se preguntaba, antes de retratar a varias tribus nativas de la plataforma de Elon Musk, entre las cuales mencionaba con especial sorna a aquellos que se dedican a la adulación para mejorar su estatus social.
“Barcelona es la meca de los trepas”, afirma Manuelac0re, artista ‘drag’, maquilladora profesional y comunicadora. Asegura que lo ha vivido en sus propias carnes: “Cuando llegué a Barcelona como una chica de ciudad pequeña sin apenas proyectos, se me ignoraban y hasta miraban con desdén”. Pero, con el tiempo, a partir de que pudo sumar una etiqueta con prestigio y reconocimiento laboral a su nombre, sintió que “la gente cambiaba mucho, personas que me miraban de arriba abajo y pasaban de mí, ahora se paran, me sonríen”. Es decir, te perciben solo por tu trabajo y “les das igual tú como persona”.
Relaciones con valor añadido
En este último punto coincide la periodista Andrea Gumes, cuyo nombre sonará, entre otros, a los oyentes de Radio Primavera Sound (conduce los pódcast de referencia ‘Tardeo’ y ‘Ciberlocutorio’) y a los aficionados del horóscopo de ‘Vogue’. “He visto cómo a la gente se la presenta con nombre y trabajo artístico. Es increíble ver un grupo de gente donde se tardan 20 minutos en presentar toda una mesa como si fuera una reunión de alcohólicos anónimos, pero explayándose en la bio artística de cada uno”. Aun así, cree que no es algo endémico de Barcelona, sino que es peor en Madrid, donde “tienen un máster en ello”.
Que estas personas causan rechazo es obvio. Pero, a la vez, esta figura no desaparece, y tampoco es exclusiva de nuestro país. Hace ya una década, la serie ‘Girls’, de Lena Dunham, lo retrataba. Ahora es el turno de ‘Autodefensa’, de Filmin, que hace su parte con Barcelona como escenario, presentando esas relaciones sociales entre individuos que no se hacen bien y que, a pesar de repetirse los obligados ‘te quiero’, ni se aguantan, pero que siguen juntos puesto que su única función es proyectar una imagen meticulosamente diseñada que les ayude a escalar.
‘Start-ups’ de uno mismo
El periodista Kevin Roose reflexionaba en ‘The New York Times’ sobre el éxito laboral en la era de internet, con unos apuntes que explican el fenómeno trepa en la sociedad digital. Define los ‘influencers’ como una ‘start-up’ donde “la persona es el producto” que trabaja, hasta quemarse, exprimiendo cualquier aspecto monetizable de su vida. Incluidas las relaciones sociales. Una receta de éxito a menudo desesperada para abrirse paso entre la precariedad.
En 2023, es indudable que las redes sociales son capital social. Y en cualquier profesión -sobre todo en el mundo artístico, creativo o de la comunicación, aunque la dinámica también se extiende a cómo los adolescentes construyen su identidad y su posición en el mundo-, capital social equivale a oportunidades laborales, con lo cual, muchos desean relacionarse con personas que se muevan en ambientes de vanguardia, para construir vínculos monetizables. “Hay fiestas donde la gente no va para divertirse, sino por puro ‘networking’”, asegura A.
Seguidores y currículum
Sandro, un centennial tuitero que, con varios miles de seguidores y casi 100 mil tuits escritos en menos de cinco años, es un abanderado de la red de Elon Musk, también ha sido testigo de este fenómeno: tanto en Barcelona como en Madrid “hay eventos que son un ‘must’ para reafirmarte como persona con validez social […] hay asientes que, aunque “el rollo no les gusta”, van para “estar toda la noche con la cara larga, pero luego en las redes sociales alaban lo bien que lo pasaron y lo interesante que es su círculo de amistades”.
Manuelac0re lo define como “trepas de lo ‘cool’”, mientras que Gumes recalca la importancia que a menudo tienen el ‘pack’ de seguidores digitales o el currículum. “Hay mucha gente que solo se junta con aquellos que tienen muchos seguidores en Instagram, o página en IMDB (la base de datos del mundo audiovisual) […]. Es increíble ver que en sus fotos de grupos de amigos no hay una sola persona que se dedique al sector hostelería, o servicios o lo que sea. A veces dudo si los esconden: No, tú no, a ti no te puedo poner en mi Instagram’”.