El Pichón, enorme futbolista y alegría de aquel vestuario

Se nos ha ido otro de los nuestros, de la dinastía de los Alonso, hijo de futbolista y padre del actual Marcos Alonso. Sin duda, Marcos nos deja un vacío enorme, irreparable. Esa sensación de que los años pasan y dejan huella. 

Con Marcos se nos va la alegría, porque si antes que un gran futbolista se nos va una excelente persona, en aquel vestuario del Camp Nou de los primeros ochenta él personificaba la alegría. Llegamos juntos al Barça el mismo año que Periko Alonso, Urbano, Julio Alberto y Maradona, en 1982. Ya saben que en los vestuarios, como en todos los colectivos, se forman grupos por afinidad, empatía… Marcos era del grupo de Diego junto al Lobo Carrasco, Julio Alberto o Migueli.

Marcos era esa persona que se convierte en el centro de atención, en cada vestuario que pisa y en cada concentración. Siempre con la sonrisa en los labios, siempre bromeando con los compañeros… formaba con Julio Alberto y Quique Morán una cuadrilla que estaba en el origen de todas las salsas y bromas que se hacían entre los integrantes de la plantilla y eso siempre genera unión en el grupo. 

Y por supuesto, nos deja un enorme futbolista. Marcos tenía unas condiciones brutales, tanto técnicas como físicas. A pesar de parecer endeble, era muy fuerte físicamente, resistente, con velocidad, muy atrevido… de esos jugadores que tienen uno contra uno. También, de esos jugadores de banda que ‘castigan’ a los 9 rematadores con tanto recorte. Esa sensación, cuando estás en el área, de no saber si centrará de primera o volverá a recortar. Si has de ir a buscar el remate o esperar. 

César Luis Menotti estaba enamorado de su fútbol. Recuerdo que en un derbi contra el Espanyol marcó cuatro goles y salió ‘El Flaco’ diciendo que algo así solo lo podía hacer un futbolista como él. Pero sin duda, Marcos será recordado por su fantástico gol en la final de la Copa del Rey de 1983 en La Romareda contra el Real Madrid. Recuerdo su ‘vuelo’ y la ‘botifarrada’, el corte de mangas de Bernd Schuster.

Después está su recorrido posterior como técnico. Si en aquellos tiempos me hubiesen dicho que Marcos iba a ser entrenador al colgar las botas, hubiera contestado: “imposible”. Daba la sensación de que jugaba al fútbol porque tenía que ser así, simplemente porque tenía unas condiciones formidables, pero que le daba igual si el míster ordenaba un 4-3-3- o un 4-4-2. Él salía, jugaba, y punto. En cambio, recorrió los banquillos de media España: Rayo, Racing, Sevilla, Atlético, Zaragoza, Valladolid, Málaga y Granada.

Y al final, nos queda la evidencia de lo injusta que puede ser la vida. Un beso enorme a su mujer y a su hijo. Sabes que nunca te olvidaremos, Pichón.

 

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