“Cuando te dicen que tienes cáncer es como una sentencia de muerte, lo primero que piensas es que te vas a morir. Pero, ¿qué coño nos vamos a morir? ¡Hay que seguir para adelante!”. Al menos eso fue lo que pensó Francisco Amado, extremeño de 48 años al que hace cinco esta enfermedad irrumpió en su vida sin avisar. Y le dio la vuelta. Le pasó un 2 de enero, de madrugada. Dormido, sufrió un ataque convulsivo. Fue tan fuerte la tensión que alcanzaron sus músculos que le fracturó los dos hombros y la pelvis. Era la primera vez que le pasaba.
En el hospital, tras varias pruebas, le detectaron un tumor en el cerebro. Le operaron de urgencia. “No me lo creía, era como estar viviendo una película. Lo primero que pensé es que se habrían confundido en el diagnóstico. Siempre he seguido una vida sana y prácticamente no conocía a mi médico de cabecera. La primera vez que entré en un hospital lo hice por la puerta grande”, bromea. Reconoce que sintió miedo. Tras la operación, en la que le extirparon solo parte del tumor, llegaron la quimioterapia y la radioterapia, para lo que le derivaron a Madrid porque necesitaba una maquinaria más precisa para atacar su tumor (entonces ni si quiera había este tratamiento en Cáceres, donde vive, ahora ya sí). Y todo esto en silla de ruedas, pues las fracturas que sufrió tardaron meses en curarse.
Ahora está limpio de células tumorales, aunque en su cerebro continúa parte de la masa que generó su cáncer porque no pudieron extraerla. El sitio en el que se encontraba era de difícil acceso y maniobrar en esa parte conllevaba un riesgo vital importante. Así que ese tumor sigue ahí pero dormido, apagado por las sesiones de radioterapia, como si no existiera. Puede hacer vida normal aunque su vida, dice, ya nunca será la misma. “Es mucho mejor” .”Esta enfermedad no significa esperar el fin. Yo soy como los atléticos, esto es una segunda oportunidad que me ha dado la vida, estamos en tiempo de descuento y a mí ya no me para nada”, reconoce.
La sombra del cáncer
También hay momentos malos porque la sombra del cáncer siempre está. “Es como la muerte de un familiar, aprendes a sobrellevarlo y sigues con tu vida, pero no se te olvida”, dice. Y por eso, por si por si acaso vuelve esa sombra, intenta no dejar nada pendiente: Jugar al golf era algo que siempre le había atraído y ahora lo practica. Y no para de viajar. Es motero. Sus vacaciones consisten en subirse a su moto con su mujer y perderse por Europa durante días. El del pasado verano fue a Cabo Norte (Noruega), uno de los sitios a los que se prometió que viajaría cuando se recuperara. Cuando llegó, se fotografió junto a su moto con una camiseta de la Asociación Española contra el Cáncer, lo necesitaba para dar por cerrada esa etapa. El cáncer le ha enseñado además a cambiar el chip. A valorar la vida. “Valoro más las cosas. Antes no le daba valor a tomarme un café o una caña con un amigo”, asegura mientras planea su próxima escapada. No suelta las maletas.
Lo mismo Rebeca Rivero (44 años), a quien hace tres años le diagnosticaron un cáncer de mama, en plena pandemia. Fue ella misma la que se detectó un bulto en el pecho, unos días después de iniciarse el confinamiento. Al principio no le dio importancia, a pesar de que su madre ya había pasado por lo mismo, hacía justo diez años. En mayo, dos meses después, acudió a su ginecólogo privado. La exploró y, aunque durante la consulta no hablaron de cáncer, ella intuía que su médico había visto algo raro. “Ese día fue el peor. No pude dormir. Pasas mucho miedo porque no sabes hasta dónde puede haber llegado el cáncer y tu cabeza y el miedo es libre. Más cuando se trata de una palabra como el cáncer, tan ligada a la muerte. Se te pasa por la cabeza que puede que no llegues a contarlo”, recuerda. Aunque reconoce que sufrió más el cáncer de su madre que el suyo. El miedo entonces fue mucho mayor.
Los cambios físicos
Lo suyo fue muy rápido. Esa misma semana le realizaron una biopsia. Y al mes llegaron los resultados que confirmaron la sospecha. Pero traían buenas noticias: El suyo era un tumor de crecimiento lento y el de menor riesgo. “El cáncer de mama tiene mucha investigación y muchos avances. Los oncólogos te dicen que ya tienes que dar gracias a que el cáncer que te toque sea el de mama porque hay tratamiento”, apunta. Luego siguió la operación, en la que le extirparon una mama (pasó por otras dos más para reconstruirle el pecho y darle forma) y quimioterapia y radioterapia.
Lo que peor llevó fueron los cambios físicos. Los oncólogos le advirtieron de que solo había un 1% al que no se le caía el pelo a los 15 días de recibir la primera sesión de quimioterapia. A ella se le cayó el día 16. “Tenía mechones en la almohada, en la bañera, en las manos… Me dolía el estómago de los nervios”, recuerda. Aguantó dos días. Y se rapó. “Que se me cayera el pelo me hacía sentir enferma, era un rasgo de enfermedad y lo que acarrea con respecto a la sociedad, vas con pañuelo y la gente se gira, la gente te mira, la gente te pregunta. Es un signo identificativo de que tienes cáncer y das pena”, comenta. No le gustaba.
El trance duró diez meses, los que estuvo de baja (es educadora social). Y ahora, tres años después, sigue limpia. Con tratamiento y revisiones, pero curada. Ya no es la misma. “No te voy a engañar, no somos heroínas pero esto es una enfermedad dura. No soy la misma persona, es imposible ser la misma persona”, asiente. Pero sí es más feliz. Ese es su reto de cada día. “Antes me estresaba mucho, me anteponía a las situaciones y me preocupaba por cosas que nunca llegaban a suceder pero ahora intento ser feliz día a día, sé que la vida puede acabar en cualquier momento, entonces, al ser tan consciente de eso, ahora disfruto mucho más”.
Reconoce que eso de ser feliz lo había intentado en su vida antes del cáncer y nunca lo logró. “Nunca conseguí cambiar el chip, lo había intentado pero nunca le había dado importancia a la salud. Cuando cumplí 40 años pensé, estoy en la mitad de mi vida, me quedan, mínimo, otros 40. Y de repente, al año siguiente, me diagnostican un cáncer de mama. Y me dije no Rebeca, estás muy equivocada, la vida puede acabar ya”, insiste. A ella esta enfermedad le ha hecho, asegura, «mejor persona, más sensible y más empática». «El mensaje es que el cáncer está ligado a la muerte y hay que cambiar el chip. Hay cánceres más agresivos pero no todos son muerte», insiste.
El de Rebeca y el de Francisco son dos de los 32 casos de cáncer que se diagnostican cada hora en España, donde esta enfermedad es la segunda causa de muerte. En 2030 uno de cada dos hombres y una de cada tres mujeres lo sufrirán. Este sábaod es el día mundial contra esta enfermedad y el Estado ha declarado la iniciativa ‘Todos Contra el Cáncer’ como Acontecimiento de Excepcional Interés Público, (2022-2024). Para la Asociación Española Contra el Cáncer (Aecc) es una oportunidad «sin precedentes para concienciar y movilizar a la sociedad española sobre la importancia de sumar los recursos y las capacidades de todos en torno a un gran programa de acción contra el cáncer, que incremente los recursos disponibles para proyectos de prevención, investigación, atención y divulgación».
Investigación en hígado y páncreas
¿El objetivo? Alcanzar el 70% de supervivencia del cáncer para 2030. Actualmente esa cifra está en el 55% en el caso de los hombres y en el 61% en las mujeres. Y para ello es imprescindible la investigación. Precisamente Extremadura lidera dos nuevos proyectos: uno sobre el cáncer de hígado y otro sobre el de páncreas; ambos financiados por la Asociación Española Contra el Cáncer (Aecc). Este colectivo financia otros 525 proyectos en todo el país.
El primero, con una ayuda de 160.000 euros, se desarrollará en Badajoz. Lo realizará el investigador de la Universidad de Extremadura (UEx), Francisco Javier González, que centrará su trabajo en la regeneración celular para avanzar en nuevas vías de tratamiento para el cáncer de hígado. El fin es entender el desarrollo, la progresión y la propagación de este tipo de tumor para encontrar posibles marcadores de pronóstico y dianas terapéuticas (puntos débiles del tumor que pueden ser atacados con nuevos fármacos) que permitan el tratamiento de esta enfermedad con nuevos medicamentos. Para ello, estudiará cómo tiene lugar la regeneración de las células en el hígado y, en concreto, el papel de una proteína llamada AHR y su implicación en la generación de tumores. De tal forma que los resultados permitirán entender la regeneración hepática y su relación con la generación de tumores.
La otra investigación se desarrolla en Cáceres gracias a la beca predoctoral, de 80.000 euros, concedida al extremeño Cándido Ortiz (Ribera del Fresno, Badajoz). En este caso el proyecto se centra en el cáncer de páncreas, uno de los más agresivos, con una supervivencia de entre el 7 y el 9%. Tendrá dos líneas de investigación: La primera, basada en una técnica de diagnóstico precoz, consistente en la realización de un análisis de sangre, de la que extraerán los exosomas (microvesículas que favorecen la comunicación intercelular). «En la sangre viajan exosomas de todas las partes del cuerpo, si hay una célula sospechosa de cáncer de páncreas libera esas microvesículas por lo que, si la población de estas es muy elevada, hay un cáncer más avanzado», explica el investigador.
Una vez diagnosticado el cáncer, el siguiente paso será aislar esas microvesículas, caracterizarlas y relacionarlas con lo que ellos denominan «células estrelladas». Estas, cuando el páncreas sufre algún daño, lo que hacen es crear una barrera que impide que el sistema inmunitario acceda a él y por tanto dificulta que pueda atacarlo. Lo que buscan es comprobar cómo se van a comportar esas células con las tumorales, lo que permitirá conocer si van a favorecer su propagación. Si se confirma esta hipótesis el tratamiento iría orientado a eliminar estas células para permitir que el sistema inmunitario pueda acceder al tumor y atacarlo.