¿Qué es ser joven? “Es soñar, proyectarte en el futuro, desear… pero nos han petado todas las crisis en la cara y nos hemos quedado atropellados, flotando. Mi generación, y las que vendrán, somos pesimistas. Nos han negado el futuro. Todo en lo que te apoyas para soñar se derrumba, se nos escapa de las manos. Vivimos en la dictadura del no futuro“. Habla Jun Komura, un joven estudiante de filología catalana de 20 años y vecino de Barcelona. “Tiene razón. No queremos mirar hacia el futuro porque nos da miedo”, añade Alba Segarra, ambientalista de 26 años. “Ser joven es tener energía, soñar… Pero yo solo sueño en sobrevivir”, apunta Sukaina Fares, madre migrante de 29 años. “Somos soñadores pero nos sale fatal”, resume Núria Coma, psicóloga de 24 años con una discapacidad física en la pierna que le dificulta andar.
También reconocen que su generación está inmersa en una ola individualista y consumista que frustra un cambio social
Komura tiene 20 años. Es catalán hijo de padre japonés y madre catalana. Estudia filología catalana aunque detesta la universidad y trabaja desde los 16 en una librería. Habla con una nitidez absorbente. “La sociedad nos ha enseñado que ser adulto significa tener cosas: pareja, casa, hijos… y la juventud es ese impás hasta que lo consigues. Pero todas estas metas han quedado vacías de sentido o no pueden realizarse”, explica. Una frase y un sentir, que las otras tres chicas entrevistadas comprenden y asumen a la perfección. ¿Cómo lo viven? ¿Qué sienten? ¿De qué se quejan? Esta es la voz de los jóvenes en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, del grupo Prensa Ibérica.
La emancipación: misión imposible
Su gran preocupación es un pez que se muerde la cola y que nadie ha resuelto aún. “Tenemos sueldos de mierda y los alquileres están imposibles“, resume Fares. Se ha hablado mucho, y largo sobre esta problemática que también condiciona la vida de estos cuatro jóvenes. “Yo tengo suerte, porque siempre me han hecho contrato, aunque temporales y cobrando muy poco, menos del salario mínimo”, cuenta Komura. Ahora quiere independizarse de casa de sus padres. “Conseguir una habitación en Barcelona por menos de 300 euros al mes es misión imposible”, asume.
“Las generaciones más mayores han crecido en la cultura del esfuerzo… y a nosotros esto ya no nos sirve: queremos vivir”
Segarra tiene una carrera y un máster. “Somos la generación mejor preparada y con menos oportunidades“, explica la chica. “Se nos sobreexplota. Los salarios no pagan el trabajo que haces, se aprovechan de ti… yo he estado en cuatro empresas y aún estoy con contrato de becaria“. Sigue viviendo en casa de su padre, en Corbera de Llobregat. “Si quiero tener vida social no puedo permitirme pagarme una habitación”, dice.
“El alquiler es impagable, y si eres inmigrante olvídate”, se queja Fares. “A la que ven tus apellidos no te quieren alquilar nada”, sigue la chica de origen marroquí. “Yo me he tenido que buscar mucho la vida. He estado en la precariedad más absoluta: haciendo de camarera, sin contrato, trabajando 11 horas al día por 50 euros. Ahora soy autónoma y sigo igual de puteada. No puedes ahorrar, solo tienes que pagar… me ahogo y voy haciendo malabares”, explica. “Yo estudié psicología e hice un máster. Luego, solo encuentras precariedad. Con suerte cobras 1.000 euros y las horas extras no se pagan… horrible”, dice hablando de su último empleo. “Lo de los pisos es tremendo, pero es que además para las personas con discapacidad no hay pisos adaptados”, explica ella. “Yo tuve suerte y me independicé porque un amigo me alquiló su piso. Es como su me hubiera tocado el gordo”.
“La pobreza juvenil se está romantizando”, añade Komura. “Que te digan que dormir en un contáiner está de moda, que usemos aplicaciones de comida que se va a tirar… es hacer negocio de la miseria“, insiste Fares. “Y luego sales a comer, o te vas de vacaciones y te sientes culpable”, sigue Coma. “Claro que compro ropa de segunda mano, que voy en bici… pero no es porque sea ecologista, es porque no puedo elegir nada más, no me lo puedo permitir“, añade Komura.
Un horizonte de muerte
La económica es la gran crisis que asola a la juventud desde el estallido del crack financiero. Pero no es la única. “Te persigue un horizonte de muerte. El mundo está en fase de extinción”, describe Komura. Es la crisis climática. “Me hace sufrir pero si no puedo llegar a final de mes… no puedo pensar en el futuro”, agrega Fares. “Muchas veces lo pienso, ¡quizás nos tenemos que ir de Barcelona porque sube el nivel del mar! Y la gente con discapacidad lo vamos a sufrir más cuando suba la temperatura, las patologías se agravan”, añade Coma. Segarra es vegana y está muy concienciada con el cambio climático. “A mi me crea ecoansiedad ver que sabemos cómo solucionarlo pero nos da igual. La gente es muy individualista”, explica.
En esto coinciden todos. “Nos ha ganado el neoliberalismo y el consumismo. Y es algo que envidio de la generación de nuestros padres y abuelos: salen a la calle, protestan y luchan”, se queja Fares. “Nos hemos creído que pones cuatro cosas en las redes sociales y ya cambias el mundo“, asiente Coma. “Yo creo que nuestra generación no veremos nunca un 15M. Aguantamos hasta el máximo, luego lo quemamos todo… pero no construimos nada. Se ha ridiculizado la protesta social”, dice Komura.
Estos jóvenes participan de entidades y movimientos sociales. Pero se sienten minoría. “La mayoría de la gente de mi edad solo quiere ganar pasta, salir de fiesta y olvidarse de todo” explica el chico.
“El usar y tirar de la ropa, de los móviles… lo hacemos también con las relaciones”
El amor, en crisis
Dicen que desafortunado en el juego, afortunado en el amor. O no. “Nuestros abuelos crecieron en la generación del amor para siempre, de la entrega absoluta y entrega al otro. Nuestros padres lo compraron pero la mitad se separaron. Ahora consumimos cuerpos o usamos los conceptos de los cuidados, responsabilidad afectiva… pero en estas relaciones no hay amor“, argumenta Komura.
“Tenemos relaciones muy superficiales… y luego la gente se aferra a esto. Hay mucho apego y dependencia, y creo que es porque no tenemos nada más donde agarrarnos”, dice Segarra, que hace poco ha roto una relación de 10 años. Coma aún sigue con su novio de los 16. “Y soy el ‘bicho raro’. Mis amigos están todos en el Tinder. Me dicen que tengo mentalidad de señora de 60 años”. “El usar y tirar de la ropa, de los móviles… lo hacemos también con las relaciones”, remacha Fares.
Fares fue madre muy joven. Ahora está separada. “Nunca es un buen momento. Y te acaba recayendo todo aunque no quieras. Te comes el machismo con patatas”, explica. Ni Segarra ni Coma se han planteado jamás la maternidad. “Me parece un acto heroico“, dice la segunda.
Las tres reconocen ser víctimas del machismo. “A todo el mundo le han tocado o le han hecho algo que no quería. Y los agresores están en todas partes. A mí un cliente me invitó a comer porque quería ‘probar’ con una árabe… asqueroso”, relata Fares.
El fin de la cultura del esfuerzo
Entienden que las generaciones más mayores no les entiendan. “Nos asocian al victimismo, quejicas… pero yo creo que la diferencia abismal es que ellos han crecido en la cultura del esfuerzo… y a nosotros esto ya no nos sirve: queremos vivir“, afirma Komura. Pero añade que su generación está abriendo muchas puertas. Por ejemplo, las nuevas identidades de género, como el no-binarismo. O la desestigmatización de la salud mental. “Estamos machacados, no te puedes pagar el psicólogo pero hablamos de ello. Sabemos lo que queremos”, apunta Fares.
“La gente mayor no nos entiende, porque sus condiciones y las nuestras son distintas. Nos hemos encontrado un mundo muy distinto al que nuestros padres nos dijeron que encontraríamos. Y nos toca encontrar soluciones nuevas“, dice Segarra. Coma lo tiene muy claro. “No creo que nos hayan dejado un mundo de mierda aposta, a ellos también les sabe mal que estemos así. Pero tenemos que entender que los privilegios se han acabado, hay que escuchar y pensar en los demás“. “Si solo vemos crisis en el mundo en el que vivimos… quizá es hay que replantear otro mundo. Yo no quiero vivir ‘quemado'”, resume Komura.