WASHINGTON.- Una frase que dejó esta semana en Buenos Aires Chris Dodd, amigo íntimo del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reflejó la filosofía de la Casa Blanca para abordar sus vínculos con América latina: “Los Estados Unidos respetará y buscará asociarse con cualquier gobierno de todo el espectro político, izquierda, centro, derecha, que sea elegido y gobierne democráticamente, incluso si tienen grandes desacuerdos con los Estados Unidos”, afirmó Dodd en su discurso en la cumbre de la Celac.
La frase encuadra a la perfección la relación con la Argentina, que acaba de cumplir 200 años, un hito que renovó los mensajes de amistad y la voluntad de Washington para fortalecer un vínculo que ha tenido varios cortocircuitos y contrapuntos durante el gobierno de Alberto Fernández, pero que a la vez ha mostrado una notable resiliencia. La relación se dobla, pero no se rompe, amparada en la férrea predisposición de la Casa Blanca. El embajador Jorge Argüello dijo que está “en un nivel óptimo”, aunque en Washington remarcan las diferencias y hablan también de oportunidades perdidas. Biden cuenta ahora con un nuevo socio en la región, Luiz Inácio Lula da Silva, quien aparece mejor posicionado para cumplir eventualmente el rol de interlocutor regional que alguna vez imaginó Alberto Fernández.
Biden recibirá a Lula en la Casa Blanca en febrero, una cita que su gobierno se apuró en armar, entusiasmado por resucitar el vínculo con Brasil, el socio más importante del Cono sur, anestesiado durante el tiempo que compartieron Biden y Jair Bolsonaro en el poder. Alberto Fernández espera una nueva fecha para pisar el Salón Oval desde julio, cuando se canceló su reunión con Biden, un contraste que marca prioridades en la Avenida Pensilvania. Para Estados Unidos, Brasil es un socio estratégico clave, de enorme importancia y mucho más relevante que la Argentina. En el Gobierno confían en que el encuentro, tarte o temprano, se concretará.
Luiz Inácio Lula da Silva y Joe Biden
“La relación con el nuevo gobierno de Brasil va a ser importante, amplia, fuerte, se está trabajando muy de cerca sobre una serie de temas de una manera muy positiva, constructiva. Hay esperanza de que eso se va a mantener y a expandir”, dijo el flamante representante Permanente de Washington ante la Organización de Estados Americanos (OEA), el embajador Francisco Mora.
“Yo creo que uno no tiene que tener dudas de que va a haber un amplio nivel de cooperación entre los dos países y los dos gobiernos”, enfatizó.
En el Gobierno se minimizan las rispideces, y se destacan –previsiblemente– las concordancias y los puntos de encuentro. La visita de Dodd, quien tiene línea directa con Biden, y sus reuniones con Alberto Fernández y con el ministro de Economía, Sergio Massa, fueron leídas como gestos sumamente positivos. “No se habló de algo fundamental, pero su presencia fue fundamental”, destacó una alta fuente oficial, que anticipó más reuniones de alto nivel en los próximos meses. Una vez más, se puso el acento en el potencial argentino para aportar gas, litio y comida al mundo.
Presencia incómoda
La relación se mueve sin el drama o el hielo de los años del gobierno de Cristina Kirchner, pero exfuncionarios norteamericanos, como Mark Feierstein o Benjamin Gedan, que trabajaron en la Casa Blanca con Barack Obama, denotan un costo por la falta de consistencia del Gobierno para defender la democracia y los derechos humanos, el uso de la Celac para legitimar a los regímenes de Cuba, Venezuela o Nicaragua –con los que Estados Unidos está enfrentado– o los ataques a la Justicia.
“Esta Casa Blanca hace todo lo posible para demostrar que Estados Unidos está abierto a asociaciones con líderes de izquierda elegidos democráticamente, especialmente la Argentina, Chile y Colombia. Dicho esto, no sorprende que Alberto Fernández nunca haya llegado al Salón Oval”, señaló Gedan, quien dijo que la relación es “normal” y más resistente que antes. “No hay mucho drama y eso es una gran mejora con respecto a la última vez que Cristina tuvo una oficina en la Casa Rosada, pero hay muchas oportunidades perdidas”, completó.
Alberto Fernández y Joe Biden en la Cumbre de las Américas.
La relación tiene una situación incómoda: la condena y las causas judiciales de Cristina Kirchner, causa principal de la ofensiva oficial contra la Justicia. El gobierno de Biden ha incluido entre sus prioridades el combate a la corrupción y la defensa del Estado de derecho. Esta semana, Estados Unidos sancionó al expresidente de Panamá, Ricardo Martinelli; al expresidente de Paraguay, Horacio Cartes Jara, y al actual vicepresidente, Hugo Adalberto Velázquez Moreno, por corrupción. ¿Cristina Kirchner va en ese mismo camino? Ya antes de su condena, un senador republicano, Ted Cruz, había enviado una carta al secretario de Estado, Antony Blinken, para exigir que el Departamento de Estado la sancionara. El tema está instalado en el Capitolio.
“Actualmente hay conversaciones en el Congreso respecto de cuál es la manera más efectiva de avanzar los esfuerzos para sancionar a Cristina Fernández de Kirchner”, dijo a LA NACION una alta fuente republicana en el Congreso.
La decisión, en última instancia, es política, y por eso entre quienes están más familiarizados y siguen de cerca la relación en Washington creen que el tema no pasará a mayores, al menos en lo inmediato. Pero tampoco se irá. Feierstein, actualmente en el Grupo Albright Stonebridge, dijo que la vara para sancionar a un presidente o un vicepresidente suele ser más malta que para un líder político o un ministro, pero se ha hecho. El gobierno norteamericano debe cumplir con requisitos y leyes vigentes, aunque también existen áreas grises y decisiones subjetivas.
El presidente de Uruguay, Luis Alberto Lacalle Pou, y el presidente de Argentina, Alberto Fernández, hablan durante la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Buenos Aires (Gustavo Garello/)
“Diría que las decisiones que está tomando la administración Biden no son ideológicas. No miran a la región sobre bases ideológicas. No se trata de izquierda contra derecha; se trata de democracia versus autocracia, se trata de transparencia versus corrupción. No izquierda contra derecha”, afirmó Feierstein.
El punto alto de la cumbre de la Celac en Buenos Aires fue, justamente, un contrapunto ideológico por la defensa de la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos en la región. Aunque la declaración final de la cumbre expresó su “compromiso con la democracia, la promoción, protección y respeto de los Derechos Humanos, la cooperación internacional, el Estado de Derecho y el multilateralismo”, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, se preocupó por remarcar que había gobiernos en el foro que no respetaban la democracia.
“Hay países acá que no respetan la democracia, los derechos humanos ni las instituciones. No tengamos una visión hemipléjica según afinidad ideológica”, dijo el presidente uruguayo, sin mencionar a Cuba, Venezuela ni Nicaragua, pero en clara referencia a esos países. Alberto Fernández coincidió en su mensaje que la democracia está en riesgo en la región, pero con una diferencia: apuntó contra la “derecha recalcitrante y fascista”. Fernández citó tres hechos: el “golpe” en Bolivia, el ataque del bolsonarismo en Brasilia el 8 de enero, y el atentado contra Cristina Kirchner.