Javier Macherano está destrozado. Avergonzado. Quiere hundirse en un pozo. Siente que les falló a todos, especialmente a los chicos, por no potenciarlos. Le quema la culpa. El primer impulso es marcharse, renunciar, dejar un cargo para el que no estuvo a la altura. Ahora siente que no merece otra oportunidad, y que el castigo por sus errores es el exilio. Nada ni nadie lo calman. Sólo las horas, los días, transformarán el impulso en sentencia o podrán desactivar el escarmiento que parece haberse autoimpuesto luego de la dolorosísima eliminación de la selección argentina Sub 20 del Sudamericano de Colombia sin haber siquiera pasado la primera ronda. Porque el resultado no condena. Es más, muchas veces los resultados no reflejan nada: hay campeones que se las ingenian para disfrazar sus equivocaciones y proyectos llenos de aciertos que terminan en la cuneta.
Javier Mascherano y una imagen que no admite dobles lecturas (JOAQUIN SARMIENTO/)
Perder trae muchas más enseñanzas que las victorias. Es entonces cuando se mide la gestión y la robustez de las convicciones. Allí anudará el desafío para Mascherano si elige quedarse y la AFA lo arropa con genuinas señales de confianza, algo que desde anoche mismo, en el derrumbe de Cali, empezó a activarse: Claudio Tapia quiere que el segundo futbolista con más partidos en la Mayor se quede. Mascherano, en sus primeros pasos como entrenador, en definitiva, otro aprendiz, deberá ser muy sincero interiormente. Y si descubre fuerza, vocación y sus errores (que los cometió, claro), podrá sentirse autorizado a la continuidad. Está frente a jóvenes, y sobrevuela un mensaje: ¿cómo convencerlos de que deben martillar ante el traspié si él se marcha por una precipitada eliminación? “El liderazgo se ve en la derrota y el conductor solo es bueno si ha superado la adversidad”, le habrá escuchado Mascherano decir a Bielsa varias veces. Errar es un camino que, bien conducido, presagia el acierto. A Mascherano le tocaría ser un líder en la adversidad. Sí, como en sus años de fubolista de selección.
“Nadie te acompaña para ayudarte a ganar, y todos te acompañan si has ganado”, es otra frase de Bielsa. Es ahora, Tapia. Ya llevó la Copa del Mundo a San Juan, a Luján, a Mar del Plata y se sacó mil fotos por un éxito maravilloso. Un éxito con mucho crédito personal porque creyó en Scaloni cuando mandaba la desconfianza. De todos modos, con Scaloni nunca tuvo que atravesar esta experiencia: respaldar en el fracaso.
Tapia se subió a un escenario de Mar del Plata con la Copa del Mundo
Porque no se trata de una derrota cualquiera, no, quizás sea la peor de todas en el historial de los juveniles Sub 20 albicelestes, con tres derrotas en cuatro fechas de la etapa de grupos. No participar del Mundial de la categoría en Indonesia, entre otros daños, impide volver a ofrecerles la camiseta a los Garnacho, los hermano Carboni, los Geralnik, los Luka Romero y otros para convencerlos de su opción albiceleste. Por eso el reto es bien relevante para Tapia: nunca el ciclo de Scaloni atravesó por un tembladeral de resultados.
Esta es la oportunidad de Tapia para sostener un auténtico proyecto, el que se declama desde hace un tiempo. La solidez del proyecto se descubre en el dolor y la afrenta. Es la oportunidad para decirle a Mascherano que la AFA no está dispuesta a perderlo. Aunque haya perdido. Aunque otra vez haya perdido, como recuerdan por estas horas los agazapados de siempre. Ser hincha de la selección en Qatar fue fácil.
El dolor de los jóvenes argentinos en la noche de Cali, tras la eliminación (JOAQUIN SARMIENTO/)