Caso Alcàsser: Así se convirtió Anglés en el eterno fugitivo

‘El matador español’, Azuquiqui, Rubén, Sugar, Francisco Partera Zafra, Rubén Darío Anglés Martins. Son las identidades que utilizaba o con las que fue conocido un mismo fantasma cuyo nombre real todavía causa pavor al recordar la atrocidad destapada hace 30 años en el paraje de La Romana de Tous. Antonio Anglés, autor de los asesinatos de Toñi, Míriam y Desirée, es el eterno fugitivo. La ausencia de un cadáver ni de prueba alguna que evidencie que murió al saltar a las heladas aguas irlandesas, desde el buque City of Plymouth en el que se le perdió la pista, han contribuido a agrandar la leyenda del triple asesino y mantener vivas las teorías de la conspiración pese que el coautor de los crímenes de Alcàsser, Miguel Ricart, ya ha cumplido su condena.

Su fuga comenzó hace treinta años precisamente el día en el que fueron hallados los cadáveres de las tres niñas. Aunque para Anglés sus devaneos escurridizos empezaron mucho antes, quizás desde el mismo día en el que no volvió a prisión tras un permiso penitenciario en marzo de 1992.

La pieza más codiciada por cualquier agente de la ley –y de aquellos que nos dedicamos a la información– tejió antes de cometer los asesinatos una serie de escondrijos, muchos de ellos casas en ruinas o abandonadas en el monte, derperdigadas por distintas localidades de la provincia; en Tous, Alborache y Vilamarxant, entre otras. Esos meses huyendo de la Justicia, que en ese momento no tenía mayor preocupación en él, le sirvieron posteriormente para burlar el cerco del mayor despliegue policial de la época.

Estas habilidades de supervivencia para ocultarse en el monte, nada del otro mundo que no hayan hecho delincuentes menos avezados que Anglés, como no hace mucho el bautizado como el ‘Rambo de Requena’ por poner un ejemplo, le permitieron, junto con una serie de casualidades que jugaron a su favor, llegar a Portugal y embarcar como polizón en un barco en el puerto de Lisboa el 18 de marzo de 1993, con la documentación que le compró a un toxicómano portugués que le dio cobijo. Conviene recordar que portaba encima un millón de las antiguas pesetas que le había robado días antes a su madre, una pequeña fortuna en aquellos años con la que poder comprar la voluntad o el silencio de algún marinero. Pero vamos por partes.

Interior del registro en la vivienda familiar de los Anglés en Catarroja. | Ignacio Cabanes

La misma tarde del 27 de enero, día en el que fueron encontrados los cadáveres de las niñas, una decena de agentes de la Guardia Civil se personó en el domicilio familiar de los Anglés, en el Camí Real de Catarroja, buscando al sospechoso en ese momento, Enrique Anglés. Los restos deteriorados de un volante de urgencias del Hospital La Fe con su nombre encontrados cerca de las fosas ubicaban a este hermano en el lugar. Pronto los investigadores supieron que estaban con el hermano equivocado. «Al que le sangra el pito es a Antonio», les indicó.

Durante el registro policial se recibió una llamada del propio Antonio en la que éste le pedía a su hermana que le dijera a ‘El Rubio’, apodo con el que era conocido Miguel Ricart, que acudiese adonde tenían «el plato y la maneta de la moto». Se refería a la caseta de Alborache pero no fue hasta la madrugada cuando los investigadores consiguieron sonsacarle esa valiosa información al único condenado por el triple asesinato, Ricart.

Los frustrados intentos de captura

Para cuando los agentes llegaron a la citada caseta, ya en la mañana del día 28, Anglés ya había puesto pies en polvorosa. Unos excrementos humanos todavía recientes atestiguan que se les escapó por muy poco. Segunda posibilidad de detenerlo que se esfumaba si entendemos que la primera fue en Catarroja y que Antonio huyó al ver el despliegue de efectivos.

Al día siguiente se sabe que se cortó y tiñó el pelo en una peluquería de la Gran Vía Fernando El Católico de València, quitándose el rubio platino que portaba, para posteriormente hacerse unas fotos en un fotomatón de la estación del Norte –posiblemente con el objetivo de obtener una documentación falsa–.

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Tras intentar dormir en una pensión, pero tener que huir de nuevo apresuradamente al ser reconocido por un yonqui, –tercera posibilidad que se esfumaba– Anglés tomó un tren hasta Riba-roja. Desde allí caminó por las vías hasta la estación de Vilamarxant, donde trató de comprarle un coche a una familia gitana. Este había sido uno de sus antiguos escondrijos.

Aquí se produce la cuarta, y posiblemente la posibilidad más real de captura con la información facilitada por esta familia, de atrapar al triple asesino justo cuando acudiera a pagar y recoger el vehículo. Pero en esta ocasión las ansias por capturarlo jugaron una mala pasada, siendo arrestado el hermano menor del fugitivo, mientras Anglés, a solo 200 metros, oculto en un chalé observaba el operativo. Tan solo tuvo que esperar pacientemente unos días a que amainara la tormenta policial en la zona para abandonar su madriguera. Así el 12 de febrero Anglés secuestró a un vecino de Vilamarxant y le obligó a llevarle hasta Minglanilla (Cuenca).

Una vez liberado, este agricultor no dijo nada hasta dos días después, dando así una ventaja extra al fugitivo. Más allá de teorías conspiranoicas, la perspectiva del tiempo permite entender cómo un delincuente común como Antonio Anglés logró eludir a todo un país. Solo el mar sabe si lo consiguió.

Anglés aprovechó su capacidad camaleónica para embarcar en el City of Plymouth en el puerto de Lisboa. Eso, sumado al dinero que le robó a su madre, un millón de las antiguas pesetas, le ayudaron en su fuga.

 

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