Herbaria es un ensayo fílmico que se propone una tarea mágica y trascendente: atesorar la memoria de la flora local y del patrimonio cinematográfico para aquellos que aguardan en el futuro. Y lo hace con la ligereza del curioso y la astucia del analista que mira, recoge impresiones y modela en sus imágenes las titánicas tareas de conservación del tiempo pasado.
Leandro Listorti, el director de Herbaria y ganador del premio al mejor director de la Competencia Argentina del último Festival de Cine de Mar del Plata, es especialista en preservación del acervo cultural, trabaja en el Museo del Cine “Pablo Ducrós Hicken” y es entusiasta de la naturaleza. Herbaria es su tercer largometraje, una apuesta por el cine documental y el compromiso con su tarea profesional, pero también con sus pasiones descubiertas, que tienen forma de flores y fotogramas. La película se presenta todo el mes de enero en el Museo Malba y es una única oportunidad para recorrer ese camino impensado que une al cine con la botánica.
“La idea [de la película] surgió a partir de mi interés por la naturaleza. Al tratar de saber más sobre ese mundo, descubrí los herbarios y cómo esos lugares y las tareas que allí se realizan son muy parecidos a los espacios y a las tareas que llevamos adelante en un archivo cinematográfico”, explica Listorti en diálogo con LA NACIÓN. “En base a ese hallazgo y al hecho de pensar el material fílmico como algo vivo y orgánico es que comencé a imaginar las posibilidades de relacionar ambos mundos en apariencia tan disímiles. Preguntándome qué similitudes y contradicciones podrían compartir u oponerse. Ambos mundos trabajan con materiales sumamente frágiles y delicados, y los objetivos son los mismos: conservar, preservar y hacer que estos elementos puedan ser conocidos y disfrutados por futuras generaciones”.
A lo largo del documental, Listorti recorre los espacios de preservación, tanto los herbarios de distintos puntos del país como las salas en museos y cinematecas donde se manipula el fílmico para su cuidado y conservación. La cámara observa maravillada la minuciosidad de cada tarea, el esplendor manual de sus operaciones, el cuidado de aquello que está expuesto al deterioro. Pero, al mismo tiempo, recoge el pasado de cada disciplina, los nombres que parecen cruzar de uno a otro territorio, aquellos que trajeron herbarios de Europa antes de la guerra para retener el patrimonio local en nuestras tierras, quienes dedicaron su vida a rastrear películas perdidas, defender su puesta en valor como parte activa de la memoria cultural de un país.
Herbaria (2022), de Leandro Listorti.
“La gestación de un legado es muchas veces el producto de una tarea anónima y pequeña. En la película aparecen y se mencionan grandes figuras de las ciencias naturales como Humboldt, Cristóbal Hicken o Hieronymus Bock, y grandes figuras de un cine personal como Narcisa Hirsch, Pablo Ducrós Hicken y Claudio Caldini. Cada uno a su manera ha dejado un legado y ha trascendido con sus obras, trabajando de manera artesanal y apasionada”, destaca el director. “Muchas veces las instituciones dependen de individuos, de su decisión y pasión por lo que hacen. El tiempo, un tema central en la película, es quien determina de qué manera esas tareas diarias y anónimas pueden o no convertirse en un legado trascendente. Nosotros como conservadores no podemos manejar la importancia de un legado, pero sí debemos lograr que esos trabajos estén accesibles de la mejor manera posible a través del tiempo”.
En tanto ensayo documental, Herbaria propone un recorrido audaz y juguetón por esas posibles conexiones entre cinematecas y herbarios sin atisbo alguno de solemnidad, impulsado por la genuina curiosidad, el humor y cierta consciencia sobre la importancia de cuidar nuestro pasado de la erosión del tiempo. El compromiso de esa tarea marida con la libertad que asume la película en sus decisiones formales. “La puesta en escena está determinada por dos líneas de interés: por un lado, la exploración de los trabajos y los procesos que se llevan a cabo en cada una de las tareas de preservación; y por el otro, el registro de las distintas manifestaciones de la naturaleza”. A esa atención a los procesos de trabajo y a su combinación con el esplendor de la naturaleza se agrega la textura del fílmico, lo cual otorga una dimensión concreta, casi al alcance del tacto, de ese mundo registrado. “Filmamos en 16 mm y, a diferencia de lo que sucede con el digital, el material fílmico es limitado, por lo que debíamos pensar muy bien de antemano qué era lo que queríamos obtener de cada situación y hasta donde estábamos dispuestos a dejar entrar lo imprevisible.”
Dentro de eso imprevisible está el hallazgo de la flor como símbolo de unión entre ambos mundos: flores coloridas, desplegando sus pétalos, mecidas por el viento o surcadas por la luz solar que, aún registradas hace más de cien años, parecen hoy vivas como entones. “La flor es como el paisaje: resulta muy difícil capturar su grandiosidad, los volúmenes, los colores, los olores. Los sentidos juegan un rol fundamental. Y entonces cada intento es un ensayo por capturar algo que ya sabemos imposible de apresar, una empresa destinada al fracaso. Un poco como el trabajo de preservación fílmica”, explica Listorti. Retener el pasado de su extinción siempre fue una tarea del cinematógrafo, una búsqueda de inmortalidad laica que ofrecen las películas. Pero las películas tampoco son eternas, están sometidas al deterioro de sus materiales, a la desidia de organismos y funcionarios.
Herbaria (2022), de Leandro Listorti.
La película comienza con datos alarmantes: la pérdida de más de 500 especies de plantas en los últimos 200 años y la destrucción de casi el 90 por ciento del cine silente argentino. A ello se suma un porcentaje creciente del cine sonoro clásico que se deteriora día a día. La sensación de pérdida inevitable invade el ánimo de las imágenes en sintonía con un pulso inverso, la necesidad urgente de su conservación. “La falta de una Cinemateca Nacional en funcionamiento sigue siendo una sombra muy grande para todo el patrimonio audiovisual argentino. En el Museo del Cine, desde que Paula Félix Didier está al frente, se ha hecho mucho por la recuperación del patrimonio audiovisual aunque a una escala metropolitana. También se crearon cinematecas provinciales que comienzan a hacer el trabajo que no se hizo en décadas. Lo lamentable es que no es un trabajo que sea retroactivo: las imágenes y los sonidos de nuestra cinematografía que se perdieron en todo este tiempo ya nunca van a poder ser recuperados. La ausencia histórica del Estado en tareas de preservación audiovisual nos deja en una posición aún más frágil como espectadores, como productores y como ciudadanos. Y es sólo ese esfuerzo de resistencia, de individuos, de privados, el que viene haciendo una diferencia mínima. Es ese pulso de resistencia el que estaba en el germen de la película”.
La resistencia que delinea Herbaria radica en la intrépida tarea de rescatar aún eso que no está considerado como importante para otros, de hallar lo valioso fuera de la utilidad inmediata, de gestar la conciencia de una memoria que solo se adquiere con el tiempo. Preservar plantas o películas es parte de una carrera contra el tiempo pero para quienes la realizan también encierra un placer íntimo, mínimo. “Guardar, coleccionar, rescatar sin un objetivo específico, sin un resarcimiento inmediato ni por un bien trascendental resulta liberador y, en la actualidad, de alguna manera revolucionario”, concluye el director. Y en ese atisbo de revolucionaria resistencia, la película apela tanto a miradas comprometidas como maravilladas, aquellas que encuentran en el descubrimiento de lo pasado el inicio de todo posible futuro.