La primera y modesta señal de que había dejado, al menos por noventa días, la cárcel cultural de la Argentina en 1979, la tuve en la escala del aeropuerto de Río de Janeiro en el vuelo que me llevaba a París. En un quiosco de diarios del primer piso, que también vendía libros, encontré una curiosidad de la que jamás había oído hablar, pero cuya contratapa me sedujo: lectura ideal para un avión. Era un descubrimiento tardío, pero fructífero, Hollywood Babylon, de Kenneth Anger, el director underground de cine de vanguardia, que se había consagrado con ese título literario como best seller de una recopilación de artículos escritos para provocar escándalo y vender.
El crítico Marcelo Stiletano mencionó precisamente a ese autor y a esa obra en la crítica que hizo el jueves pasado de la película Babylon, de Damien Chazelle. Es un de los pocos que han señalado en el país y en el extranjero cuánto le deben éste y su producción a Anger (nacido en 1927). Podría decirse que la primera parte de la flamante producción norteamericana resume el espíritu de las páginas desorbitadas en las que Anger contó, algunos dicen “más bien imaginó”, la vida orgiástica de la capital del cine en la década de 1920. Chazelle no llevó a la pantalla ninguno de los capítulos de Anger y, en cierto sentido, los resumió a todos.
La primera edición de esa hoguera de chimentos no se publicó en los Estados Unidos por temor a la censura y a los juicios; sino en 1959, en francés, en la editorial Jean Jacques Pauvert. La primera edición estadounidense apareció en 1965, lanzada por Associated Professional Services de Pehoenix. La segunda, de 1975, llevó el sello de Straight Arrow Press de Rolling Stone. Hubo muchos problemas legales. En un capítulo, se contaba que la actriz Clara Bow había tenido relaciones sexuales con todo el equipo de fútbol americano de la Universidad del Sur de California, en el que jugaba el jovencísimo John Wayne. Se ha negado, probado, vuelto a afirmar y vuelto a negar la verdad de todo lo afirmado por Anger.
Durante la década de 1920, Hollywood era la sede temporaria de Sodoma y Gomorra, por cierto, perfeccionada. Con todo, había en el mismo comienzo de Hollywood Babylon una señal de que el autor no era un cualquiera. El epígrafe era: “Cada hombre y cada mujer es una estrella”. La frase lleva la firma del británico Aleister Crowley (1875-1947), uno de los satanistas más famosos del siglo XX, personaje de un cuento del gran escritor italiano Leonardo Sciascia.
Desde muy chico, Anger, de familia presbiteriana, se había interesado en el ocultismo e iniciado en la lectura de textos esotéricos. En plena juventud, se fue a Europa y pasó una temporada en Inglaterra. Allí leyó a Crowley y se hizo adepto de Thelema (del griego, “voluntad”), la creencia cuyo líder era el satanista. A su vez, éste había llegado a Thelema por un remoto maestro, el escritor francés François Rabelais. Los seguidores de esa fe eran conocidos como “thelemitas”.
Las dos frases que sintetizaban Thelema, tal como las recibió Crowley, eran: “Haz lo que tú quieras, será toda Ley”; y, “Amor es la ley, amor bajo voluntad”. Crowley fundaría la Abadía de Thelema en Cefalú, ciudad de la costa siciliana. Anger y Crowley llegaron a ser muy amigos. Más tarde, la serie de cortometrajes de Anger, de imágenes muy sugestivas, sexuales y místicas, a la vez, despertaron el interés del gran biólogo, sexólogo y entomólogo, Alfred Kinsey, autor de los célebres Kinsey Reports. Crawley, Kinsey y Anger terminaron por formar un grupo de investigación e intercambio intelectual. Otro famoso seguidor de ese grupo fue Mick Jagger, que le puso música a Invocation of my Demon Brother, uno de los cortos de Kenneth.