Pensamiento por delivery. El precio de la pereza mental

Más importante que la libertad económica o política, sobre las que tanto se habla, se escribe y se declama, es la libertad mental, que tan poco parece experimentarse. En 1939, la filósofa británica Susan Stebbing (1885-1943) publicó un libro titulado Thinking to some purpose (Pensando en algún propósito), que alcanzó de inmediato gran difusión y popularidad, y con el cual se proponía ofrecer, según rezaba su subtítulo, “un manual de primeros auxilios para despejar el pensamiento, que muestra cómo detectar falta de lógica en los procesos mentales de otras personas y cómo evitarlos en los nuestros”. Si Stebbing, la primera mujer que tuvo una cátedra de filosofía en Gran Bretaña, y una pensadora muy respetada y consultada en su momento y de fundada vigencia hoy, viviera en este tiempo, seguramente seguiría sosteniendo lo que afirmaba en aquel libro: “No es suficiente tener libertad de prensa e instituciones parlamentarias. Nuestras dificultades se deben en parte a nuestra propia estupidez, en parte a la explotación de esa estupidez y en parte a nuestros propios prejuicios y deseos personales”.

Quien piensa claro habla claro, elabora ideas propias, puede fundamentarlas con argumentos lógicos. Pobreza y errores de vocabulario son pobreza y errores de pensamiento (Fundación CTIC/)

Le preocupaba la pereza mental que lleva a las personas a repetir frases hechas, a hablar por boca de ganso, a adoptar palabras solo porque las oye, sin conocer ni entender su significado. Hoy abundan estas cuestiones en las conversaciones, en los textos, en los medios, en los discursos, en las cátedras, en las redes sociales. Se desenfunda con total ligereza (y en muchos casos con impunidad) términos como “polémica”, “disruptivo”, “deconstruir”, “contundente”, “interpelar”, “inspirador”, “filtrar”, “clave”, “gobernanza”, “estremecedor” y hasta el muy meneado “género”, por citar apenas una decena de cientos de palabras que abundan y que lastiman ojos y oídos además de oscurecer la comprensión. Esto es producto de las disfunciones del pensamiento que Stebbing analiza en su libro.

La filósofa sostenía que las personas son verdaderamente libres cuando pueden pensar con claridad y por cuenta propia. Algo que no ocurre cuando proliferan dos tipos de pensamiento que ella analizó. El “pensamiento en maceta” y el “pensamiento en conserva”. El primero se funda en la repetición de eslóganes que suenan atractivos, pero no tienen contenido, en muletillas, lugares comunes e ideas que se dan por ciertas sin haberlas comprobado. Al segundo lo comparaba con la carne enlatada. Hoy podríamos llamarlo “pensamiento por delivery”, y es el que se escuda en metáforas, en palabras ajenas que se repiten como loros, en ejemplos que se escuchan en un lugar y se trasladan a otro, donde pierden su significado o este es tergiversado. “¡No aceptes la metáfora demasiado rápido!”, advertía Stebbing.

Entre palabra y pensamiento hay una relación directa e indestructible. Quien piensa claro habla claro, elabora ideas propias, puede fundamentarlas con argumentos lógicos. Pobreza y errores de vocabulario son pobreza y errores de pensamiento. Un par de años atrás, Christophe Clavé, profesor de estrategia de la Escuela de Estudios Superiores de Comercio de París, y autor del libro Los caminos de la estrategia, escribía: “Diversos estudios demuestran la disminución del léxico y el empobrecimiento del idioma: no solo se trata de la reducción del vocabulario utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un pensamiento complejo”. Y agregaba: “Menos palabras y menos verbos conjugados significan menos capacidad de expresar emociones y menos capacidad de procesar el pensamiento”.

De regreso a Stebbing, si se recuerda que su libro se publicó en 1939, año de inicio de la Segunda Guerra, esa devastadora tragedia universal, se certifica por qué la filósofa temía las consecuencias de la pobreza de pensamiento. La pereza mental no es gratis, ni individual ni colectivamente.

 

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