Hay que imaginar las piezas de un mecano, pero no para niños, sino para gigantes: aspas del tamaño del Big Ben, generadores del tamaño de una escuela, postes y rotores tan pesados que deben ser rotados cada 20 minutos para que no colapsen por su propio peso. Todas esas piezas se encuentran desparramadas sobre una extensión del tamaño de 150 canchas de fútbol, y cuando sean ensambladas darán forma a construcciones que rivalizarán con la Torre Eiffel, aunque más útiles: turbinas eólicas que serán plantadas en algún lugar del Mar del Norte.
Bienvenidos a Esbjerg, Dinamarca, corazón de la industria eólica offshore de Europa. Dos tercios de los aerogeneradores que giran actualmente frente a las costas de Europa, suficientes para alimentar de energía eléctrica a 40 millones de hogares, fueron ensamblados en esta ciudad portuaria de 72.000 habitantes. Y los gigantes de Esbjerg recién empezaron a jugar. El operador del puerto de la ciudad tiene planes para casi triplicar la capacidad de manejar proyectos eólicos para 2026. Las empresas locales de ingeniería que antes trabajaban para la industria de los combustibles fósiles ahora tienen de cliente al sector eólico. La tecnológica Meta adquirió 212 hectáreas de tierras en las afueras de Esbjerg para construir un centro de datos para sus redes sociales alimentado por energías renovables. Mar adentro, ya se está en marcha el tendido de los cables que transportarán el 30% del tráfico internacional de datos que ingresan a Noruega. Para compartir la exitosa experiencia de su ciudad, el alcalde de Esbjerg ha viajado a lugares tan remotos como Washington y Vietnam.
Con una dosis de pensamiento estratégico y un poco de suerte, una hilera de ciudades costeras como Esbjerg podrían crecer hasta convertirse en la nueva economía del Mar del Norte. Eso ayudaría a Europa a cumplir con sus ambiciosos objetivos climáticos y equilibrar sus recursos energéticos para dejar de depender de países gobernados por tiranos, como la Rusia de Vladimir Putin. Los flamantes gigantes corporativos del sector podrían darle a Europa su mejor, y tal vez última oportunidad de seguir siendo relevante a nivel global. Y ese desarrollo también podría alterar el equilibrio político y económico del continente, generando una alternativa al desgastado y exigido motor francoalemán.
El Mar del Norte siempre ha sido económicamente importante. No solo baña las costas de seis países —Bélgica, Gran Bretaña, Dinamarca, Alemania, Noruega y Países Bajos—, sino que es el punto de intersección de infinidad de importantes rutas comerciales. El sector pesquero recoge los beneficios de las fuertes mareas que remueven los nutrientes de su poco profundo lecho marino, donde a lo largo del siglo XX también se descubrieron importantes reservas de gas y petróleo. El pico máximo de esa extracción se dio durante la década del ‘90, cuando Gran Bretaña y Noruega, los dos mayores productores de combustibles fósiles del Mar del Norte, extraían 6 millones de barriles de crudo por día, la mitad de lo que extrae actualmente por día Arabia Saudita. Pero ahora que ese tesoro enterrado bajo el agua se está agotando y cae la demanda de lo que queda por preocupaciones medioambientales, el turbulento Mar del Norte está encontrando una nueva y lucrativa utilidad.
Y la mayor apuesta es por un recurso que en el Mar del Norte es inagotable: el mal clima. Con vientos de una velocidad promedio de 10 metros por segundo, el Mar del Norte es uno de los más encrespados del planeta. El fondo del Mar del Norte es bastante blando, y eso facilita la fijación de las turbinas al lecho marino. Además, su profundidad no suele superar los 90 metros, lo que permite instalar los parques eólicos bien alejados de la costa, donde los vientos son más constantes. Ed Northam, del Grupo Macquarie, que tiene inversiones en el 40% de todos los parques eólicos offshore que funcionan en Gran Bretaña, dice que en mar abierto las turbinas trabajan al 60% de su capacidad, en comparación con el promedio de 30/40% de los aerogeneradores terrestres.
Un barco pesquero pasa frente a las turbinas eólicas entre la osla de Langeoog y Bensersiel en la costa alemana del Mar del Norte,
En 2022, los países del Mar del Norte subastaron 25 gigavatios (GW) de capacidad de energía eólica, y se convirtió por lejos en el año de mayor actividad. Y para los próximos tres años ya hay programadas licitaciones por valor de casi 30 GW. Se espera que las nuevas conexiones anuales aumenten de los 4 GW actuales a más de 10GW para fines de la década de 2020. En una reunión celebrada en Esbjerg en mayo, la Comisión Europea y cuatro países del Mar del Norte acordaron instalar 150 GW de capacidad eólica para el año 2050, el quíntuple del total actual de Europa y el triple del total mundial. En septiembre, a ese grupo se sumaron otros cinco países y elevaron la cifra a 260 GW, equivalente a 24.000 de las turbinas más grandes que existen en la actualidad.
Aumento exponencial
Tanta ambición es posible gracias a la versión eólica de la “ley de Moore”, que describe el aumento exponencial de la potencia informática. Hace tres décadas, el primer parque eólico marino del mundo, Vindeby, en Dinamarca, constaba de 11 turbinas y tenía una capacidad total de 5 megavatios (mw). Hoy, una sola turbina puede generar 14 mw y un parque eólico puede contener más de 100 de ellas. Además, con cables y transformadores más resistentes para convertir la corriente alterna en corriente continua —que puede viajar largas distancias sin grandes pérdidas— es posible generar más energía y más lejos de la costa.
El resultado es que varios parques eólicos que se están instalando superan 1 GW de capacidad, la producción típica de una planta nuclear. El parque ubicado en Dogger Bank -entre 130 km y 200 km frente a la costa británica y que entrará en funcionamiento en unos meses-, registrará un récord de 3,6 GW cuando llegue a su plena capacidad en 2026. Las grandes economías del mundo están reduciendo costos, lo que hace que la energía eólica marina sea competitiva frente a otras fuentes energéticas. En julio, Gran Bretaña adjudicó contratos a cinco proyectos, incluido el de Dogger Bank, por un valor de 44 dólares el megavatio-hora, apenas un 15% del precio mayorista actual de la electricidad en ese país.
Pero el mal tiempo no siempre es una bendición y sus caprichos pueden generar problemas. Una de las formas de aprovechar esa variabilidad de la energía eólica es utilizarla para dividir las moléculas de agua para producir combustibles “verdes”, como el hidrógeno y el amoníaco. En mayo, la Comisión Europea y los dirigentes de la industria pesada se comprometieron a multiplicar por diez la capacidad de fabricación de electrolizadores de la Unión Europea para 2025, lo que para 2030 le permitiría producir 10 millones de toneladas de combustibles ecológicos. La Comisión también ha propuesto la creación de un “banco de hidrógeno”, capitalizado con US$3200 millones, para ayudar a financiar proyectos del sector.
Los inversores están fascinados. En agosto, Copenhagen Infrastructure Partners, una firma de capital privado, informó haber recaudado US$3000 millones para invertir exclusivamente en activos de hidrógeno. Y en Europa se ha anunciado una docena de proyectos: los tres más grandes suman 20GW de energía verde.
Eventualmente, la red energética del Mar del Norte podría tomar la forma de un archipiélago de “islas de energía” que alberguen personal de mantenimiento de parques eólicos, sumen electricidad y produzcan hidrógeno para ser transportado a tierra en barco o por tuberías. Según la firma de investigación SINTEF, hay 10 esquemas de ese tipo en evaluación. En 2023 saldrá la licitación para la construcción de North Sea Energy Island, un atolón artificial a 100 kilómetros frente a la costa danesa, que funcionará como un centro para diez parques eólicos cercanos, con enlaces a países vecinos.
Oferta ampliada
Pero la nueva economía del Mar del Norte va mucho más allá del sector energético. Por el fondo de ese mar no sólo fluirán la electricidad y el hidrógeno: también lo hará el dióxido de carbono. Algunas industrias, como la cementera o la química, son difíciles de descarbonizar, pero el CO2 que liberan puede recolectarse y bombearse a yacimientos de gas agotados en lo profundo del Mar del Norte.
Otro producto valioso que atraviesa ese mar es la información. Los países del Mar del Norte son un excelente lugar para almacenar y procesar datos. Los bajos precios de la electricidad abaratan el procesamiento de números, que consume mucha energía. Además, el clima frío permite refrigerar los centros de datos haciendo circular simplemente el aire exterior, en lugar de usar costosos sistemas de enfriamiento. La región cuenta con una fuerza laboral altamente calificada, instituciones estables y algunas de las leyes de datos más avanzadas del mundo.
Kairyu, la gigante turbina submarina que Japón espera convertir en el “futuro de la energía”
Como ocurre con todos los grandes cambios, algunos ya detectan problemas. Según advierte Christer Tryggestad, de la consultora McKinsey, la energía renovable igual seguirá siendo más barata en otros lugares. En vez de invertir en el Mar del Norte y sus alrededores, las empresas podrían mudarse a lugares soleados, como el Medio Oriente o España. No todo el mundo está convencido de que la Unión Europea pueda cumplir sus ambiciosos objetivos de aumentar la producción de energía eólica offshore. Los fabricantes de turbinas ya se quejan de que la obtención de los permisos para nuevos parques eólicos tardan una década o más, y las empresas de servicios eólicos offshore advierten que pronto se quedarán sin personal y maquinaria para mantener abastecida la demanda.
Si se superan esos problemas, la nueva economía del Mar del Norte tendrá un impacto trascendente para Europa. A medida que el epicentro económico de continente se desplace hacia el norte, también lo hará el epicentro político, predice Frank Peter, de Agora Energiewende, un grupo de expertos alemán. Y eso podría modificar el equilibrio de poder dentro de los países costeros. La costa de Bremen, uno de los estados más pobres de Alemania, podría ganar influencia en detrimento de Bavaria, rica, pero sin costas. A nivel europeo, Francia y Alemania —cuyo poderío industrial fue el puntal de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, antepasada de la UE—, podrían perder cierta influencia frente a un nuevo bloque liderado por Dinamarca, los Países Bajos, Noruega y Gran Bretaña. Tal vez los franceses y los bávaros tengan motivos para no querer una “Comunidad de energía eólica” de facto en el Mar del Norte, pero ese desarrollo le daría a Europa en su conjunto el impulso económico y geopolítico que tanto necesita.