El “carnicero de Lyon” llegó a La Paz con un pasaporte legítimo, otorgado por la Cruz Roja. En su solicitud de ingreso al país, que tramitó en el consulado boliviano en Génova, en marzo de 1951, se presentó como Klaus Altmann Hansen. El apellido falso le había sido otorgado por la US Ariny Counter Intelligence Corps, antecedente de la CIA, como parte de pago por sus servicios en la lucha anticomunista de la post guerra.
En el puerto de Génova embarcó en el buque Corrientes, propiedad de Alberto Dodero, que lo trajo a Buenos Aires. Lo acompañaron su mujer, Regina Wilhems, y dos hijos, Ute y Klaus. Se hospedó durante algunos días en el hotel Dorá, sobre la calle Maipú, y luego continuó viaje hacia el altiplano.
Los pasaportes de la Cruz Roja, con nombres falsos, usados por Josef Mengele, Klaus Barbie y Adolf Eichmann (BBC Mundo/)
“Cuando llegué a Bolivia presencié un espectáculo muy reconfortante: un desfile de la falange socialista boliviana. Marchaban con sus uniformes fascistas y cantaban. Verlos me hizo mucho bien. Además, yo sabía que en Bolivia había una comunidad alemana muy fuerte. Eso me decidió”, recordó el oficial de las SS en la primera entrevista que concedió en su vida.
Se radicó en la localidad de Llojeta, en el interior del país. Durante un tiempo cultivó un bajísimo perfil. Su primer trabajo fue como capataz en un aserradero. Trabajando con la madera descubrió el árbol de la quina, de gran fama mundial gracias a las propiedades farmacológicas y medicinales de su corteza. Reestableció contacto con amigos en Europa, algunos de sus antiguos camaradas nazis, y comenzó un nuevo negocio: la exportación de la quina. El 7 de octubre de 1957 adoptó la nacionalidad boliviana. Amaba su nuevo país… pero, por sobre todas las cosas, amaba que Bolivia no tuviese convenio de extradición con Francia y Alemania. Le adjudicaron el documento de identidad número 131.090.
Klaus Barbie, con uniforme nazi. En mayo de 1942 fue destinado a Lyon, Francia. Allí se ganó el apodo de “El Carnicero de Lyon” como jefe de la Gestapo local.
Klaus Altmann, que se presentaba como “ingeniero de la marina”, hizo buenos amigos en el ejército boliviano. Su poder de influencia creció con los distintos gobiernos de facto. Se convirtió en asesor de dictadores. Les enseñaba a combatir los movimientos guerrilleros que se multiplicaban en la región. Convenció al dictador René Barrientos de la conveniencia de que Bolivia, país sin litoral marítimo, tuviera una marina mercante. Ese fue el origen de la “Compañía Transmarítima Boliviana”, creada con capitales públicos y privados, de la que el jerarca nazi fue nombrado gerente general.
De pronto, Altmann dejó de lado la exportación de quina para concentrarse en un negocio mucho más rentable: la importación de armamento. Rifles, municiones y vehículos de combate blindado. Los famosos Panzers. Así logró una posición económica acomodada. Historiadores locales destacan que, en junio de 1967, durante la guerra de los Seis Días, el excomandante de las SS habría vendido armamento a Israel.
Por sus servicios a los dictadores, el Ejército de Bolivia lo nombró “Teniente Coronel Ad-Honoren” (sic) y le otorgó la cédula militar e identidad personal número 33300252. En la foto carnet, aparece con uniforme boliviano.
La cédula de identidad de Klaus Barbie, donde lo reconocen como “teniente coronel ad-honorem”
La caza del jerarca nazi
Klaus Barbie comenzó a frecuentar el Club Alemán de La Paz. Allí se relajó, dejó de cuidar las formas. El embajador alemán Walter Motz pidió su expulsión luego de descubrir que utilizaba el saludo fascista “Heil Hitler”. Las quejas llegaron a Bonn, donde comenzó un proceso de investigación sobre su verdadera identidad. Sin embargo, por alguna misteriosa razón, no prosperó.
La suerte de Klaus Altmann comenzó a cambiar en 1969, cuando el presidente Barrientos murió en un accidente de helicóptero. El nazi perdió respaldo. Para colmo, dos años después quebró la empresa Transmarítima Boliviana. Desorientado, dejó Bolivia y se estableció en Perú.
Solía visitar Lima con frecuencia, para hacer negocios y para encontrarse con su viejo amigo Friedrich Schwend, también comandante de las SS, quien pasó a la historia como director de ventas de la Operación Bernhard (que consistía en falsificar billetes de libras esterlinas para financiar las compras alemanas en el exterior y, al mismo tiempo, desestabilizar la economía inglesa).
La fuga de Schwend de Europa tuvo grandes similitudes con la de Barbie: después de la guerra colaboró con los servicios de inteligencia norteamericanos, quienes lo ayudaron en su escape. El sistema tenía nombre propio: “la ruta de las ratas”. Tan tranquilo estaba en Perú que usaba su nombre verdadero, aunque castellanizado: era “don Federico Schwend”. Todos lo conocían como “el nazi peruano”.
Fue durante una reunión en casa de Schwend, en el distrito de Chaclacayo, cuando un empresario peruano descubrió la verdadera identidad de Altmann. Primero se lo comentó a un amigo periodista alemán. Finalmente, el 28 de diciembre de 1971, el empresario y el periodista advirtieron a Serge y Beate Klarsfeld, reconocidos “cazadores de nazis”. A través de ellos supieron el paradero de uno de los mayores criminales de guerra y su nombre de fantasía.
Beate y Serge Klarsfeld revelaron detalles de la captura de Klaus Barbie en sus memorias.
En los primeros días de enero de 1972, Albert Brun, corresponsal en Lima de la agencia AFP, recibió un encargo desde París: entrevistar a Klaus Barbie y desenmascararlo. Coordinó el encuentro con Federico Schwend. Durante el reportaje, el “carnicero de Lyon” no se despegó de su libreto: sostuvo que su apellido era Altmann, que jamás estuvo en Francia y que no integró la Gestapo. Según sus palabras, en la Segunda Guerra fue “un simple capitán del ejército alemán”. Brun, que en un principio le creyó, le pidió que para demostrar su inocencia se dejara tomar unas fotos. Así fue como Nicole Bonnet, fotógrafa del diario Le Monde, tomó la célebre foto de Barbie lustrándose los zapatos en la Plaza San Martín. Esta imagen dio la vuelta al mundo, confirmó la identidad y paradero del uno de los peores criminales de guerra. Klaus Barbie regresó a Bolivia.
Klaus Barbie en Lima. La imagen, tomada por Nicole Bonnet, fue la que reveló su identidad al mundo.
“Yo soy un nazi convencido”
Beate Klarsfeld, de 29 años, llegó a Lima acompañada por Ita Hallaunbrenner, cuyo marido había sido torturado y fusilado por Barbie. Sus tres hijos, de 14, 8, y 5 años, no corrieron mejor suerte: fueron enviados a los campos de exterminio por órdenes de Barbie. Juntas dieron una conferencia de prensa para alertar a la opinión pública internacional sobre los crímenes cometidos el jerarca nazi. Después volaron a La Paz, siguiendo sus pasos.
Los medios más importantes del mundo se comprometieron con la noticia y enviaron a sus corresponsales a La Paz para registrar la caída del “carnicero de Lyon”. La Justicia boliviana, que no quería enfrentar el caso, cedió ante la presión internacional. El 19 de enero de 1973, hace exactamente 50 años, Klaus Barbie fue detenido. Pero lo apresaron por un trámite administrativo: “averiguación de identidad”. Lo único que preocupaba a los bolivianos, el único delito que investigarían, era si el brutal jerarca nazi había mentido con su apellido: ¿era Altmann o Barbie? No iban a tener en cuenta la brutalidad de los crímenes que había cometido. Durante los dos juicios “en ausencia” que se sucedieron en Francia, en 1952 y 1954, Barbie fue acusado de 11.311 encarcelamientos, 290 violaciones, 7.500 deportaciones y 4.342 muertes. Además, se lo describió como un torturador sádico. Las dos veces fue condenado a muerte.
Inquirido por el fiscal boliviano, Klaus Barbie insistió en que su apellido era Altmann. Dijo que lo había heredado de su padre, Meter Altmann. Y destacó que Klaus Barbie era su nombre de guerra. Lo que quería dejar en claro, en realidad, es que jamás había engañado al Departamento de Migraciones.
Alfredo Serra, maestro de periodistas, entrevista al criminal de guerra nazi Klaus Barbie en una cárcel de Bolivia, en 1973 (Ricardo Alfieri Hijo / Imagen coloreada de la original/)
En la Penitenciaría Nacional, también conocida como El Panóptico de San Pedro, Klaus Barbie solo recibió al periodista Alfredo Serra y al fotógrafo Ricardo Alfieri (h), enviados especiales de la revista Gente. En la celda 12, segundo piso, concedió la primera entrevista de su vida. Se imprimió con chapa de “Primicia Mundial” y la revista Paris Match lo reprodujo en Francia.
Negó el holocausto: “¡Por favor! No me salga con la novelita de los seis millones de judíos muertos”. Dijo que no mandó a matar a ningún judío: “A ninguno. Yo no tuve que ver con los campos de concentración, ni con las cámaras de gas. Yo fui jefe de un cuerpo especial entrenado para reprimir guerrillas. No debo ser comparado con Bormann, con Menguele, con ninguno de ellos”. No mostró arrepentimiento: “¿Por qué? ¿De qué? En la guerra todos matan. En la guerra no hay buenos ni malos. Yo soy un nazi convencido. Admiro la disciplina nazi, estoy orgulloso de haber sido comandante del mejor cuerpo del Tercer Reich, y si volviera a nacer mil veces, mil veces sería lo que fui. Para Alemania o para Bolivia”. Contó que en 1966 regresó a Francia: “¿Y sabe qué? Llevé flores a la tumba de Jean Moulin. Fue mi mejor enemigo, el más difícil, el más digno”. Y se mostró seguro de que jamás sería juzgado por sus crímenes: “La imaginación de la gente vuela muy alto. Nadie puede sacarme de Bolivia. Soy ciudadano boliviano y me asisten los mismos derechos que a cualquiera en esta situación. No hay convenio de extradición entre Bolivia y Francia, le recuerdo…”.
-Pero usted está acusado de haber ordenado el fusilamiento de más de 20 mil hombres de la Resistencia. ¿Cómo se siente alguien que ha hecho algo semejante?
Barbie: Yo soy un soldado. Estudié y me entrené para eso. Soy un SS. ¿Sabe usted bien qué es un SS? Es algo así como un superhombre. Un profesional elegido personalmente por Hitler. Un combatiente al que se le han analizado cuatro generaciones de sangre antes de conferirle el honor de integrar este cuerpo. ¿O usted cree que cualquier idiota puede ser un SS? Yo tengo estudios de Derecho, de Filosofía…
El texto completo fue reproducido en el libro Nazis en las sombras, una compilación de textos del genial Alfredo Serra, maestro de periodistas, publicado en 2008 por Editorial Atlántida.
El juicio postergado
Pocos días después de su entrevista con Alfredo Serra, Klaus Barbie fue liberado. La Justicia boliviana comprendió que no había incurrido en ningún delito. Permaneció en La Paz, protegido por los narcodictadores Hugo Banzer y Luis García Meza Tejada, en cuyos golpes de Estado participó activamente. Organizó grupos parapoliciales en los que el régimen canalizaba la represión. El más famosos fue “los novios de la muerte” (cuyo nombre está inspirado en la canción que solía cantar la Legión Española). Sabía que su suerte estaba atada a la ideología del presidente de turno. Finalmente, en 1983 asumió el gobierno de Hernán Siles Zuazo que, en coordinación con Francois Miterrand, extraditó a Klaus Barbie a Francia. Tenía 67 años.
Las dos condenas a muerte en su contra habían quedado sin efecto: en 1981 Francia había abolido la pena de muerte. En 1987, cuando finalmente enfrentó al tribunal en Lyon, muchos de los crímenes habían prescripto. Fue acusado, principalmente, por la deportación de 44 niños judíos refugiados en una colonia de Izieu a Auschwitz y Ravensbrück en agosto de 1944. También por la deportación de la Lyon Union Générale des Israélites en Francia. Y también por la deportación en “el último tren”, cuando mandó 600 personas a campos de concentración cuando era inminente la ocupación de Lyon por parte de las tropas aliadas. Fue muy cuestionado que Barbie no enfrentara cargos relacionados con el arresto y tortura de Jean Moulin, máximo referente de la valiente Résistence.
El juicio, que tuvo gran cobertura mediática, obligó a los franceses a repensar la parte más terrible de su pasado: la Ocupación
El 4 de julio de 1987 Klaus Barbie fue condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Sólo cumplió cuatro años de encierro: el 25 de septiembre de 1991, murió en prisión, enfermo de cáncer.
Klaus Barbie esposado durante su juicio en Lyon.
REVELACIONES POST MORTEM
La monstruosa vida de Klaus Barbie inspiró libros y películas. Y dejó en evidencia la relación entre los exjerarcas nazis con los distintos servicios de inteligencia. Mientras estaba prófugo de la Justicia, el “carnicero de Lyon” trabajó para los gobiernos de Estados Unidos y de Alemania. Es decir que quienes debían cazarlo le daban trabajo, lo protegían. Lo norteamericanos, que liberaron Francia con el desembarco de Normandía, reclutaron al verdugo de miles de franceses para combatir al comunismo en los primeros años de la Guerra Fría. Luego lo ayudaron en su escape a Sudamérica.
Dos libros con la historia de Klaus Barbie, “el carnicero de Lyon” que trabajó para la CIA en Bolivia (Archivo/)
En 2011, la revista alemana Der Spiegel confirmó que el Servicio de Inteligencia de la Alemania Federal (reconocido por las siglas BND), que debía encontrar y encarcelar a Klaus Barbie, lo contrató como agente. El expediente V43118 presenta al nuevo espía en Bolivia con el nombre clave “Adler” y destacada que tiene “convicciones profundamente alemanas” y que es “un decidido anticomunista”. De acuerdo al artículo periodístico, durante 1966 Barbie hizo 35 informes políticos y cobró honorarios a través del Chartered Bank of London en San Francisco.
Kevin McDonald, el realizador de “El último rey de Escocia”, estrenó en 2007 el documental “My Enemy’s Enemy”, donde recorre la vida de Klaus Barbie centrándose en la protección que le ofrecieron los servicios secretos de Estados Unidos. Habla de su rol como traficante de cocaína y de su participación en el arresto y ejecución de Ernesto Che Guevara en Bolivia, en 1967.
Durante su prolongada estadía en Bolivia, Klaus Barbie se relacionó con Roberto Suárez Gómez, conocido como “el rey de la cocaína”, el proveedor de Pablo Escobar en sus comienzos como narcotraficante. Barbie y sus “Novios de la muerte” le brindaron protección. Juntos, planificaron el narcogolpe de 1980.