La muerte de Pedro Gartland, el enigma que en 1908 tuvo en vilo a Buenos Aires

Una multitud de hombres con sombreros y mujeres con largos vestidos se agolpó en la vidriera para atestiguar con sus propios ojos lo que el “boca en boca” ya había desperdigado por toda la ciudad: Pedro Gartland había sido asesinado a puñaladas. La confirmación llegaba cerca de las 14 de aquel 12 de julio desde las pizarras de LA NACION en la calle Florida. Era 1908 y la sociedad porteña se convertía en testigo del crimen de uno de los más reconocidos millonarios de la época.

Gartland era uno de los empresarios más acaudalados de la ciudad en esa época, y sus múltiples actividades generaron la idea de una personalidad inaccesible en torno de él. Un intocable. Su muerte causó obvia conmoción.

Una de sus múltiples funciones, la de prestamista, le había dado una fama indeseada. Gartland gestó su fortuna prestando dinero con pactos de retroventa sobre propiedades. Sus allegados lo describían como una persona con pocos amigos y, como contrapartida, con un infinito número de sujetos que le deseaban un mal destino en sus emprendimientos.

Justamente por eso a la Justicia le llevó muchos años desentrañar la trama que derivó en el homicidio. En las crónicas de época se hablaba de este crimen como un caso que solo podría ser resuelto por el inefable Sherlock Holmes.

Pedro Gartland tenía 74 años y era hijo del norteamericano Thomas Gartland. Había sido fotógrafo, director de una escuela agraria, estanciero, empresario de obras, exportador, propietario de una hilandería, dueño de una revista, de un sanatorio y concesionario de una línea férrea, entre otras cosas. Muchos de sus negocios terminaban en encarnizadas disputas legales. Era muy difícil calcular su fortuna, aunque se especulaba que ascendía a 30 millones de pesos moneda nacional.

Gartland vivía en una de sus propiedades, en la calle Bolívar 332. La planta baja estaba ocupada de un lado por una sastrería y del otro, por las oficinas de la Agency of Financials Operations, entidad en la que él era vicepresidente del directorio.

En el entrepiso vivía él. En el ala derecha había una sala con su escritorio, un dormitorio, un altar y un comedor convertido en depósito de ropas. En el sector izquierdo había tres salas en línea con una imponente galería de arte y una biblioteca.

En la parte superior de la propiedad vivía Juan Porta, director y gerente de la agencia de operaciones financieras. Allí subía todos los días Gartland para almorzar con su socio y amigo. Una tarde, Porta le contó que había unas personas interesadas en visitar su galería de pinturas. Estaban interesadas en comprar una. Esa noche, el millonario volvió a su casa y no se supo más de él.

Una puñalada en el corazón

Dos días después, Porta se dirigió hacia la casa del hijo de Gartland y le manifestó que llevaba 48 horas sin saber de su padre. A las 11:15 del sábado 11, ambos ingresaron en la vivienda. En la tercera y última pieza encontraron el cuerpo del millonario empresario. Estaba tendido boca arriba con el rostro cubierto por un paño blanco, sobre el piso ensangrentado.

Un retrato de Pedro Gartland en 1908 (Caras y Caretas/)

Un médico de la policía constató dos heridas punzantes en el cuerpo: la primera, en el octavo espacio intercostal derecho, una puñalada asestada desde atrás. Se supone que en ese momento Gartland giró rápidamente y su matador le dio la segunda puñalada, esta vez, a la altura del corazón. El trapo que estaba sobre la cara de la víctima había sido presionado, quizá para evitar que gritara. La puerta estaba cerrada con llave y había manchas de sangre en el picaporte.

La escena no parecía ser la de un robo. En apariencia, nada faltaba. Al morir, Gartland tenía pendientes 42 juicios por el cobro de préstamos y la recuperación de inmuebles.

Por compartir vivienda y no haber en la escena motivos para creer que alguien ingresó por la fuerza, la policía ubicó de inmediato a Porta como sospechoso. El juez Daniel Frías, a cargo de la causa, dispuso su detención preventiva, aunque el socio de Gartland insistió con vehemencia en su inocencia.

“¿Puede alguien sospechar que yo sea un asesino tan cínico? Lloré sobre el cadáver de la víctima, lo fui a buscar a la morgue, llevé los restos despedazados de la autopsia a mi casa para velarlo y luego lo enterré piadosamente. ¡Yo era el más interesado en que su vida se prolongara! A fin de mes debía cobrar una comisión de 25.000 pesos de un negocio de curtiembre que compramos en la calle Thames”, sostuvo. La temperamental defensa de su inocencia llevó a Porta, incluso, a terminar a los golpes en un careo con Pujol González, uno de sus acusadores.

El caso comenzó a plagarse de rumores y sospechas. La policía descubrió que Gartland tenía una amante en Montevideo, una mujer que luego afirmó estar esperando un hijo del difunto, aunque tiempo después su propia familia la desmentiría.

Las hipótesis se acumulaban, pero poco podía avanzarse sin el arma homicida y sin un móvil para el homicidio. Fue entonces cuando comenzó a tomar fuerza otra idea: un plan macabro orquestado por un grupo de personas para quedarse con los millones de Gartland.

Las sospechas sobre el socio

Al revisar los cuadernos contables y los papeles de trabajo, se detectó que faltaban algunos pagarés y que se habían emitido otros que no estaban asentados en los libros del prolijo empresario millonario. También, que había retiros de dinero que no figuraban en la contabilidad.

Todo complicaba aún más a Porta: se comprobó que había cometido numerosas irregularidades y falsificaciones. Pero faltaba algo para cerrar la causa: Porta no podía haber actuado solo.

¿Quiénes eran esos supuestos compradores de obras de arte que habían ido a la casa de la víctima el día del crimen? Testigos relacionaron a Porta con Irineo Ojeda y otras personas, presuntos cómplices del homicidio.

Juan Porta, el principal acusado, en el barco rumbo a Nueva York, luego de que la Cámara de apelaciones dictara su sobreseimiento (Caras y Caretas/)

Finalmente, el fiscal Arturo Seeber pidió 25 años de prisión para Porta y aclaró que no podía pedir la pena de muerte por no estar vigente. No lo acusó como autor material, sino como instigador o mandante del ejecutor. Consideró que el homicidio se había perpetrado con premeditación y alevosía. Sumó los delitos de defraudación y robo. Lo declararon culpable y pasó un tiempo en la cárcel, pero consiguió, más tarde, el sobreseimiento de la Cámara de Apelaciones.

Por la tensión que lo acompañaba tras aquel señalamiento, eligió seguir su vida en los Estados Unidos, aunque poco tiempo después volvería a Buenos Aires. A Juan porta le encantaba hablar con los periodistas para contar su versión de lo que había ocurrido. Decía que Gartland había sido víctima de una venganza política con motivo del fracaso de la revolución santiagueña de ese mismo año.

Ojeda seguía prófugo cuando se realizó el primer juicio, por lo que su complicidad en el crimen no pudo ser probada. Sin embargo, en diciembre de 1916, ocho años después del asesinato, cometió un error. Se emborrachó con un grupo de amigos en Paraguay. Usaba el nombre Juan Candia. Cuentan las crónicas de la época que, en una noche de excesos, habló más de lo que hubiera querido.

Los pedidos para su captura todavía estaban vigentes. Fue extraditado y otro proceso comenzaría en la Argentina, en el que se terminaría de descubrir la trama detrás del crimen, sumando sospechosos que en su mayoría no llegaron a ser enjuiciados.

Durante todo 1917 continuaron las investigaciones. En diciembre se dictaron las condenas: 17 años de prisión para Irineo Ojeda, cinco años para otro acusado, llamado Pujol González, considerado cómplice y autor de estafa. El resto de los sospechosos fueron sobreseídos por falta de mérito.

A Porta, presunto ideólogo del crimen, no pudieron volver a juzgarlo. Pero el destino fue circular para él: en un confuso episodio, en 1929, murió tras recibir una puñalada, a manos de una mujer.

Reconstrucción del momento del crimen de Pedro Gartland publicada en la revista Caras y Caretas (Caras y Caretas/)

El crimen, en tres momentos

Una trampa. La visita de coleccionistas: Pedro Gartland había instalado una importante galería privada de arte en su casa, en Bolívar 332; quienes lo asesinaron le habían pedido una cita con la excusa de comprar alguna de las obrasCodicia fatal. Los negocios de un prestamista: El millonario tenía múltiples emprendimientos, pero su fortuna se multiplicaba con préstamos que daba; partícipes del negocio planearon el crimen para ocultar sus propias estafasConfesión en un bar. La pista menos esperada: Ocho años después de las mortales puñaladas, Irineo Ojeda se emborrachó en Paraguay y confesó el delito. Fue extraditado y condenado. El ideólogo del crimen terminó sobreseido

Protagonistas de la investigación

Pedro Gartland, víctima

Era considerado uno de los hombres “intocables” en la Buenos Aires de comienzos del siglo XX. Con 74 años, había sido fotógrafo, director de una escuela agraria, estanciero, empresario de obras, exportador, propietario de una hilandería, de una revista y de un sanatorio y concesionario de una línea férrea. Su incalculable fortuna crecía sobre un sistema de préstamos con pactos de retroventa de propiedades. Esa actividad le generó un importante número de enemigos.Fue hallado muerto el 12 de julio de 1908. Había sido acuchillado, primero por la espalda y luego en el corazón, en su afamada pinacoteca. Una multitud se acercó a la vivienda ubicada en Bolívar 332 para verificar el rumor que corría por la ciudad de boca en boca; el crimen impactó a los porteños.

Juan Porta, principal sospechoso

Era el director y gerente de la financiera de la que Gartland era vicepresidente. También era su amigo. Vivía en la misma propiedad un piso por encima de donde lo hacía Gartland. Convenció al millonario de recibir en su pinacoteca a potenciales clientes, que eran, en realidad, los sicarios enviados para asesinarloEncontró –junto con el hijo de la víctima– el cuerpo de Gartland. Se transformó en el principal sospechoso cuando se descubrieron en la financiera movimientos de dinero poco claros que lo habrían beneficiado. Un fiscal decidió acusarlo de instigador; fue hallado culpable en el juicio, aunque terminó sobreseído tras la apelación del fallo. Tiempo después fue atrapado y condenado Irineo Ojeda, su presunto cómplice. Porta no volvió a ser juzgado por el hecho. Murió en 1929, apuñalado por una mujer. 

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