James Watt, el ingeniero que impulsó la Revolución Industrial

Existen apenas un puñado de inventos en la historia de la Humanidad que podrían denominarse como revolucionarios, y en este sentido es difícil encontrar un avance de mayor relevancia que la máquina de vapor.

La historia de esta revolución comienza a principios del XVIII en las minas de Inglaterra, en una época en la que empleo de coque empezó a sustituir al carbón vegetal en las fundiciones de hierro. Como resultado, la demanda de carbón mineral aumentó exponencialmente, por lo que los mineros habían de excavar a profundidades cada vez mayores para satisfacer las necesidades de un mercado en auge. 

Sin embargo, minas más profundas supusieron nuevos retos técnicos. Uno de los más importantes fue la inundación de las minas, en las cuales a medida que se aumentaba en profundidad se hacía cada vez más difícil achicar el agua mediante métodos manuales o animales de tiro. 

Fue entonces, en el año 1712, que un herrero, empresario e inventor británico llamado Thomas Newcomen daría con la solución. Newcomen inventó un motor atmosférico para bombear el agua de las minas: un monstruo colosal de 10 metros en el que se quemaba el propio carbón para producir vapor de agua, y que mediante una serie de pistones, cilindros y cámaras, podía emplearse para producir trabajo. Se trataba de la primera vez que una fuente de energía fiable estaba disponible en el lugar y el momento en el que se necesitaba; Newcomen había dado vida a la primera máquina de vapor, la cual resultaría de gran utilidad en la industria de la minería durante los siguientes 60 años. 

Sin embargo, su máquina contaba con algunos inconvenientes. Era demasiado costosa, grande y poco eficiente, por lo que solo resultaba verdaderamente útil en las minas, donde el combustible, el carbón, era barato y fácil de extraer.

El  paso definitivo hacia la revolución industrial

La máquina de Newcomen marcaría un antes y un después en la industria minera y sentaría las bases para que algunos años más tarde, en 1770, el inventor y fabricante de instrumentos escocés, James Watt, realizara en ella las modificaciones que impulsarían definitivamente la Revolución Industrial. 

Watt nació el un 19 de enero de 1736, y pasaría los primeros años de su vida en los talleres de su padre, quien además de tesorero y magistrado en su ciudad natal, la localidad escocesa de Greenock, regentaba un exitoso negocio de construcción de casas y barcos. 

A los 17 años decidiría convertirse en fabricante de instrumentos matemáticos. Tras algunos años en Glasgow, donde se inició en este arte bajo el paraguas de un familiar de su madre, marchó a Londres, donde encontró a un maestro que le tomó como aprendiz. A su regreso a Glasgow, en 1757, abriría una pequeña tienda en la universidad de la ciudad, donde entre brújulas, sectantes y otros instrumentos matemáticos entabló amistad con científicos de la talla del físico Joseph Black

La revolución de Watt, no obstante, comenzaría algunos años después, en 1763, cuando es llamado a reparar una de las máquinas de vapor creadas por el inglés Tomas Newcomen décadas antes. Es entonces cuando un avispado Watt identifica el problema que había relegado el invento de Newcomen a los pozos de las minas: el vapor de agua se enfriaba en el cilindro provocando una gran pérdida de energía térmica.

Así, Watt se propone mejorar la máquina, y diseña las modificaciones que permitieron que el vapor se condensara más rápido y el cilindro permaneciera perpetuamente caliente, haciéndola el doble de rápida y eficiente. 

Sin embargo, con su invento sobre el papel, todavía necesitaba realizar algunas mejoras en los materiales. Su máquina era más grande y pesada que la de Newcomen, por lo que para fabricar las piezas que resistieran la presión a la que habían de ser sometidas contactó con afamado maestro forjador de hierro, John Wilkinson, celebérrimo entre los de su gremio.

Antes de poder patentar su invento, Watt también requirió de ayuda económica, la cual le fue concedida a cambio de una parte de su patente por el ingeniero y fabricante inglés Mathew Boulton. Fue entonces cuando todo estuvo preparado, y en muy pocos años su máquina se extendió por toda Gran Bretaña, primero en las minas de carbón, cobre o estaño, más tarde en las refinerías de maíz, malta y algodón, destilerías, fundiciones de hierro y todo tipo de industrias. 

El motor de Watt, mejorado con nuevas modificaciones como el llamado engranaje de Sol y planeta, un pistón que además de empujar, tiraba, o un manómetro para medición de la presión, marcaría el comienzo de una nueva era, contribuyendo al desarrollo de su país y dando el pistoletazo de salida de la Revolución Industrial. 

 

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