Es un lugar común entre los gurúes del conocimiento calificar a la escuela y a la educación, en general, como la institución que más se resiste a la innovación y a los cambios que la tecnología imprime en nuestra vida social cotidiana.
El aula parecía ser uno de los últimos espacios inmunes a la cultura del algoritmo, las apps y su relación con el rico ciberespacio. Sin embargo, un hecho fortuito de escala mundial -la pandemia-, puso en escena intempestivamente el uso masivo de herramientas tecnológicas para sostener la escolarización a distancia.
Estas herramientas estaban reservadas hasta entonces para proyectos educativos de avanzada, asumidos mayoritariamente por el sector privado. Pero la pandemia cambió todo y, pese a los resultados negativos innegables que tuvo la interrupción del proceso educativo normal para quienes no tenían experiencia en los nuevos formatos, se habilitó la posibilidad de hacer real y masiva una transformación profunda en los modos que pensamos el aprendizaje de la mano de la digitalización y la virtualidad.
No obstante los nuevos caminos que se avizoran -y que en la educación superior se consolidan crecientemente en todo el mundo con la oferta masiva de cursos y carreras a distancia-, las noticias recientes sobre los proyectos de creación de nuevas universidades tradicionales nos devuelven a una retórica pretérita. El establishment sigue queriendo crear universidades sin tomar en cuenta algunos datos fundamentales de la realidad del sector educativo y su proyección para los próximos años, que podemos resumir en tres puntos centrales.
La pandemia abrió nuevas perspectivas para desarrollar en las universidades (MARCELO GOMEZ/)
Nuevas ofertas y formatos viejos
En primer lugar, el mercado laboral alienta cada vez más a que una parte de la formación sea más flexible y de aplicación práctica, por lo que se multiplicaron las instituciones educativas y los oferentes de conocimientos se diversificaron.
En segundo término, la virtualidad, la conectividad, el impacto próximo de la Inteligencia Artificial y las plataformas facilitan el acceso y amplían exponencialmente las posibilidades de trayectos formativos diversos y recorridos laborales cambiantes, redefiniendo la relación entre la territorialidad, el desarrollo y la producción de conocimiento.
Y por último, la certificación se diversifica incluyendo nuevas instituciones, tanto de educación formal como no formal, y abarca el registro trasnacional de logros, habilidades y competencias hasta hoy no contempladas.
Estas son tres cuestiones fundamentales que hoy no están debidamente consideradas por las políticas públicas, ni por acciones privadas, y deberían ser -al menos, en parte- los pilares del nuevo cambio.
En tanto, los que abogan por crear más universidades tradicionales en regiones cubiertas por otras instituciones del mismo tipo refundan en una municipalización del sistema, a contramano de las tendencias transnacionales de ofertas educativas virtuales formales y no formales que crecen día a día por su eficiencia en términos de calidad, costos y accesibilidad.
Más aún, si nos restringimos a los argumentos presupuestarios en contra de las creaciones -el sinsentido de crear nuevas instituciones en un marco de caída del presupuesto universitario en general-, la virtualidad nos ofrece otras alternativas. Dado que el presupuesto se divide en distintas áreas con prioridades diferentes para la educación superior, resulta hoy más importante invertir en la virtualidad para competir con la oferta transnacional gratuita y paga existente y, como consecuencia de ello, establecer un nuevo sistema de competencias con un nuevo sistema de evaluación capaz de convivir en un mundo interconectado.
Sin embargo, en vez de reasignar recursos para lo novedoso se siguen abriendo universidades tradicionales principalmente para dar carreras profesionales en instituciones dónde la investigación científica es casi una ilusión.
En el Congreso se acumulan proyectos de creación de nuevas universidades que responden a parámetros obsoletos
En la Argentina son cada vez más las instituciones de educación superior que ofrecen distintas carreras de grado y posgrado de manera virtual.
Entre las universidades nacionales se destaca la Universidad Virtual de Quilmes, perteneciente a la Universidad Nacional de Quilmes, que inició sus actividades en marzo de 1999. Entre las universidades privadas, se destacan la Universidad Blas Pascal, que comenzó en educación a distancia en el año 2000, la Universidad Católica de Salta y la Universidad Empresarial Siglo 21, siendo esta última la institución privada de nivel superior que cuenta con la mayor cantidad de estudiantes de todo el país.
Los números dan cuenta de dicho crecimiento. Mientras que en 2011 los estudiantes de pregrado y grado en modalidad a distancia en la Argentina eran 104.575, en 2019 esta cifra aumentó a 172.078 estudiantes, mostrando un crecimiento del 64,5% en el periodo. Más sorprendente aún es la cifra de egresados en dicha modalidad: en 2011 egresaron 4579 estudiantes y en 2019 lo hicieron 13.294, con un crecimiento del 190,3 por ciento.
Con la pandemia, casi todas las universidades a tientas empezaron a extender su lógica a la distancia.
El déficit de la producción científica
La mayoría de las universidades argentinas hoy centran sus esfuerzos en la formación profesional. Una minoría logra desarrollar una producción científica sólida y sostenible en el tiempo: la investigación es más una premisa política del deber ser que una política institucional activa con una manifestación presupuestaria y de búsqueda de nichos diferenciales para desarrollar.
Los programas de becas externas de investigación a los centros de alta competencia científica ni siquiera están en los programas de jerarquización institucional. La investigación científica da carácter a cada universidad, lo que otorga perfiles propios y por eso es imprescindible incentivarla.
Avances científicos, como el desarrollo de la “Súper Sopa”, surgieron en los laboratorios de la Universidad Nacional de Quilmes
Cabe preguntarse si para ser más eficiente, la Universidad debe continuar siendo el espacio de enseñanza de contenidos que no tienen estatus científico, pero que requieren de habilitaciones profesionales que respalden su calidad.
Repensar la institución en el marco de un sistema más dinámico y abierto implica replantear el peso que tiene la matrícula de las carreras “profesionalistas”, no vinculadas a la investigación científica, a la luz de la resignificación de la misión de las universidades y, por ende, a la lógica de la apropiación de los recursos.
En este sentido, la virtualidad redefine la problemática de la universidad de masas. La correlación entre creación de más universidades y aumento de la demanda estudiantil, central para explicar el fenómeno a fines de los años 60, pierde fuerza y obliga a repensar una nueva dinámica más eficiente y estratégica de la inversión educativa: no se trata solo de más universidades, sino que la inversión se debe orientar a fortalecer las condiciones de accesibilidad a la virtualidad y la reconversión de los espacios curriculares a un modelo pedagógico acorde, garantizando la calidad del contenido.
Es difícil predecir hoy a qué velocidad ocurrirá un cambio radical de la forma en que se educa, como consecuencia de nuevas alternativas no formales y transnacionales emergentes, pero seguramente se expandirán más la oferta con acreditaciones capaces de garantizar fe pública por sus niveles de exigencia y calidad.
* El autor es miembro de número de la Academia Nacional de Educación