Yasmine Mohammed tenía 6 años cuando comenzó a ser azotada en las plantas de los pies: era el único lugar de su cuerpo que no dejaba heridas expuestas. Sucedía toda vez que fracasaba en memorizar correctamente los suras (capítulos) del Corán que su padrastro le exigía recitar a la perfección. Los llantos desgarrados y las súplicas a su madre nunca evitaron el castigo; el consuelo que esa niña esperaba de su madre nunca llegó. Por el contrario, bastaba apenas con que esa niña “que no aprendía a callar” cuestionara algo para que su madre y su padrastro la amenazaran con quemarse en el infierno.
A los 9 años fue obligada a usar el velo islámico –el hiyab–, y aquellos primeros latigazos y golpes fueron el comienzo de un largo calvario. Sin embargo, ella transformó una vida de sometimiento y abuso en un proceso de liberación que hoy se refleja en Sin velo. Cómo el progresismo legitima al islam radical (Libros del Zorzal).
El libro de Mohammed es mucho más que un testimonio personal, valiente y espeluznante, de lo que deben atravesar millones de mujeres criadas en hogares musulmanes tradicionales en distintos países del mundo, incluidas las democracias occidentales, laicas y seculares que tienen comunidades musulmanas. Es también una crítica al progresismo y la izquierda que con sus silencios o argumentos apalancados en “el respeto a la diversidad cultural y religiosa” y “en contra del racismo” avalan el padecimiento de las mujeres musulmanas que viven bajo estas tiranías cotidianas y sofocantes que se pagan con la muerte.
“Cuando las personas que viven en países libres eligen no hablar por estas personas que simplemente no pueden hablar, es una verdadera vergüenza para la humanidad”, dice Mohammed a LA NACION.
Su historia podría haber sucedido en Irán, en Arabia Saudita o en cualquier país regido por la ley islámica. Pero transcurrió en Canadá, el lugar en el que la autora nació y se crio. Acompañada por un maestro de su escuela que le inspiraba confianza, a sus 13 años, Mohammed se animó a hacer la denuncia frente a las autoridades. Su maestro creyó que la enviarían a un lugar seguro, pero el juez la devolvió a sus maltratadores en nombre del respeto cultural y la tradición religiosa familiar.
A los 20 años llegó el matrimonio forzado con un hombre que violó a la joven Mohammed sistemáticamente hasta que fue detenido, no por la violencia machista sino porque se descubrió que, como miembro de Al Qaeda, había sido uno de los terroristas involucrados en los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos. Ya había tenido una hija con él. Y cuando la madre de Mohammed le dijo que esa niña que acababa de nacer iba a ser mutilada genitalmente, Mohammed supo que era hora de planificar su fuga del infierno. “En el momento en el que escuché que alguien quería acercar una cuchilla a sus genitales, solo pensé en agarrar a mi hija y saltar por la ventana. No había manera de permitirles que le hicieran eso a ella”, recuerda. Apenas pudo, huyó a otra ciudad y, aunque rompió para siempre con su familia, convivió con el terror a las represalias durante años. Temía que su hija fuera secuestrada y criada como musulmana.
Con una beca estudiantil pudo inscribirse en la Universidad de Columbia Británica y hoy, como educadora y activista de derechos humanos, es una de las voces más potentes en las vidas de exmusulmanes, da conferencias por el mundo e impulsa campañas en contra del uso velo integral (#NoHijabDay) y Déjennos hablar (#LetUsTalk) y distintos tipos de acciones que brindan apoyo a todo aquel que atraviesa o deja atrás estas historias de sumisión y opresión.
Para la activista canadiense, el movimiento de mujeres en Irán y la quema de los velos que se inició después de la muerte de Masha Amini es el comienzo de algo nuevo. “Las mujeres del mundo están mirando cómo luchan las mujeres de Irán, cómo son asesinadas en esta lucha. Son un ejemplo”.
Mohammed volvió a casarse con un hombre que la acompañó en este largo proceso personal y tuvo una segunda hija. “Ver a mis hijas crecer libres y felices, darles todas las oportunidades que quieran e incluso las que ni siquiera imaginan que desean es una parte fundamental de mi sanación personal, que todavía está en curso. Y creo que lo estará siempre”.
–¿Cómo describiría el fundamentalismo islámico y la opresión que ejerce, especialmente sobre niñas y mujeres?
–Lo que la religión enseña y demanda no es necesariamente la manera en la que los millones de musulmanes actúan, porque no siempre siguen su religión literalmente. No todos son fundamentalistas. Las situaciones de mujeres y niñas varían según la vida de cada una: quiénes son, cómo son sus familias, cómo es el país en el que viven. Pero si nos enfocamos en la religión en sí y lo que enseña, te puedo contestar muy claramente: hay instrucciones para los hombres sobre cómo deben actuar con las mujeres. Uno de los versos del profeta, el 4:34, dice que los hombres son responsables de las mujeres, son sus guardianes y su responsabilidad es controlarlas. “Son los protectores y mantenedores de las mujeres, porque Dios ha hecho que uno de ellos supere al otro”. Si los hombres advierten desobediencia o arrogancia por parte de sus esposas, ellos deben reprimir; y si la mujer se niega a escuchar y a someterse ante su marido, él debería echarla de la cama matrimonial y, si aun así ella se niega, él debería pegarle hasta que ella escuche. Hay versos del profeta que dicen que las mujeres son menos inteligentes que los hombres, que van a llenar el infierno y nunca van a ser líderes porque nadie liderado por las mujeres va a ser exitoso. En el islam, básicamente, los hombres son los superiores y las mujeres son las subordinadas.
–¿En qué aspectos de la vida cotidiana se refleja esto?
–En el tribunal de justicia, por ejemplo, mientras un hombre es requerido como testigo, son dos las mujeres requeridas como testigo. Es decir que dos mujeres equivalen a un hombre, porque las mujeres no son de fiar. En la ley de herencia, los hombres tienen 100%, y la mujer tiene el 50%, a pesar de que podrían ser hermano y hermana. En Irán se puede ver que las mujeres son encarceladas porque no usan el hijab. O son asesinadas porque no tienen el derecho a viajar solas. Lo mismo ocurre en Arabia Saudita, donde las mujeres no tienen acceso a sus propios pasaportes, no pueden tener registro de conducir, una cuenta en el banco, trabajo o educación sin la aprobación de un hombre. Hay una idea de posesión, que empieza por parte del padre y luego pasa al esposo. Si se divorcia o si el esposo muere, la posesión vuelve a ser del padre; pero si el padre está muerto, la posesión va al hermano.
Una mujer sostiene un cartel con el nombre de Mahsa Amini, durante una protesta después del un partido del Mundial entre Gales e Irán
–Siempre es un hombre.
–Sí, necesita ser un hombre. Hasta podría ser su propio hijo, si no hay otro hombre en la familia. Las mujeres siempre tienen que estar bajo el “cuidador”, que es quien tiene el control de su vida. Independientemente de la edad, no importa si es una abuela, la mujer es siempre dependiente del hombre.
–¿Cuáles son las principales ideas y lecturas que Occidente construyó alrededor de este tema que no se corresponden con la realidad?
–Creo que el malentendido principal es que Occidente cree que el islam es una religión exótica, llena de curiosidades culturales. El judaísmo, el cristianismo y el islam son tres religiones muy similares en muchos aspectos. El cristianismo, por ejemplo, está muy cómodo criticando la homofobia y la misoginia en la cristiandad, pero se rehúsa a ver lo que pasa en el islam: nadie quiere hablar sobre el hecho de que en los países mayormente musulmanes se ejecutan a personas por ser homosexuales. Mencioné a Arabia Saudita e Irán, pero podría mencionar muchos países más en los que las mujeres son obligadas a casarse con sus violadores, tienen que aceptar violencia doméstica, no pueden tener acceso a sus hijos en un divorcio y se ven obligadas a la mutilación genital femenina. La lista es interminable.
–Lo que suele escucharse, en nombre “del respeto y la diversidad cultural”, es que ellos eligen vivir en esa cultura que es la suya.
–Pero no es así. Estas personas son obligadas y forzadas a vivir bajo este régimen teocrático. De la misma manera que tú odiarías vivir bajo un régimen teocrático cristiano, ellos odian vivir bajo un régimen teocrático islámico. Pero tienen mucho miedo: las noticias muestran lo que pasa en Irán, cómo las personas son asesinadas en la calle. Esto es lo que pasa cuando intentas defenderte a ti mismo bajo una teocracia como esta. Las personas lo aceptan porque quieren seguir con vida y que sus hijos estén a salvo. No lo aceptan felizmente porque lo quieren. Viven bajo una tiranía.
–¿Por qué el progresismo condena la persecución a las minorías sexuales y religiosas y la violencia sobre mujeres y niños en las democracias occidentales y no hace lo mismo, no ya con los países musulmanes, sino con países occidentales con comunidades musulmanas que mantienen estas prácticas?
–Creo que tiene que ver con confundir racismo con crítica de la religión. Cuando las personas critican el islam lo hacen por ser una religión misógina, violenta, antisemita y homofóbica. Eso no quiere decir que están criticando a los somalíes por ser negros o a los de Arabia Saudita por ser árabes. No tiene que ver con el color de la piel o la etnicidad: tiene que ver con la religión que está dominando y que es autoritaria. Eso es lo que se critica. Las personas mezclan las ideas con identidades y son dos cosas muy diferentes. Y la verdad es que la mayoría de las personas que viven en un país mayormente musulmán sufren bajo esta ideología. En Arabia Saudita un hombre recibió latigazos públicamente y fue encarcelado 10 años por haber tenido un blog en donde hablaba de liberalismo. En Bangladesh, un hombre escribió un libro sobre el liberalismo y la libertad y cuando fue a la feria donde vendían su libro, fue asesinado con machetes en la calle. A su mujer le faltan varios de ese momento en el que trató de protegerlo. Eso es lo que pasa cuando tratas de hacerte escuchar en estos países. Te podría dar muchísimos ejemplos más, pero son muy oscuros, muy tristes. Para nosotros, que vivimos en el mundo libre, criticarlo es nuestra responsabilidad porque ellos no pueden hacerlo. Entonces, cuando las personas que viven en países libres eligen no hablar por estas personas que simplemente no pueden hablar, eso es una verdadera vergüenza para la humanidad.
¿Qué simboliza el velo y cómo impacta su uso obligatorio en las vidas de las niñas y mujeres?
El hijab es una herramienta de la misoginia. Es usado para controlar a las mujeres. Es usado para recordarles a las mujeres que son subordinadas. El hijab es puesto en niñas pequeñas como una perpetuación de la cultura de la violación. Les dice a las niñas pequeñas que, si no quieren que ningún hombre las ataque, las acose o las viole, se tienen que tapar apropiadamente. Porque de no ser así, los hombres te van a hacer eso y va a ser tu culpa. Ese es el juicio que se les hace a las mujeres que no usan el hijab. Es por esto que los hombres se sienten muy cómodos acosando a las mujeres que no usan el hijab, porque se les enseñó a creer que si una mujer no usa el hijab es porque ella quiere que él la ataque. Es por esto que, en países como Egipto, el 99.3 por ciento de las mujeres en el país denunciaron haber sido acosadas sexualmente. La razón por la cual ese número es tan astronómico, tan increíble, es porque eso es lo que se les enseña a los niños. Esto es tóxico para las mujeres y para los hombres también. Dentro del 99.3, la mayoría de las mujeres en Egipto usan el hijab; entonces este número no debería tener sentido porque el hijab debería protegerlas de los hombres. Pero no es así. Los hombres reciben mensajes de que las mujeres son inferiores y que ellos tienen el control sobre ellas todo el tiempo; ellos pueden hacer lo que quieran.
-¿Cree que a partir de la muerte de Masha Amini en Irán y las protestas hay algo nuevo que está sucediendo? ¿Podría ser el comienzo de una nueva era?
Todas las mujeres del mundo están mirando lo que pasa en Irán y algo está cambiando. Creo que las mujeres de Irán hicieron escuchar su mensaje de una manera increíble, no hay nadie que pudiera haber sido más claro con el mensaje. Estas mujeres queman sus hijabs en frente a los hombres y las autoridades, son asesinadas mientras pelean por su libertad y aun así hay un movimiento que sigue luchando. Creo que hoy en día hay un cambio. Es tan evidente que las personas no pueden negarlo más.
–¿Cómo vivió la escritura de este libro en el que tuvo que desenterrar recuerdos tan desgarradores?
–(Un largo suspiro antecede su respuesta.) Escribir el libro fue lo más difícil que hice en mi vida porque siempre escondo esos recuerdos y pensamientos; simplemente tratas de seguir adelante con tu vida. Así que sentarme a escribir y abrir esas heridas casi me mata. Fue psicológicamente y físicamente traumático. Estuve en un lugar muy oscuro, tuve pensamientos suicidas, tuve agorafobia. Pero de alguna forma muy extraña escribirlo me salvó la vida, porque todos esos pensamientos, recuerdos y sentimientos estaban en mi cuerpo y me estaban enfermando físicamente. No solo me ayudó personalmente, sino que, más importante, miles de personas de distintas partes del mundo me contactaron y me contaron que el libro los ayudó a ellos. Valió la pena.
–¿Qué costos personales pagó en esta travesía?
–Para ser honesta, el viaje que hice y el precio que pagué para liberarme siguen en curso. Todo mi cuerpo, mi mente, todo lo que tenga que ver conmigo se desarrolló en un trauma. Tuve que deshacer todo eso y es un proceso muy largo que no creo que tenga un final. Todo lo que puedo hacer es manejarlo. Sanarme a mí misma es una lucha diaria: es escuchar mi cuerpo día a día, es ver a mis hijas crecer libres y felices y que tengan todas las oportunidades que quieran en esta vida. Incluso las que ellas ni imaginan que puedan querer. Eso me sana. Las cadenas más fuertes están en la mente y primero hay que liberarse de esas cadenas. Incluso el acto de elegir y de tomar decisiones fue una experiencia difícil, aterradora y nueva para mí. Como mujer musulmana no tomas ninguna decisión, nunca eliges, siempre te dicen qué hacer y tienes que obedecer. Cuanto más obedeces sin preguntar, mejor mujer musulmana eres.
¿Se considera a sí misma como una sobreviviente?
Sí. Yo y muchas mujeres nos consideramos sobrevivientes. Rechazamos vernos como víctimas. Tenemos una fortaleza y una resiliencia sobrehumana que es injusta. Nos obligaron a ser fuertes y valientes. Sobrevivimos. Estamos sobreviviendo.
Usted rompió con su familia y el mundo religioso conservador en el que se crio y denuncia el mundo de progresismo ilustrado al que se acercó. ¿Hay en esto una forma de orfandad? ¿Es un grito de libertad?
Son las dos cosas. Es un grito de libertad y todas nos sentimos huérfanas en esta travesía. Pero nos apoyamos mutuamente. Participo de cientos de grupos de WhatsApp, comunidades en todas las redes sociales en donde nos celebramos las unas a las otras, nos honramos, nos apoyamos y escuchamos nuestras historias; hablamos de nuestros maridos, de nuestros hijos e hijas, de nuestras madres. Teníamos la esperanza de que las feministas occidentales reconozcan nuestra lucha y nos apoyen. A principio, pensábamos que les importábamos a mujeres como Michelle Obama y Oprah Winfrey que hablan frente a grandes audiencias de hermandad, sororidad, equidad, feminismo. Y nos damos cuenta de que no es así, que no están interesadas, que no les importamos. Prefieren apoyar a los musulmanes fundamentalistas. Quizás lo hacen por miedo.
¿Qué sintió el día que su madre le dijo que su hija debía ser mutilada genitalmente?
Cuando eres madre de un recién nacido harías cualquier cosa para proteger a tu hijo. Nunca sentí el amor en mi vida como cuando sostuve a mi hija en mis brazos. Hubiera hecho cualquier cosa para protegerla. En el momento en el que escuché que alguien quería acercar una cuchilla a sus genitales, solo pensé en agarrar a mi hija y saltar por la ventana. No había manera de permitirles que le hicieran eso a ella. Nos hubiera matado a las dos antes de que le hicieran eso. Escuchaba a mi mamá hablar con el hombre con el que me obligó a casarme y decían que mi hija tendría que tener entre 5 y 6 años para que eso pudiera pasar. Al principio sentí terror, pero luego me tranquilicé porque sabía que tenía unos años por delante para poder escapar.
–A partir de las campañas que inició y del libro que escribió, recibió miles de historias a través de las redes sociales. ¿Hay alguna que la haya conmocionado especialmente?
–Por dónde empezar… Hay tantas, de tantos países. Pero hay algunas que me afectaron especialmente por estar viviendo en Canadá, que tiene una reputación internacional como país progresista y de mente abierta. Hablo con mujeres que vinieron a Canadá como refugiadas de Argelia, donde matan a las mujeres que no usan el hijab. Ellas llegan a un país libre y secular y ven los hijabs en todas partes: en las publicidades en la televisión, en los autobuses, en las aplicaciones del teléfono, en diarios y revistas. Ven en todos lados esta herramienta de misoginia de la que huyen y que en Canadá es usado como algo divertido, cultural. Me rompe el corazón que estas mujeres tengan que ver eso. Sienten que no tienen adónde huir. Si pudieran imaginar la traición que sienten.
–¿Qué le diría hoy a esa niña maltratada que fue usted en su infancia?
–(Mohammed hace un largo silencio. Apenas puede sobreponerse a las lágrimas para responder.) Durante mi infancia siempre soñé y deseé que alguien fuerte viniera al rescate, viniera a salvarme, a protegerme. Y nunca sucedió. Querría volver a esa niña pequeña y decirle: “Tú vas a ser la persona fuerte que va a protegerte, tú serás la persona que te salvarás a ti misma”. Me gustaría que sepa que ella tiene el poder dentro suyo, que cuanto antes lo sepa, antes podrá usar ese poder; pero todos alrededor de ella estaban diciéndole mentiras permanentemente, convenciéndola de que era indefensa, inútil. Y ella les creía. Entonces, le diría a esa niña la verdad: le diría que todas esas cosas son mentiras y que ella es poderosa, capaz, que va a perseverar y va a ser su propia salvadora.
UNA VOZ QUE OFRECE SU TESTIMONIO
PERFIL: Yasmine Mohammed
■ Educadora canadiense, activista de derechos humanos, Yasmine Mohammed se define como una crítica del islam. A los 20, fue obligada a casarse con un miembro de Al Qaeda. Más tarde, escapó del matrimonio para proteger a su hija.
■ Fundó la ONG Free Hearts, Free Minds, que ayuda a las personas que abandonan el islam. Es miembro de la junta directiva de Humanist Global Charity y ofrece conferencias en universidades y distintas instituciones.