La hora del inevitable balance anual puede resultar un momento indigesto para Cristina Kirchner. Para la vicepresidenta, 2022 fue un auténtico annus horribilis, en el que la condena por corrupción solo terminó por resaltarle todos los números rojos que fue acumulando desde el 1º de enero.
Por eso, en sus últimas apariciones públicas y en sus gestiones reservadas se advierten con claridad el deseo y el propósito por el que brindará mañana a las 12 de la noche. Su objetivo central es evitar que en el primer trimestre de 2023 empiece definitivamente a conformarse y consolidarse el poscristinismo.
Se trataría de un cambio de era que viene golpeando a su puerta y al que ya comenzaron a apostar y a explorar dentro del propio oficialismo, más que en la oposición, donde sobran interesados en que su sombra siga proyectándose sobre el peronismo.
El 17 de octubre cristinista, que nunca llegó tras el intento de magnicidio sufrido el 1º de septiembre y el fallo en su contra anunciado el 7 de este mes, adquirió el martes pasado carácter paródico en el acto en Avellaneda, donde reeditó su anunciado renunciamiento para reemplazarlo por la victimizante condición de proscripta, que ninguna disposición formal ni de facto le ha impuesto. Su vocación por emular a Mario Puzo y repetir un relato en el que una mafia cada vez más extensa se dispone a eliminarla de la vida política ya no es tan taquillera como las versiones originales. El gran público explora nuevas propuestas.
Sorprendió así la manera en la que Cristina Kirchner hizo su reaparición pública, tras la condena. Ni a un escenógrafo enemigo se le hubiera ocurrido organizar un acto rodeada solo por los más propios de los propios y por figuras espectrales del fútbol, justo en el clímax de ese deporte, luego de que la selección alcanzara el tan postergado título mundial.
Apenas pudieron aportarle un jugador de reparto del equipo campeón de 1986, como Héctor Enrique. El mismo que, irónicamente, fue el único de ese plantel que se negó a concurrir a la Casa Rosada, donde gobernaba Raúl Alfonsín, con el argumento (nada democrático) de que como peronista no estaba dispuesto a saludar a un presidente radical.
Cualquier semejanza con la actualidad se rompe apenas se advierte que esta vez a los campeones ni siquiera les interesó el signo político del partido gobernante y mucho menos a cuál de las facciones internas perteneciera cualquier anfitrión posible. Ni el líder camporista que ocupa el cargo de ministro del Interior y los esperaba al pie del avió, ni quien lleva la banda presidencial y no encuentra desde hace rato el bastón de mando. A ambos, Messi y sus compañeros los ignoraron mundialmente. Escenas explícitas de un proceso de descomposición.
Cristina Kirchner debe operar sobre esa realidad en la que da batallas que solo siguen conmoviendo y convocando al núcleo duro de sus seguidores y a las que ocasionalmente, por muy poco tiempo y menos consistencia, logra arrastrar al jefe supremo de la agrupación “Amague y recule”, según ella misma la bautizó con enorme espíritu corrosivo y poética escatológica. “Así como Máximo [Kirchner] no pudo encontrar su lugar desde que renunció a conducir, al dejar la presidencia del bloque de Diputados, ahora a Cristina le cuesta encontrar el punto donde pararse para sostener y tratar de recuperar su poder”, dice un interlocutor de la expresidenta, quien no oculta su preocupación y desconcierto ante el deslizamiento descendente que no logra frenar la jefa y mucho menos los suyos.
¿Correrse o quedarse?
En medio de la incertidumbre asoma una estrategia que no resulta fácil de concretar. “Cristina busca un punto justo que no es fácil de alcanzar. Por un lado quiere correrse (o hacer que se corre) para dejar que crezcan algunos de los suyos y recuperen apoyos. Por el otro, necesita quedarse para evitar que la den por retirada y se disperse su poder. Pero
su centralidad es absoluta y cuando está solo se la ve a ella, aunque lo haga con focos atenuados y en escenarios marginales”, explica un exégeta de la jefa.
“Es el problema del árbol frondoso. A su sombra no crece nada, y cuando empieza a secarse, a su lado solo aparecen los yuyos”, amplía con botánico sarcasmo un peronista del interior con largo recorrido en los cuatro gobiernos kirchneristas.
La incógnita sobre qué hará finalmente Cristina Kirchner en 2023 empieza a convivir corrosivamente dentro de las filas oficialistas con el interrogante sobre qué es lo que ella realmente podrá hacer, más allá de lo que quiera o pretenda. No se trata solo de una eventual postulación, a la que ella aclara ahora que no ha renunciado, sino que le está vedada por haber sido proscripta. Expresiones destinadas solo a quienes hablan su idioma y tienen fe en su palabra.
La duda, en definitiva, que se ha instalado en el oficialismo es cuánta capacidad de presión, de veto o, más concretamente, de extorsión conservará la vicepresidenta a la hora de definir la fórmula presidencial de 2023. Lo singular de este escenario es que la duda no paraliza a los que auscultan si hay vientos propicios para el poscristinismo.
Sindicalistas, gobernadores peronistas (excluidos Gerardo Zamora y Jorge Capitanich), barones del conurbano (déjese afuera a Fernando Espinoza) y funcionarios varios del Gobierno entre los que se cuentan algunos massistas elaboran martingalas posibles para evaluar qué chances podrían tener en la ruleta electoral con un binomio presidencial sin rastros de cristinismo.
En esas elucubraciones el nombre de Sergio Massa, que sobreactúa desinterés, emerge como el faro al que miran con la ilusión de evitar un naufragio anunciado. El problema para ellos es que esa referencia emite luces demasiado intermitentes. La economía (único combustible capaz de motorizar una candidatura con alguna posibilidad de éxito) no ofrece todavía ninguna señal clara de estabilización o mejora sostenible. Pero el año electoral ya se puso en marcha. Para ser viable, cualquier construcción debe encontrar anclajes apenas de terminar el verano.
Conformar una fórmula encabezada por el ministro de Economía y algún peronista no kirchnerista del interior es ya más un objetivo que una idea para muchos oficialistas que hace demasiado tiempo sueñan con emanciparse del kirchnerismo y al final siempre han terminado sometiéndose a su tutela.
Alianza cordobesa
En esa gesta se enrolan algunos funcionarios cercanos a Massa, que en su objetivo de máxima buscan una alianza con el más constante enemigo peronista que ha tenido el kirchnerismo: el cordobés Juan Schiaretti. Y llegan al paroxismo de su ilusión imaginando una boleta en la que al lado de Massa aparezca alguna de las dos principales figuras femeninas del cordobesismo peronista: la propia esposa del gobernador, Alejandra Vigio, o la portadora de un apellido ilustre de ese sector, cuyo padre fundador ya fue socio del ahora ministro: Natalia de la Sota.
En Córdoba prefieren seguir cultivando el hermetismo y agrandar el mito del oráculo mediterráneo, poniendo ese escenario en el plano de hipótesis ajenas. En tanto, muchos peronistas que no confían en Massa y esperan alguna definición de Schiaretti para intentar un armado nacional lo consideran de “imposible cumplimiento”. Argumentan que hay demasiado stock de desconfianza en el gobernador cordobés respecto de Massa y que al singular electorado provincial le costaría digerirlo.
Sin embargo, al massismo y a quienes orbitan en derredor suyo nunca les faltan sueños de grandeza. Como para imaginar e intentar (con sigilo y disimulo) la consagración del poscristinismo sin romper con Cristina Kirchner y los suyos, a quienes necesitan para evitar la implosión de un gobierno al que le sobra fragilidad, que abortaría cualquier estabilidad económica, imprescindible para una candidatura en 2023. No será la cuadratura del círculo, pero…
Esa hipótesis y otras que incluyen alianzas más amplias con el resto del peronismo no kirchnerista (tantas veces kirchnerizado) tiene casi un único punto de apoyo: la inventiva del ministro, que pareció elogiar anteayer Alberto Fernández. Aunque nadie sabe si alcanzará.
La danza de la lluvia sigue siendo el rito al que se someten todos los que mantienen alguna esperanza y se ilusionan con que surta efecto en los próximos 15 días para morigerar los efectos letales de la sequía, por tercer año consecutivo y el más dañino de todos, amenaza con deshidratar el stock de reservas.
Al mismo tiempo, en medio de la danza ritual se reactivan nuevas señales de humo. En ese terreno apareció la (transitada) idea de establecer una moneda de intercambio para el comercio con Brasil, que permita evitar tocar las reservas en dólares a la hora de importar bienes imprescindibles. La amenaza de más parálisis de la industria que profundizaría el estancamiento económico obliga a extremar la creatividad.
Ese, dicen en Economía, fue el objetivo central de la promocionada visita que hizo Massa a su futuro par brasileño. Quienes conocen los vínculos con Brasil ponen en duda no tanto la viabilidad del proyecto como que los tiempos de concreción puedan sincronizarse con las urgencias argentinas.
Para peor, Massa inició su viaje justo en los días en que el Presidente transitó entre el anuncio del desconocimiento a un fallo de la Corte, para espanto de casi todos los actores económicos nacionales y extranjeros con intereses en el país, y su intento de corregir ese desatino, mientras la vicepresidenta la demandaba declaraciones de guerras sin retorno, como ella misma lo reconoció el martes en Avellaneda. Su gobierno, otra vez, no le ofreció a Massa el mejor plafón para despegar. Pero el ministro, al igual que Cristina, no se rinde.
En los próximos días miembros de su equipo explorarán nuevos criaderos de conejos para seguir sacando de la galera. Es el caso de un viaje en busca de inversiones y financiamiento que harán funcionarios y gobernadores a Arabia Saudita el 9 de enero. Viajan impulsados por el aire que les dieron recientemente algunos miembros del establishment económico nacional, con los que el ministro sabe entenderse, y los indicadores un poco más auspiciosos de la situación económica y financiera. Instantáneas que suman.
Massa, en tanto, sigue negando cualquier eventual candidatura, mientras algunos miembros de su familia empezaron a pintar con su nombre los más visibles y apetecidos paredones y puentes de los accesos a la ciudad de Buenos Aires, a pesar del rechazo que expresan los hijos del ministro a cualquier otra postulación y en los que se ampara Massa. Una familia en la que impera la libertad de expresión.
De todas maneras, más que los parientes, que, al final, siempre le responden, la marcha de la economía es su principal desafío, del que no puede distraerse. Tanto como de la decisión de Cristina Kirchner de evitar el poscristinismo.