Por qué a veces conviene renunciar

Renunciar está de moda. Tuvimos la Gran Renuncia, en la que supuestamente 40 millones de norteamericanos dejaron su trabajo para optar por otros mejores. También se dio el reciente alboroto de las renuncias silenciosas, en donde las personas eligen hacer menos tareas en su trabajo. Ahora, tenemos un libro nuevo que trata acerca de los beneficios de desistir ante todo tipo de circunstancias.

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El libro Quit: The Power of Knowing When to Walk Away escrito por Annie Duke, jugadora profesional de póker y científica en el área de la tecnología para la toma de decisiones, sostiene que, en muchos casos, el hecho de no renunciar a nuestras metas —ya sean objetivos profesionales, ambiciones personales o proyectos en el hogar— es algo que en realidad nos detiene. Le hice una entrevista acerca de las ventajas de desistir y qué debemos considerar en el momento de plantearnos los propósitos de Año Nuevo.

¿Por qué casi siempre creemos que abandonar es algo malo?

Si consideramos los aforismos que hay acerca de desistir ante algo, nos encontramos con cosas como “los ganadores nunca se rinden” o “quienes se rinden nunca ganan”. Incluso cuando las personas persisten en circunstancias muy peligrosas, se convierten en los héroes de la historia. Por ejemplo, Rob Hall, quien era uno de los principales protagonistas de “Mal de altura”, de Jon Krakauer, decidió perseverar y seguir escalando el Everest bajo condiciones que justificaban su regreso. Pero no se rindió y murió en la cima de la montaña, y por eso lo consideramos un héroe.

Uno de mis casos favoritos es el de Siobhan O’Keeffe, una consultora de talento que estaba corriendo la maratón de Londres en 2019 cuando en el kilómetro 12 se rompió la pierna (el hueso del peroné, literalmente, se le quebró), pero siguió corriendo y terminó la carrera; por supuesto, en contra de lo recomendado por los médicos. Ahora bien, existen todo tipo de razones por las que la lógica dice: “Eso estuvo muy mal”. Podés terminar con una fractura expuesta y tal vez nunca vuelvas a correr. Pero hay que admitir que también decimos: “Increíble, qué fuerte es”. Nos provoca admiración. Quienes resisten son los que se llevan todo el reconocimiento y quienes desisten son unos cobardes.

Socialmente está mal visto desistir a algo ya que existe el preconcepto de “los ganadores nunca se rinden” o “quienes se rinden nunca ganan” (shisu_ka/)

Es lógico que cuando perseverar resulta peligroso, lo más inteligente es desistir. Pero, ¿por qué, y en qué otras ocasiones, sería bueno rendirse?

Cada vez que decidimos arrancar algo, estamos tomando esa decisión en condiciones inciertas. ¿Qué tanto sabemos en realidad cuando aceptamos un empleo? ¿Qué nos va a parecer el entorno de ese lugar de trabajo? No lo sabemos.

Esto significa que vamos a tener más información después de iniciar algo. Esa información puede tener que ver con nuestra felicidad. También puede ser información relacionada con nuestros propios cambios de valores: “Yo creí que esto es lo que quería, pero ahora me doy cuenta de que quiero esta otra cosa”.

La opción de desistir es lo que nos permite hacer algo al respecto.

Además, abandonar, cuando se hace bien, te permite alcanzar tus objetivos más rápidamente. Esto es contrario a la intuición, porque pensamos que abandonar es detener nuestro progreso. Pero eso no es cierto cuando lo que empezaste no merece la pena. Si lo dejás, liberarás todos esos recursos para cambiar a algo que realmente te ayude. La única vez que abandonar ralentizaría tu progreso es cuando abandonás una opción que es realmente buena para uno.

¿Cómo saber cuándo llegó el momento de desistir?

Al igual que la decisión de empezar algo, que se toma en condiciones de incertidumbre, lo mismo pasa con la idea de renunciar. Lo que significa que en el momento que lo hacés, aunque sea el momento correcto, no vas a estar totalmente seguro de que tengas que hacerlo. Y somos muy buenos inventando razones por las que vale la pena continuar. Por eso la gente muere en la cima de las montañas, o sigue corriendo maratones con una pierna rota, o se queda en trabajos tóxicos.

Renunciar a algo, cuando se hace bien, te permite alcanzar tus objetivos más rápidamente (Gorodenkoff/)

Sugiero crear de antemano lo que llamo “criterios de abandono”. No confíes en hacerlo en el momento, sino que es necesario reflexionar al respecto: ¿Cuáles son las señales que podría ver en el futuro que me dirían que es hora de abandonar? Si voy a participar en una maratón, podría comprometerme de antemano a que si en algún momento tengo un inconveniente médico, tengo que abandonar. Un ejemplo a nivel laboral sería: si eres infeliz, preguntate: ¿Cuánto tiempo voy a estar bien siendo así de infeliz?. Tal vez le des tres meses más. Después pensá: ¿Cuáles son las señales que me indican que las cosas van bien? ¿Qué señales me indican que sigo siendo infeliz?

En esta línea y con las preguntas dilucidadas, también es útil recurrir a la ayuda de un asesor o experto en el tema. Esa persona puede ser un buen amigo, un mentor o un terapeuta. Busca personas que conozcan tus intereses a futuro y preguntáles: “Quiero que me digas lo que creas que es mejor para mí a largo plazo, aunque creas que pueda herir mis sentimientos”.

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El año nuevo está a la vuelta de la esquina. ¿Cuáles son tus recomendaciones a la hora de tomar decisiones?

Las metas son objetivos que se fijan sin tener en cuenta la información nueva que puede ir apareciendo a lo largo del camino. De esta manera, lo más probable es que sigamos caminando hacía un propósito que quizás no coincida con nuestros valores o que incluso nos vaya a hacer daño de algún modo que no previmos.

De todas maneras, las metas necesitan de un “a menos que”. Por ejemplo: “Voy a entrenar para un maratón a menos que no me haga sentir bien y extrañe mucho a mi familia”. O: “Voy a escalar el Everest a menos que no haga cumbre a la 1 p.m.”. Porque en realidad, nos tenemos que recordar cuál es la verdadera meta. El objetivo no es llegar a la cima del Everest; el objetivo es regresar vivo para poder seguir escalando más montañas en el futuro.

Por Melinda Wenner Moyer

 

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