Santiago Bulat: “La Argentina no tienen la idea de que pagar los compromisos sea muy relevante”

Santiago Bulat estudió Economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA) e hizo una maestría en Finanzas en la Universidad del CEMA. Actualmente está cursando una maestría en Economía del Desarrollo en la Universidad de Sussex, en la ciudad de Brighton (donde juega al fútbol Alexis Mac Allister), y continúa como economista socio de la consultora Invecq Consulting y economista jefe de IDEA.

En una entrevista con LA NACION, el economista analizó la situación económica internacional y advirtió que, debido a las sucesivas crisis en el país y a su condición “defaulteador serial”, la Argentina deberá cada vez más demostrar una disciplina económica para conseguir financiamiento.

—¿Cómo está la situación económica en Inglaterra, que este año tuvo tres primeros ministros en poco tiempo?

—Está complicada económicamente todo Europa, pero Inglaterra tiene una complicación extra al no estar dentro de la Comunidad Europea. Quizás mucha gente no se daba cuenta cuando se votó el Brexit, o no estaba tan analizado, por parte de la ciudadanía en general, el impacto que iba a tener la salida de la Unión Europea. De hecho, le asignan al Brexit gran parte de la inflación que está teniendo Gran Bretaña, de cerca de 11% anual, porque en la Unión Europea se empezó a moderar el índice más rápidamente. Hay movimiento de precios, los alquileres empezaron a subir bastante, y se aplicó un subsidio medio generalizado a las tarifas energéticas, que será hasta abril y, a partir de entonces, van a intentar hacer un target para llegar a las poblaciones más vulnerables, porque fiscalmente es una política muy agresiva.

—En agosto hubo cambio de Primera Ministra, estaba Liz Truss, que anunció un congelamiento de tarifas por dos años y una reducción de impuestos en un contexto de suba de tasa de interés, cosas que parecían un poco incompatibles. El mercado reaccionó muy mal por la preocupación que había respecto de las cuentas fiscales. ¿La Argentina puede aprender algo de lo que ocurrió allá?

—La salida de Liz Truss tiene mucho que ver con querer hacer algo que fiscalmente no era sostenible. Todo el Senado empezó a levantar la voz, en un contexto en el que la deuda pública llegó al 100% del PBI, con los intereses representando el 4% del producto y llegando a picos máximos históricos, sin contar los períodos de las guerras mundiales. La crítica era que iban a tomar más deuda y que cada vez se iba a pagar más cara. Truss quería tomar esa decisión, porque veía que empezaba a moderarse el crecimiento y que se estaba por entrar en una recesión, algo que, de hecho, está ocurriendo. Y decía que si no lo hacían, el consumo iba a golpearse. Pero era atentar fuertemente contra las cuentas fiscales y no se lo permitieron. En Gran Bretaña hay mucha conciencia de cómo se financia el gasto. Ahora están yendo un poco por la inversa, están subiendo impuestos y congelaron las tarifas solo hasta abril.

—En los últimos meses, el Gobierno dio como ejemplo lo que ocurría en Europa para justificar algunas políticas, como el congelamiento de tarifas y la creación de algunos impuestos.

—Lo que se ve de la Argentina es que siempre tomamos algo que pasa y lo llevamos a un extremo. Pasa con los impuestos, en un contexto en el que ya hay una presión tributaria alta, y con las tarifas. El Gobierno tiene que recortar el gasto en energía, cuando el mundo está viendo cómo subsidia las tarifas para que haya un alivio para la población. La Argentina tiene que hacer lo contrario, porque justamente se la mandó durante mucho tiempo. En el mundo, en general, las tarifas no se subsidian, la gente es muy cuidadosa con el consumo. Por ejemplo, cuando se ofrece algo en alquiler, se publica una descripción del consumo energético de los electrodomésticos que tiene la vivienda, para que cada uno compare y analice si le conviene o no, teniendo en cuenta lo que pagará de tarifas. Le dan una importancia muy superior que la que le damos en la Argentina, donde a veces ni nos fijamos si apagamos las cosas. Los enchufes también tienen un interruptor.

—Decía que en Gran Bretaña hay más conciencia del déficit fiscal, ¿en la Argentina comenzó a ocurrir algo similar?

—Gran Bretaña no tiene equilibrio fiscal, sino que hay déficit, pero hay una conciencia de a qué tasa endeudarse para poder pagar. En un contexto de suba muy fuerte de tasas de interés, se mira cuánto puede salir pedir financiamiento de más. A mí, el déficit o el superávit fiscal no me importa, siempre y cuando haya cómo financiarlo. Yo pregono un poco el equilibrio fiscal en la Argentina porque no tenemos como financiar el déficit, y el financiamiento monetario tiene sus consecuencias negativas. Pero afuera, si vos tenés para financiarlo, no es un problema. El tema es cuando suben las tasas de interés permanentemente. La mayoría del mundo tiene déficit fiscal, el 70% o 65% de los países lo tiene. El punto es si son países a los que se les puede prestables y, en todo caso, a qué niveles. La Argentina se pasó de rosca en relación con lo que le podían prestar.

Santiago Bulat: “Me asusta un poco que haya complicaciones permanentes y constantes defaults, porque mandarnos muchas durante mucho tiempo nos condiciona después a tener que sobre reaccionar”. (Ricardo Pristupluk/)

—La Argentina no tiene un déficit alto, pero, ¿por qué no lo puede financiar?

—No, no es un déficit tan alto, pero a la Argentina nadie le presta, en parte, por nuestra historia de malos pagadores. Afuera nos dicen “defaulteadores seriales”. La Argentina no tiene la idea de que pagar los compromisos sea muy relevante. Hemos aplaudido un default al FMI, que es el último prestamista y el que permite gastar un poquito más de lo que sería un ajuste muy fuerte. Si no nos hubiera prestado el FMI, por ejemplo, probablemente el ajuste tendría que haber sido mayor, porque no había cómo financiarlo o se hubiera tenido que emitir más y hubiera habido más inflación. El prestamista es el que permite vivir por encima de tus posibilidades, por lo menos por un tiempo y, si no, hay que ir al equilibrio. Además, el mundo ya no está defaulteando deuda como en otros momentos de la historia y la Argentina, al revés, lo hizo en reiteradas ocasiones en el último tiempo, no solo con la deuda de afuera, sino también con la doméstica. Por eso a la Argentina se le exige todo el tiempo medidas más drásticas que al resto, porque tantas veces dejó de pagar que ahora hay que demostrar de más.

—¿Cómo les explica a sus compañeros de estudio lo que es la Argentina en términos económicos?

—El primer comentario que me llegó fue de un chico mexicano que me pedía que le explicara por qué a un país con tantos recursos le iba tan mal. Después, si bien somos todos economistas en las clases, con lo cual de alguna manera estamos empapados en los temas, salvo una compañera turca, el resto no tenía ni idea de cuánto son las reservas en sus bancos centrales. Tampoco entendían el cepo cambiario; me preguntaron por qué el Gobierno no nos permite comprar dólares, y a la inflación del 80% tampoco la entienden demasiado. Son preguntas que se repiten todo el tiempo. En el mundo se dio un aumento del valor del gas que directamente pegó en los precios en general, y los países entienden que están pasando por un proceso complicado en el cual hay que tomar decisiones complicadas, para tratar de sortear algo que en general no les pasa. Lo que no pueden entender es la convivencia permanente con la inflación creciente. Eso es difícil de explicar, porque no tienen una pérdida permanente del poder adquisitivo de sus monedas.

—¿Es optimista hacia adelante? ¿Podremos vivir sin inflación y cepo cambiario?

—Pienso que sí. Lo que me asusta un poco es que haya complicaciones permanentes y constantes defaults, porque mandarnos muchas durante mucho tiempo nos condiciona después a tener que sobre reaccionar. Eso es lo que pienso que le está costando a la Argentina. El déficit fiscal no es necesariamente enorme en la Argentina, pero hoy el mundo pide sobre reaccionar para poder prestarnos. Porque si no tenemos a nadie que nos preste, tenemos que gastar estrictamente todo lo que recaudamos. De todas maneras, soy optimista. Cuando se ve desde afuera y viviendo en un lugar donde no veo el sol, tenemos un montón de cosas positivas, como recursos naturales, capital humano, un buen clima. Tenemos muchos sectores que pueden empujar la economía. Quizás es complicada nuestra ubicación, pero es un país que tiene muchas cosas. Cuando lo comparás con otros países de la región, hay incluso muchas ventajas. Es difícil no ser optimista si uno quiere vivir en la Argentina, pero, además, tenemos con qué, tenemos que cambiar la mentalidad en un montón de aspectos.

—¿En cuáles, por ejemplo? Todas esas ventajas las tenemos desde siempre. ¿Cómo llegamos a esta situación?

—Creo que somos bastante cortoplacistas en muchas cosas. Todos los países de América Latina tuvieron inflación hasta los 90. La Argentina la bajó de manera más drástica con la convertibilidad, pero, después, el resto de los países implementó reformas monetarias más importantes. Por ejemplo, Perú modificó la constitución; prohibió al banco central que hiciera transferencias al tesoro para financiar un déficit elevado y lo dejó como una entidad muy independiente. Hoy está el mismo presidente del banco central que ya estaba en 2006, con una carta orgánica que se respeta a rajatablas, y el país tiene un caos político que es brutal. Hay que darle entidad a que hacer las cosas a mediano y largo plazo tiene su rédito, aunque a veces pensamos que no. Mi principal preocupación es que todas las crisis dejan gente por debajo de la línea de la pobreza y que es muy difícil que salgan después, y que mucha gente que se va a vivir al exterior.

 

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