Nada funcionó. O todo funcionó mal, que es peor. Desde hacía una semana, desde el partido de la Argentina con los Países Bajos, se sabía que era muy probable el momento que se vivió ayer. El encuentro de los jugadores de la selección de fútbol ganadora de la Copa del Mundo con la sociedad a la que pertenecen, aunque vivan en el exterior, y en el país que los vio nacer. Nunca nadie previó nada. La única obsesión del gobierno de Alberto Fernández fue, desde el momento del triunfo frente a Francia y la consagración de los deportistas argentinos como campeones del mundo, lograr que esos jugadores se reunieran con él en la Casa de Gobierno. La foto con Messi y con la copa del Mundial se convirtió en el único proyecto político del Presidente. Hizo varias gestiones, directas e indirectas, para conseguir esa imagen. No consiguió nada. El presidente de la AFA, Chiqui Tapia, un viejo pastelero político, dejó la pastelería a un lado y fijó su prioridad: conservar la buena relación que enhebró con el plantel de jugadores. Adiós a sus tejidos sucesivos con el albertismo y con La Cámpora. Tapia se negó a presionar a los jugadores para que visitaran la Casa de Gobierno, según contaron interlocutores del mandamás de la AFA. Los jugadores saben, por su propia curiosidad o por el relato de familiares, que la Argentina vive enfrascada en una grieta insoportable. Ninguno de esos deportistas quiso caer en la fractura que divide a la sociedad argentina. Alberto Fernández se convirtió, de esa manera, en el primer presidente argentino (y único en el mundo) al que una selección deportiva ganadora de un campeonato mundial le negó la oportunidad de un saludo. A pesar de que todavía el Gobierno especula con la posibilidad de un encuentro en las próximas horas o días del jefe del Estado con una representación de la selección, lo cierto es que se quebró la costumbre de que un equipo mundialista visite al Presidente poco después de su arribo al país. Aquí, con Raúl Alfonsín, y en todo el mundo, los deportistas visitaron y visitan al Presidente porque lo reconocen como el representante de todos sus connacionales. Es la manera de saludar a todos visitando a la figura política que fue elegida para representar a la sociedad nacional. La confusión que provoca Alberto Fernández (¿representa a Cristina Kirchner o al Estado? ¿cuántos argentinos se sienten representados por él?) llegó, según parece, al plantel de futbolistas campeones del mundo. Su soledad política y cierta sensación de vacío de poder están más expuestas desde ayer.
Vanamente, los representantes de La Cámpora intentaron ganarle de mano al Presidente y lograr antes que él la foto con Messi y la Copa del Mundo. El ministro del Interior, Eduardo de Pedro, y el presidente de Aerolíneas Argentinas, Pablo Ceriani, dos camporistas de paladar negro, se ubicaron al pie de la escalera del avión de la empresa aerocomercial de bandera que trajo a los jugadores campeones. El objetivo fue claro: obtener la foto con el capitán de la selección y con la Copa del Mundo. Pero fue Tapia el que se interpuso en el acto entre los jugadores y los camporistas, justo Tapia que en los últimos tiempos prefería enredarse con Máximo Kirchner más que con Alberto Fernández. Operación frustrada. Aunque nadie lo dijo, es evidente que Tapia sabe que los jugadores no quieren quedar enrolados, aunque fuere en las apariencias, con ninguna facción política local. Y Tapia está más seguro porque ahora sabe que el campeonato mundial lo atornilló a él también en el sillón de la AFA por cuatro años más, por lo menos. Ya no necesita de aliados ni de conocidos ni de benefactores.
La organización del festejo popular fue un ejemplo de desorganización. Tanto de parte del gobierno nacional como de parte del gobierno capitalino. La única manera de que los jugadores llegaran al Obelisco hubiera sido que los trasladaran en helicópteros y que se haya armado allí un escenario circular. Nunca existió la posibilidad de que llegaran en colectivos cuando cerca de cuatro millones de personas se había agolpado en un espacio relativamente pequeño. Horacio Rodríguez Larreta tuvo la ocasión de mostrar la organización eficaz de una fiesta popular. La perdió. Aníbal Fernández, ministro nacional de Seguridad, debió mostrar idéntica aptitud para garantizar la seguridad de la selección y de la gente común. No la mostró. Ya en la caravana de la selección desde el aeropuerto de Ezeiza a la sede la AFA, también en Ezeiza, hubo un momento de extremo peligro para los jugadores, que debieron esquivar un cable de electricidad de alta tensión. Pudo ser una tragedia, fácilmente eludible si alguien se seguridad, nacional o provincial, se hubiera subido con ellos al colectivo y les hubiera marcado los lugares que no debían usar del transporte. Merecen verse las imágenes del arribo de la selección de fútbol de Marruecos a su país para comprobar la diferencia entre un país con Estado y un país sin Estado.
Todo se agravó aún más por el absurdo feriado nacional decretado por Alberto Fernández. ¿Por qué someter a un feriado nacional a las sociedades de Catamarca, Jujuy, Córdoba o Mendoza por una celebración que se haría en un puñado de kilómetros cuadrados entre la Capital y la provincia de Buenos Aires? ¿Por qué trastocar la agenda de millones de argentinos, que debían cumplir con compromisos laborales, médicos o de cualquier otra naturaleza? Solo un país que desprecia el trabajo puede darse el lujo, en medio de una monumental crisis económica, de paralizarse porque se ganó el campeonato mundial de fútbol. Tal vez fue un gesto más de Alberto Fernández para congraciarse con los jugadores de la selección. Inútil, si fue por eso. Ya en la mañana del lunes voceros oficiales habían hecho trascender que Alberto Fernández adoptaría el formato de Alfonsín en el mundial de 1986 si la selección lo visitaba. Esto es: recibiría a los jugadores y los saludaría, pero luego los dejaría solos para que ellos festejaran desde el famoso balcón de la Casa de Gobierno. Esa idea fue luego oficialmente anticipada por el ministro Aníbal Fernández. Nada. Los mensajes de Tapia desde Qatar, luego del triunfo, indicaban que los jugadores solo querían celebrar con la gente. No querían políticos a su lado. Mauricio Macri jugó con más habilidad porque directamente no se mostró nunca con la selección, ni siquiera en Qatar después de la victoria. De paso, se exhibió con varios líderes extranjeros, como el presidente francés, Emmanuel Macron. También se vio al emir de Qatar caminar varios metros para abrazarse a Macri cuando la selección se convirtió en campeón mundial; el abrazo duro minutos interminables. Después de la primera derrota (y única) de la selección argentina ante Arabia Saudita, el kirchnerismo se apresuró en tildar de mufa al expresidente porque estaba en Doha. La ansiedad es el peor enemigo del kirchnerismo. ¿Qué dirá Rodolfo Tailhade ahora, después de que él iniciara esa campaña contra Macri? ¿Acaso, que habrá que llevarlo siempre a los campeonatos mundiales, aunque ya no sea funcionario de la FIFA? Son todas imbecilidades porque nada tiene que ver con la realidad, sino con la superstición. Ni Macri es mufa ni tampoco podría ser una cábala.
La locura colectiva que se vivió este martes debe explicarse más allá del campeonato mundial de fútbol. Fue una buena noticia para una sociedad que viene de vivir cuatro años (incluido el último de Macri) golpeada por las malas novedades. Inflación altísima, salarios devaluados, trifulcas políticas que solo importan a los políticos, una inseguridad indescriptible en su dimensión, pataletas de la vicepresidenta (y del Presidente) contra el Poder Judicial. En el medio, la pandemia que sembró enfermedad, muerte y miedo en la sociedad, conducida por una dirigencia gubernamental que no acertó ni con la cuarentena ni con la elección temprana de las vacunas. Un liderazgo político, en fin, obsesionado con su propio ombligo. El excampeón mundial de fútbol y exquisito escritor argentino Jorge Valdano analizó así el campeonato de la selección local en el diario español El País: “El país está pasando un momento muy difícil en lo político, en lo social y en los económico, una catástrofe atenuada durante un mes por la fuerza descomunal del Mundial”. Y agregó: “Terminando épicamente este Mundial, no sé hasta cuándo el país seguirá unido en torno al fútbol porque tendemos a la división. Somos difíciles”. En síntesis, hay una línea compleja de distinguir en el frenesí colectivo de ayer entre el festejo y la catarsis.
Solo en off: las confesiones de Mauricio Macri desde Qatar sobre su futuro político
Las celebraciones y el oportunismo político relegaron otra vez la situación del futbolista iraní Amir Nasr-Azadani, quien podría morir ahorcado en tiempos inminentes por el régimen teocrático de Irán. Un crimen anunciado. Nasr-Azadani solo había participado de una protesta por el asesinato, en medio de la tortura, de una joven mujer detenida por la policía estatal porque no llevaba bien puesto el velo que debe tapar su cara. El gobierno nacional no dijo nada hasta ahora sobre esa sucesión de violaciones a los principios más básicos de los derechos humanos en el mundo. Silencio. Complicidad. ¿Sigue, acaso, la relación especial con el gobierno de Teherán que inició en su momento Cristina Kirchner? “A la cancillería la maneja Cristina, no Cafiero”, aseguró un diplomático argentino de carrera. También Macri debería hacer esfuerzos para que la dirigencia de la FIFA, donde él tiene influencia, tome la iniciativa mundial en defensa de la vida de Nasr-Azadani. El excanciller de Macri Jorge Faurie señaló en un tuit: “Es una vergüenza que el actual Gobierno argentino no condene ni proteste por las dramáticas violaciones de los derechos humanos que está cometiendo el Gobierno de Irán. ¿Los derechos humanos son diferentes según la religión o la filiación política de quien los viola?”, se preguntó. También el Club Político, que preside Graciela Fernández Meijide, se dirigió al Presidente para que se ocupe de manera urgente de la situación de Nasr-Azadani. ¿Tampoco funcionará la declamada política internacional de Alberto Fernández que, según él, tiene como prioridad los derechos humanos? Es probable. En un país anárquico y desorganizado, perdieron valor la vida y la muerte. Ya ni eso funciona.