Alta fidelidad: el Messías en la piel de Judas

¿Sabrá el elegante Neil Tennant que cantamos “Go West”? Pero no en una fiesta retro donde los Pet Shop Boys serían de rigor sino en una esquina de Liniers donde una señora a la que llaman “la abuela” es recibida por una hinchada que, siguiendo un patrón muy arraigado, se apropió la melodía del himno gay “Go West” para recibirla al final de cada uno de los partidos que Argentina fue ganando hasta llegar a la final, hoy. Las hinchadas argentinas se caracterizan por su violencia, es cierto, pero también por una suerte de mecanismo colectivo que convierte hits de la música pop en cantos de tribuna. Es una suerte de coro inadaptado capaz de adaptarlo (casi) todo. Tal es así que en este mundial hemos escuchado a los entusiastas japoneses hacer su versión (cultura karaoke) de la versión que las hinchadas argentinas de los 80 hicieron de “Pop goes the world” de los canadienses Man Without Hats. En 2014, el viejo “Bad Moon Rising” de Creedence apropiado e intervenido por el coro de San Lorenzo devino en el desafiante “Brasil, decime que se siente”.

A miles de kilómetros estos originales que son lingua franca de la cultura pop son desmontados, invertidos e intervenidos. Los mismos eslabones que se juegan en una pieza de arte contemporáneo. Y sino miren el video que subieron a twitter montando un parloteo en perfecto inglés de Dibu, sobre la introducción del icónico Phil Daniels (Quafrophenia) en “Parklife” de Blur.

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Si la escena del arte tiene su propio léxico (una obra que era “inquietante” en 2010 hoy es “disruptiva” o no es) lo mismo sucede con el fútbol y sobre todo en los mundiales donde ocupa el centro del lenguaje. Se imponen palabras que se vacían de contenido sobre la marcha. ¿Cuántas veces se puede decir que el partido necesita un “revulsivo” o que un equipo se caracteriza por su “transiciones” rápidas? Esa palabra (transición) apareció en toda su dimensión el martes por la noche cuando se salió a festejar fuerte el pase a la final. Como sucede desde el partido contra México, donde la permanencia en Qatar ya se veía amenazada, cada triunfo del team argentino es seguido por una peregrinación junto a mi hija desde Plaza Irlanda, donde escribo ahora mismo, hacia el estadio Diego Maradona en Paternal. Una foto con algunos de los retratos hiperrealistas de @marley_graffitis, una plegaria y promesa en la capilla que le armó Argentinos Juniors y la vuelta confiando en que estaremos volviendo hoy.

Una novela inglesa para la pulga argentina

En el partido contra Croacia fui solo y terminé arrastrado hacia un concierto de Judas Priest del que no tenía idea. Y es aquí donde la palabra transición, tan oída por ponerle demasiada oreja a los debates pre y post partido, recuperó su significado. Había que ver como patear Corrientes entre Scalabrini Ortiz y Dorrego era la transición entre el celeste y blanco en todas sus expresiones y el negro. Hacia el norte el público general, ATP, del festejo se empezaba a perder entre la muchedumbre heavy metal producida para una noche de gala gótica.

La última de las subculturas del siglo XX en pie parecía ajena a Qatar 2022 en ese Movistar Arena cerrado sobre sí mismo con el escenario convertido en una suerte de memoria de la era industrial. Por la música, mecánica pero propulsada a sangre y por la escenografía: una suerte de usina abandonada donde el mítico Rob Halford alcanza esos agudos de tenor-terror aunque a los 71 se parezca al dirigente piquetero Emilio Pérsico vestido para una reunión sadomasoquista. Esta noche heavy parece un refugio de la mundialitis ambiente pero el asunto es que nadie se quiere refugiar. Ni siquiera los míticos Judas Priest de Birmingham (o de Flores, ya que Occidente nos pertenece) que utilizan la pantalla de video por donde desfilaron chimeneas, pistones y humanoides para dejar clavada una imagen de Messi elevando su mirada al cielo. ¿Qué hace el messías, como lo llaman los relatores siguiendo la teología del Diez-Dios, en un recital de la música del diablo? Lo que sabe hacer, pues, estar en todas partes. La mañana del anochecer acelerado que siguió a una tarde desbordante completa este cruce de heavy metal y Mundial con las pequeñas maravillas del arte digital popular. Un sticker (forma breve y ultraviral del meme) vía whatsapp muestra la tapa de Un paso más en la batalla (1985), el segundo álbum de V8, los chicos malos más malos del heavy metal argentino, intervenida. En lugar de la banda están ahí, en medio de una suerte de corazón enchapado, Messi, Lautaro, De Paul, Di María y Dibu. También son una banda, en efecto.

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Desde el partido contra México, esta columna free style de cultura se entreveró con cuestiones futbolísticas ineludibles. Entonces, entendiendo que una derrota argentina volvería vano el texto cerré con una aclaración: “escrita y despachada con total incertidumbre en la víspera de…” Volvió a suceder con Holanda y, de nuevo, con Croacia. Se volvió casi un ritual, una más entre las cábalas. Va de nuevo entonces.

(Esta columna fue escrita y despachada en la previa de la final contra Francia con total incertidumbre) Hasta 2026.

 

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