Federico Klemm, del pobre niño que no podía pronunciar la erre al príncipe rebelde

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): Nací el 25 de marzo de 1942 en Checoslovaquia, durante la ocupación alemana. Mi madre fue Rosa Marekev Klemm; mi padre, Frederick Josef Klemm. Era hijo único. Mi madre decía que en esas épocas tan difíciles era una inconciencia pensar en tener más hijos. Mi padre tenía la representación de varias firmas y era proveedor de materia prima, tanto para la industria grande como para el Estado. El lugar en el que nací se llama Liberec, aunque los nazis le habían cambiado el nombre durante la ocupación. Los alemanes invadieron el país con el pretexto de ser maltratados en esa región, lo cual no era cierto. Ellos querían anexar el territorio al Tercer Reich, así que vivía en una zona de litigio. De Checoslovaquia tengo muchos recuerdos, a pesar de mi corta edad por entonces, así que evidentemente viví cosas que fueron fuertes para mí. Un primer recuerdo es de cuando yo tenía 2 años y había una fiesta para chicos que organizaban en la ciudad en un teatro hermosísimo, donde había obras con marionetas —lo que yo iba a ver—, ópera y recitales sinfónicos. En esa fiesta, cada chico hacía su gracia, recitaba un versito, por ejemplo. Cosas simples, por supuesto, nada de Chéjov. Y cuando yo hice mi recitado, arranqué un aplauso instantáneo. Fue mi primera ovación, podría decirse. Y me fomentaban mucho la fantasía. Mi madre tenía una gran sensibilidad, y todos los días me contaba cuentos que ella misma inventaba.

Los 80 años del excéntrico Federico Klemm

Un segundo recuerdo es durante unas Navidades en las que mi abuelo, un hombre que usaba siempre tapados de piel y que no era de hacer regalos muy especiales, abrió la puerta de la casa y estaba la entrada llena de regalos. Entonces exclamó: “Adiós, Niño Jesús”. Yo corrí a la ventana para verlo, pero por supuesto no vi a nadie. También recuerdo bombardeos, sin duda. No sé por qué nos atacaban, supongo que por los partisanos que estaban en rebeldía contra la imposición nazi. Pero me acuerdo de estar en el tren y que comenzaran a caer las bombas, entonces teníamos que bajar y ponernos debajo del tren para protegernos.

“Klemm”, de Rodrigo Duarte, un collage de testimonios que retratan a un personaje inolvidable

DALILA PUZZOVIO (amiga y artista): El padre era alemán, y la madre, checoslovaca; entonces, las tensiones que eso creaba en aquel momento histórico particular eran muchas. Sé que Rosita vivió durante la Ocupación con el terror a flor de piel, y el padre debió abandonar el país una vez que los nazis perdieron y fueron echados de Checoslovaquia. Él huyó con todo el dinero familiar y escondió en la casa de unos primos a Rosita y a Federico, que era muy chico. El plan era estar ocultos allí por un tiempo y luego irse a Suiza para desde ahí viajar a la Argentina. Rosita me contó que en un momento aparecieron unos tipos en la casa donde estaban escondidos y les dijeron que sabían quiénes eran y que iban a denunciarlos por colaboracionistas, así que debieron escaparse y refugiarse en otra vivienda hasta que pudieron huir hacia Suiza. La noche en que partieron, Federico estaba con fiebre escarlatina, pero Rosita decidió seguir con el plan de todas formas. Un auto los recogió y solo tenían que pasar los controles de los puestos fronterizos. Rosita me confesó que esos minutos fueron los momentos de mayor pánico de su vida, porque tenía miedo de que Federico dijera alguna palabra en alemán durante el intercambio con el agente de control checo, y eso los delatara. Entonces le llenó la boca de bombones para que estuviera ocupado y no pudiera hablar. “Ese terror nunca me abandonó”, me dijo una noche.

FERNANDO EZPELETA: Federico llegó con 7 años a la Argentina. Durante los primeros tiempos residió en Tigre, donde vivía un hermano de Rosita, pero estuvieron ahí solo unos meses. Luego de que llegara el padre, se compraron una casa en la calle Manuela Pedraza, en Belgrano, y al tiempo se fueron a la casa de French, donde viviría toda la vida. Esos primeros años sé que fueron difíciles para él, sufrió mucho bullying.

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FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): Fue una época de cambios bestiales para mí. Para empezar, tuve muchos problemas con el idioma español. Mi lengua en los primeros años de mi vida había sido el checo, luego tuve que pasarme al alemán, luego al checo otra vez y, finalmente, al español cuando vinimos a la Argentina. Todo en un período de siete años, y yo nunca he tenido facilidad para los idiomas.

Iba al colegio Juana Manso, por el barrio de Belgrano, y todos mis compañeros se reían de mí, de mi acento y de mi incapacidad para pronunciar la letra erre. Para peor, la maestra, una mujer mediocre, me hacía pasar al frente y leer textos del estilo: “El tren ferrrrocarrrril que cruza la barrrera a través de la tierra llega a corrrrer junto a los transeúntes para Corrientes”. Eso era desopilante para ellos, y producía las carcajadas generales de la división. Yo practicaba en casa y en un momento conseguí decir bien la erre, pero no me animaba a largarme enfrente de todo el mundo.

Federico Klemm: “Un día llegué llorando a casa y le dije a mi madre: ‘Mirá mamá, en el colegio son terribles conmigo, se ríen de mí, de que no puedo decir tal cosa y de cómo hablo'”

Un día llegué llorando a casa y le dije a mi madre: “Mirá mamá, en el colegio son terribles conmigo, se ríen de mí, de que no puedo decir tal cosa y de cómo hablo”. Entonces mi madre mandó una carta —hizo que una amiga se la escribiera— en la que le decía a la maestra: “Hemos pasado por momentos muy difíciles, y no quisiéramos haber venido a la Argentina para que se rían de nuestro hijo porque no puede pronunciar el idioma”. Mandó esa carta y, al día siguiente, nadie más se rio. Se acabó ese grotesco sobre el pobre niño que frente a tantos cambios históricos y de países no podía pronunciar la erre.

CÉSAR CASTELLANO: El Federico adulto hablaba muy poco de su infancia. Hacía alguna mención y enseguida se quedaba en silencio. Te daba la impresión de que no lo había pasado nada bien.

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): El secundario lo hice en el Carlos Pellegrini, que en aquel momento era una escuela comercial. Tenías mucha contabilidad, matemática financiera, mecanografía. Reconozco que, a la larga, algo me sirvió, pero en ese entonces no me sentí muy a gusto. El Pellegrini era adonde iban — y digo esto con respeto— los hijos de almaceneros, de pequeños comerciantes, y no había nada de dibujo ni música, por ejemplo, por lo cual fue algo horroroso para mí.

FERNANDO EZPELETA: En paralelo con su educación en el Carlos Pellegrini, se iniciaba en el circuito cultural de la mano de su madre. Visitas a museos, a galerías, shows de ballet. Además de, por supuesto, tomar clases con los mejores, canto lírico con Ru˚žena Horáková y actuación con Marcelo Lavalle. Y obviamente estaban los privilegios familiares: abonos al Colón, la membresía del Club Alemán, del Club de Golf, todos esos símbolos de poder de la burguesía incipiente a la que los padres pertenecían. Creo que el arte fue no solo una forma de asimilarse a su nuevo país, sino una manera de salir de ese ámbito opresor. Fue su forma de liberarse de los tormentos que vivía debido a su padre. Era sanador para él.

FEDA BAEZA (curadora y directora del Palais de Glace): Pese a lo que él decía, su casa no era completamente ajena al mundo del arte. Rosita Klemm había comprado algunas obras de Spilimbergo y de Victorica, y hasta le había encargado a Mariette Lydis que retratara a un muy joven Federico.

FERNANDO EZPELETA: Cuando egresó del Pellegrini, entró de inmediato a trabajar con el padre, un hombre muy hábil, que ya venía con una cartera importante de clientes de Europa, y enseguida de su llegada armó una empresa acá. Con el negocio de la celulosa, Federico padre competía mano a mano con Bunge & Born, por ejemplo. Todo esto no era nuevo, el abuelo de Federico había sido un industrial muy importante en Alemania, y continuar en el negocio familiar era un mandato. Así que Federico iba todos los días al escritorio. Se levantaba —aunque a las dos de la tarde, porque en la mañana él no existía—, hacía todos sus afeites, se vestía e iba. Su trabajo, principalmente, era estar ahí. Escuchar, aprender, ver lo que pasaba.

Un jovencísimo Federico Klemm

EDGARDO GIMÉNEZ (amigo y artista): El padre tenía la intención de que Federico siguiera sus pasos y se hiciera cargo de la empresa, escenario que él aborrecía. Lo obligaba a ir todos los días a la oficina, y él cumplía. Pero tampoco era que le dedicaba tanta energía. Una vez estaba contento porque había participado de una reunión de trabajo y decía que lo que se trató le pareció interesante. “¿Ah, sí? ¿De qué era la reunión?”, le pregunté. Y me respondió, totalmente serio: “¿La verdad? No me acuerdo”.

DALILA PUZZOVIO: Ya en esa época había una especie de leyenda alrededor de la fortuna familiar y de la actividad del padre. Se decía todo tipo de cosas. Pero la verdad era que, en la Argentina, los Klemm nunca tuvieron taller ni fábricas; el supuesto imperio se reducía a una pequeña oficina en la calle Corrientes para importar materias primas químicas. La realidad era mucho más aburrida que el mito. Lo que sí me parecía muy interesante era la relación de los Klemm con el socio de Federico padre, el doctor Haller, quien no solo había venido con ellos, sino que vivía con ellos. Había un misterio sobre si Rosita andaba con Haller o cuál era exactamente la naturaleza de la relación entre los tres, que duró décadas. Lo que sí sé es que Federico lo quería mucho.

VALERIA FITERMAN (directora de la Fundación Klemm): Federico siempre decía que había tenido un padre fuerte y difícil. Un padre que no lo aceptaba como era. Todo lo contrario a la madre y al “tío Haller”, el solterón socio del padre que vivía con ellos. Tengo entendido que era muy afectuoso con Federico. Haller era un personaje muy extraño, tenía un gran afecto por Rosita también, yo creo que estaba enamorado de ella. Federico decía eso. Nosotros en broma le decíamos: “Pero, Rosita, mirá qué puntería, ¡te volteaste a dos millonarios!”. Igual no creo que haya sido algo más allá de lo platónico.

ALICIA DE ARTEAGA (periodista y crítica de arte): Ciertamente vivía la vida que el padre le había elegido como una imposición, porque él quería ser artista y no se lo permitían, lo mandaban a la oficina. Pero para Federico padre también era frustrante la relación con su hijo, porque él era un empresario importante y Federico no quería saber nada de eso y le hablaba de su “vocación artística”.

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): Mi fascinación con la ópera comenzó en 1958, año del cincuentenario del Teatro Colón, cuando hicieron una temporada a todo trapo. Vi a un cantante chileno que se llamaba Ramón Vinay, que hacía de Otelo. Su especialidad era ese papel y también el de Sansón, en Sansón y Dalila. Este hombre había interpretado cuatrocientas veces cada uno de esos roles y era un prodigio en escena. Quedé tan impresionado que me compré la ópera de Otelo y empecé a practicarla en casa y a estudiar canto más en serio.

EDGARDO GIMÉNEZ: Obviamente hay una fuerte carga de homofobia en todo el asunto entre Federico y el padre.

FERNANDO EZPELETA: Federico padre consideraba que el amor por el arte que sentía su hijo los separaba. Que estuviese todo el día con él en la oficina era una manera de tenerlo cerca y controlado. Y Federico recibía un sueldo bastante bajo, entonces por eso también se dejaba controlar y se encadenaba a la familia, porque lo vivía al padre. Era un tema de plata.

DALILA PUZZOVIO: Iba al puerto con la mamá a recibir los envíos de la empresa y caía vestido con un tapado de gamuza con cuello de zorro y todo maquillado. El espectáculo que era eso en aquella época y en un lugar así… Una vez, Fede- rico estaba en la oficina y entraron ladrones a robar, hicieron poner a todo el personal cuerpo a tierra menos a él. Cuando le vieron la pinta, le dijeron: “Vos no, querida”.

LAURA FEINSILBER (crítica de arte): Tenía en su juventud una figura apolínea y la androginia de un Tadzio.

EDGARDO GIMÉNEZ: Era un tipo de una belleza extraordinaria, de actor de cine, dirían las abuelas.

FERNANDO EZPELETA: Federico era un tipo technicolor y, dentro de esa Buenos Aires gris, llamaba la atención. Muchos jóvenes de su generación pensaban en Sierra Maestra, pero, claramente, él no.

DORYS DEL VALLE (amiga y actriz): Con Federico éramos parte de un grupo de chicos jóvenes —creo que tendríamos alrededor de 20 años, más o menos— a los que nos gustaba mucho la danza, la lírica, así que íbamos mucho al Colón, al teatro. Yo no era una persona salidora, pero me encantaba hacer cosas con él. Una vez fuimos juntos al Festival de Cine de Mar del Plata. Me habían invitado a mí, y él fue como mi acompañante. Fuimos un éxito, los dos “ultralookeados”, hasta fuimos tapa de revistas. A mí, sus estilismos me parecían lo más natural del mundo. Mi madre era modista, y yo nunca fui sencillita en mi manera de vestir. Nadie hablaba de homosexualidad o de esas cosas. La idea era divertirse y pasarlo bien, escuchar música, socializar. A veces nos invitaba a su casa familiar, un hogar muy suntuoso, con una gran escalera, muebles lindos, y él cantaba ópera para nosotros. Todavía lo puedo recordar de smoking blanco y pantalones negros. Amaba la música y tenía la elegancia de una estrella. ¿Cantaba bien? Para mí sí, pero a veces no es la perfección técnica lo importante, sino el sentimiento que se transmite, el carisma. No fuimos amigos por mucho tiempo, pero nunca conocí a nadie igual.

SILVINA BENGURIA: Yo iba a un lugar en Mar del Plata que se llamaba Playa Chica, muy marginal, pero yo fui un poco marginal también en mis días. Mis padres tenían una casa cerca de ahí, y a mí me gustaba porque en esa playa no te miraban mal si usabas bikini, en las otras directamente no se podía usar. Te estoy hablando de los early sixties. Y un día apareció en la playa un chico divino, rubio, flaco, elegante. Con un pelo como de seda. Todos mis amigos me decían que me acercara a él y me hiciera amiga. Y me acerqué y nos hicimos amigos, pero era una amistad extraña. Salíamos a bailar de noche, lo pasábamos brutal, y después se esfumaba. Para mí era un misterio total, porque aparecía siempre descalzo en la playa y con la plata justa para el colectivo, pero vos te dabas cuenta de que era completamente distinto a todos los otros chicos. Pero no hablaba nada de su vida ni dijo jamás que era riquísimo. Era muy sensible y muy inteligente. Después de que nos conocimos un poco más —hubo un tiempo en el que hablábamos por teléfono todos los días—, me di cuenta de que tenía una muy mala relación con el padre. Federico padre lo quería mucho, pero no podía soportar cómo era su hijo. Por suerte, tenía en la casa al señor Haller, que según Federico lo protegió mucho. Nunca me enamoré de él, pero sí me acuerdo de una vez que estábamos bailando —y él era tan hermoso y lo estábamos pasando tan bien juntos— y pensé: “¡Puta, qué bronca me da que este tipo se maquille!”. Porque realmente se maquillaba mucho. Pero teníamos mucha química, pese a que no éramos compatibles en cuanto al sexo. Yo ya pintaba, entonces le presenté una cantidad de gente de ese mundo, del que él no sabía nada porque aún vivía en un mundo aburrido y anticuado, no se había despertado todavía. Te diría que empezamos a descubrir la felicidad y la libertad juntos.

KADO KOSTZER (autor del libro La generación Di Tella y otras intoxicaciones): ¿Quién era Federico en esa época a mediados de los años sesenta? Básicamente, alguien muy visible por la extravagancia. Lo conocías antes de que te lo presentaran oficialmente, porque se trataba de un personaje muy llamativo estilo Quentin Crisp, a quien veías, por ejemplo, en Florida y Paraguay con delineador en los ojos, siempre maquillado y con un pelo muy extraño completamente armado, creo que a causa de tener el cabello muy ligero o ya problemas de calvicie, entonces se hacía unos ikebanas para ocultar esa situación. A mí me daba miedo, era como una imagen espectral o de una película de terror, porque si lo veías en verano a las seis de la tarde, suponte, el maquillaje se notaba mucho y era algo muy grotesco. Pero, por cierto, se había hecho una reputación gracias a ese estilo. Bueno, gracias a eso y a la leyenda de que era heredero de un ex industrial nazi, claro. La gente te codeaba por la calle y te decía: “Ahí va la loca de Klemm”. Incluso una vez estaba por Santa Fe y Talcahuano, en la puerta de mi casa, y alguien gritó: “Ahí viene Marlene!”, y… ¡era Federico!

EUGENIO ZANETTI (director de arte y cineasta): Federico en aquella época se autopercibía una figura romántica, en el sentido siglo XIX del término. Él se consideraba un príncipe, separado del resto de la humanidad, y de hecho lo estaba, porque todo ese dinero creaba una muralla protectora. Y circulaba todo tipo de versiones sobre su familia. Se decía, por ejemplo, que tenían en su posesión una cantidad enorme de joyas que habían traído en esa huida después de la caída de los nazis. Así que por cierto era famoso, pero principalmente por tener dinero.

JORGE PONDAL (actor): Tengo recuerdos de verlo caminar por la avenida Santa Fe vestido con un impermeable fabuloso de color entre crema y blanco y con el pelo muy rubio, una figura imposible de ignorar. Buenos Aires no era una ciudad, en ese momento —te estoy hablando de mediados de los años sesenta—, donde hubiese bares gays, pero sí me acuerdo de que él frecuentaba un local cuya clientela estaba formada en su mayoría por homosexuales, que se llamaba Frisco Bar, el diminutivo era por San Francisco, que ya era una meca gay. Pero no lo recuerdo como alguien que quisiera llamar la atención, todo lo contrario; es decir, llamaba la atención, pero su actitud era más de caminar mirando al piso, muy tranquilo y en la suya. Tal vez solo quería aparentar discreción por estar yirando, pero nunca me pareció una persona que buscara el escándalo.

KADO KOSTZER: En esos momentos, estar incluso diez pasos atrás de alguien como Klemm podía ser un riesgo para vos. La policía estaba siempre a la caza de alguno de pelo largo, de alguno con barba y, obviamente, de aquellos que parecieran extravagantes u homosexuales. Incluso si Federico solo tomaba el té con Rosita en el Florida Garden, como él hacía mucho, llamaba la atención. No te olvides de que esta era la época en que si te ponías una camisa rosa te gritaban “puto” y te perseguían en la calle para pegarte, y a nadie le parecía mal.

LAURA FEINSILBER: Mi marido, Jorge Feinsilber, era un crítico de arte ya conocido en aquel momento, y entonces teníamos un circuito al que íbamos siempre los sábados: la galería Van Riel, la galería Witcomb, la galería Castagnino, todo el paseo por Florida de la Manzana Loca. Y ahí lo veías siempre a Federico, con una capa de terciopelo negro y con sus galgos. Todo el mundo se lo quedaba mirando, por supuesto, pero era principalmente un outsider del mundo del arte en aquel momento, un flâneur vistoso. Un individuo que paseaba y generaba miradas y comentarios. Aunque su actitud ya respondía a esa cosa ditelliana, algo que estaría en su futuro cercano.

FEDERICO KLEMM (al diario LA NACION): El Di Tella va ayudar a que abra mi cabeza.

SILVINA BENGURIA: Federico de joven pintaba en su casa. Copiaba cuadros, obras clásicas. Pero no sabía nada de arte. Quiero decir, ibas a comer con él y su madre en su casa y se hablaba de pintura, pero él pensaba que Mariette Lydis era la artista más importante de la historia. Poco a poco fui presentándole gente y enseguida empezó a interesarse.

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): La década de 1960 fue muy importante para mi formación. Fue el momento en que preparé de una manera subterránea el camino para pasar de una intrascendencia como la que vivía a un proyecto de trascendencia más adelante. Empecé esa década con 18 años, y cuando terminó, tenía casi 30, lo que quiere decir que estaba en plena fortaleza de mis recursos físicos, pero los mentales iban a aparecer posteriormente. Es decir, no se une la juventud con el desarrollo de la inteligencia, con la potencia mental. Por suerte y por desgracia.

SILVINA BENGURIA: En un momento me invitaron a participar en una performance que iban a hacer en el Instituto Di Tella, tirándose pollos y carne, algo típico de la época. Obviamente, mi respuesta fue: “Ni loca”, porque yo soy una persona introvertida, no me gustan esas cosas, pero le dije a Federico: “¿No querés ir vos?”. Y fue.

El libro del Di Tella: Gran fresco sobre una vanguardia que dejó huella

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): En realidad fue así, iba caminando por Maipú y Paraguay, y pasé ahí por el Bar Moderno. Yo tenía puestos unos pantalones tan apretados que podían pasar dos cosas: que me llevara la policía por escandaloso, o que me contrataran del Di Tella. Por suerte, me contrataron del Di Tella para un happening que se iba a llamar “Meat Joy” y lo organizaba Oscar Masotta, que era parte de un intercambio de acciones artísticas con Nueva York. Básicamente éramos un grupo de gente tirándose pollos, pescado, y al final, como el piso era de bronce, empezamos a patinar y no pudimos terminar con la coreografía correspondiente. Terminamos todos en el piso llenos de pintura. Y el Di Tella era tan moderno que no tenía duchas, entonces tuvimos que secarnos con papel higiénico, pedacito por pedacito. Me acuerdo de estar ahí con algunos de los participantes, como Roberto Plate y Pablo Suárez, todos enchastrados, y decir:”¡Pensar que esto lo hacemos por el arte!”.

ROBERTO JACOBY (artista): Lo que puedo decir de su participación en el happening, que organizamos Masotta y yo, es que se lo tomó muy en serio. Teniendo en cuenta que era un papel mínimo y que solo consistía en ensuciarse todo.

KADO KOSTZER: Lo que más recuerdo de la performance es a Federico, en medio de esa locura, intentando que su pelo no se le desarreglara. Cuidaba mucho su pelo.

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): Vinieron ese día todos los noticieros para filmarnos, y nosotros con nuestra ingenuidad estábamos contentísimos por eso. Después, por supuesto, vimos la cobertura, imágenes nuestras tirándonos pollos y resbalándonos con un entusiasmo bárbaro y un zócalo que decía: “¿Adónde va a ir el arte argentino con estas ideas foráneas que nos llevan a la perdición?”

KADO KOSTZER: Sí, su primera incursión el Di Tella fue en ese famoso happening semidesnudo, algo que no minimizo porque en esa época presentarte en público con taparrabos o bikini ya de por sí era bastante de avanzada, pero después protagonizó una obra que se haría en el Instituto. El origen fue el propio happening, de hecho, porque en él participaba Chela Barbosa, una bailarina que sería la directora de la obra. En el Di Tella había una gran diversidad de espectáculos; mientras uno ensayaba una cosa, alguien representaba otra, y un tercero hacía una muestra. Entonces había siempre un cruzamiento entre cada cosa que pasaba, por supuesto que nunca con demasiada armonía porque todo el mundo se odiaba. Igual, Federico no se puso enseguida a hacer la obra, estuvo bastante tiempo por ahí, siendo solo un personaje del lugar. Pese a lo vanguardista y rupturista del Di Tella, había un sector muy machista que le tenía un gran desprecio a Federico, porque era el que más visibilizaba la homosexualidad, entonces lo hacían a un lado. Porque había homosexuales ahí, pero eran tapados. Y obviamente no había nada tapado en Federico. Por lo tanto, todas esas personas del Bar Moderno, que sin excepción se tomaban muy en serio y no tenían capacidad de autoparodia, fueron muy sectarias y homofóbicas.

LEOPOLDO MALER (artista): Nunca me pareció que lo hubiéramos despreciado, sino al contrario: era él quien nos despreciaba a nosotros. Federico era un dandy, y nosotros, unos hippies. Él tenía una actitud fría y aristocrática. Yo me sentía intimidado por Federico, de hecho. Su aislamiento en el Di Tella respondía a eso. No hubo ningún tipo de discriminación por excéntrico o lo que fuera. ¡Si todo eso nos gustaba! Peralta Ramos, por ejemplo, se sentaba a la mesa con nosotros, era mucho más amigable. Klemm estaba en su propia burbuja.

DELIA CANCELA (artista y diseñadora): A Federico lo había conocido en una fiesta en el taller de Alfredo Arias y Juan Stoppani, un tiempo antes de su reaparición en el Di Tella. Era una fiesta muy grande, con mucha gente, pero ¿cómo no posar la vista en él? Su pelo, su estilo, era simplemente imposible que pasara desapercibido. No recuerdo por qué, pero esa noche que nos conocimos sé que nos peleamos. Él era muy exuberante, y yo, muy tímida, y hubo una discusión por algo. Después, en el Di Tella, él estaba como performer, lo veías por ahí vestido con cosas, cantando fragmentos de óperas. Creo que le gustaba estar cerca del mundo del arte, pero no sé si él hacía algo en particular. La gente lo consideraba un personaje.

DALILA PUZZOVIO: La gente dice que Federico Klemm no fue un artista del Di Tella… Bueno, ¡tienen razón! Nosotros, con mi esposo Charlie [Squirru], lo conocimos ahí, pero lo nuestro era profesional, exponíamos. Él era un diletante, básicamente. Un diletante con gracia y original, pero un diletante al fin. Tener un interés en el arte y hacer arte son dos cosas muy distintas.

SILVINA BARBOSA (hija de Chela Barbosa): Mi madre fue una de las pocas que lo entendía en aquel momento, que no lo juzgaba. Se hicieron muy compinches enseguida después de esa performance de “Meat Joy” y fue la única que le ofreció hacer algo después. Yo era chica, pero me acuerdo de que nos invitaba a su casa. No éramos de esa clase social, pero siempre fue muy amable con nosotros. No diría que era una persona cálida, se notaba que era retraído. Creo que a mi madre no le importaba si actuaba bien o no, pero se entendían y querían hacer algo juntos. Se le ocurrió que podía montar Hamlet y poner a Federico como protagonista.

FEDERICO KLEMM (a la revista Ramona): Yo de chico veía las películas de Jirí Trnka, que en muchos casos eran adaptaciones de Shakespeare. Y esas historias me atraían enormemente.

SILVINA BENGURIA: Siempre quiso ser actor. Era su principal vocación, de hecho. Iba todos los años al Festival de Cine de Mar del Plata y veía todas las películas, seguía la carrera de directores. Pero no se le dio. En realidad, nunca lo intentó, en su casa no querían saber nada de eso. Un director de cine argentino, Fernando Ayala, se enamoró de él y lo persiguió, pero Federico nunca le dio bola. Yo lo quería mucho al gordo Ayala, y mi marido por entonces era escenógrafo de Aries, así que cuando yo vivía en Roma, Fernando siempre que estaba en Europa viajaba para verme. Pero Federico no le dio ni la hora.

KADO KOSTZER: El Hamlet de Klemm y de Barbosa fue, por cierto, una cosa de antología. Con anterioridad, a Chela Barbosa le habían cancelado una obra en el mismo Di Tella porque Roberto Villanueva, que dirigía el Centro de Experimentación Audiovisual de ahí, no creía que fuera buena. Entonces, ella decidió redoblar la apuesta y hacer un espectáculo con Klemm, y nada menos que Hamlet. Huelga decir que Federico no estaba preparado para un desafío de esa envergadura porque no era un actor, pero, como tenía dinero para financiarlo, se hizo. El Di Tella, prudentemente, les dio el horario de las ocho de la noche los lunes y martes, que era para los espectáculos más experimentales, dentro de lo ya experimental que proponía la institución. Hicieron dos funciones semanales durante un mes. El texto estaba reducido a una hora, una hora diez, y tenía nada más que seis personajes, era una versión resumida de Hamlet, digamos. Algunas ideas eran interesantes, como por ejemplo que la misma actriz hiciera de Ofelia y de la reina Gertrudis —una puesta con Helen Mirren muchos años después haría esto mismo—, pero estaba todo tan mal actuado, era todo tan bizarro, tan amateur, que la poca gente que concurría lo hacía para reírse. Que los actores se cayeran en los pasadizos que había en el escenario en medio de la obra, o quedaran suspendidos con el culo para arriba en calzas, ciertamente no ayudaba a transmitir el dramatismo de la pieza. De manera involuntaria, Chela Barbosa y Klemm habían transformado Hamlet en una comedia.

EDUARDO BALDANI (actor en Oh sólida carne!, versión de Hamlet del Di Tella): Diría que fue una experiencia interesante. Yo no conocía a Federico, pero durante la producción fue una persona muy generosa. Él estaba a cargo de la financiación y nunca ahorró en nada. Yo hacía del rey Claudio, y todos teníamos un vestuario maravilloso. Nada menos que Gyula Kosice diseñó las joyas y los accesorios de los actores, entre ellos una pechera increíble que se ponía Federico y un anillo bárbaro que usaba yo. Después, ¿qué decir? La puesta era hierática, Federico realmente no estaba bien como Hamlet, lo cual es lógico porque no era actor. Aunque a su favor quiero decir que nunca se olvidó de la letra, que lo tenía todo muy ensayado. Pero la gente iba a reírse, eso fue duro.

SILVINA BARBOSA: Sé que para ellos fue una experiencia muy gratificante, pese a la recepción que tuvo la obra. Igual, una vez que cerró el Di Tella, la amistad entre Federico y mi madre no continuó. Ella nunca pudo encontrar un lugar en el mundo artístico argentino, así que se fue a probar suerte a los Estados Unidos. Allí tuvo hijos que luego dio en adopción. Yo le perdí el rastro porque me quedé viviendo con mi padre. Después volvió a la Argentina y terminó en el Hospital Moyano, porque no tenía donde ir. Algunas personas del Di Tella me dijeron: “De haber sabido cómo estaba, la hubiésemos ayudado”. Yo he querido reconstruir su vida durante esos años y me han mandado fotos de su época en el Di Tella. Así que más allá de lo que se dijo de la obra, creo que su tiempo dirigiendo Hamlet fue uno de los más felices de su vida, porque pudo conocer a gente como Federico, que la quiso, y pudo expresar su talento.

EDUARDO BALDANI: Al tiempo volví a encontrarlo a Federico, pero en algo completamente alejado del Di Tella. Tuve que hacer un trabajo con la empresa de productos químicos del padre, que tenía las oficinas arriba de donde ahora está el Multiteatro. Las vueltas de la vida del actor independiente… SILVINA BENGURIA: Federico decidió por aquella época que no quería trabajar más en la empresa familiar, imagino que debido a su intoxicación con el mundillo artístico. Por supuesto se armó una terrible en la casa, pero por un tiempo se mantuvo firme y no fue a la oficina. Justo en ese momento un amigo mío, dueño de la Galería Promenade Alvear, me ofreció un local. Se lo conté a Federico, pero le aclaré que yo no tenía un mango, era una mantenida de papá. “No importa, hagamos algo”, me dijo. Así que pusimos una tienda de almohadones. Un amigo nuestro, Mario Mactas, la bautizó. Se llamó Zen-Tate.

MARIO MACTAS: Me acuerdo de que para la inauguración de la tienda compramos una serie de arreglos florales y les pusimos tarjetas firmadas por personas famosas como si las hubiesen enviado. Así que teníamos felicitaciones de Juan Carlos de Borbón, de Ben-Gurión, de todo el mundo. Era algo muy propio de la época, burlarse de los poderosos sin perder el humor. Esa era la filosofía del propio Federico, además de que era un tipo muy divertido, con una personalidad magnética y ganas de hacer cosas. En lo personal, yo lo admiraba porque era un diferente, un rebelde que había decidido romper con los mandatos familiares y ser honesto consigo mismo. Ser homosexual en esas manzanas cercanas a la casa de Borges y presentarse ante el mundo con naturalidad y desparpajo no era poca cosa.

SILVINA BENGURIA: La tienda obviamente no duró mucho. ¿Algunas semanas? ¿Algunos meses? Como sea, poco tiempo. El principal error fue, bueno, que no íbamos. No contratamos a nadie para que atendiera el local, y yo acudía de vez en cuando. Tuvimos algunos clientes famosos, como Romero Brest, que nos compró un almohadón boquitas rojas de plástico tipo Mae West. Pero el cierre no fue dramático ni mucho menos. Los dos sabíamos que solo lo hacíamos para divertirnos y hacer algo.

EDERICO KLEMM (al programa Autobiografías, de Canal á): En esa época, yo ya conocía a Marta Minujín.

MARTA MINUJÍN (artista, a Página/12): Yo iba y venía de Estados Unidos y me lo pasaba hablando por teléfono con él. Creo que hablábamos más por teléfono que lo que nos veíamos en persona. Era un raro, un fuera de serie, cada cosa que decía te dejaba pensando por lo delirante. Todo en él era exagerado. Por ejemplo, le gustaban los tallarines y, entonces, durante meses no comía otra cosa que no fuesen tallarines. Me acuerdo de que trabajó en una ópera mía y cuando salió a la calle se lo llevaron preso al segundo, por la pinta.

BEATRIZ DAMONTE (participante en el happening Opebuai): Yo estuve en uno de los happenings que hizo Marta, la Ópera de Buenos Aires (Opebuai), en el que también participó Federico. Consistía en varios de nosotros, creo que éramos cuatro, remedando a cantantes líricos y recitando fragmentos de obras de distintos filósofos. No era una representación típica. La puesta era un delirio ordenado, que empezaba en el momento en que los espectadores ingresaban en la sala. Allí los esperaban “acomodadores” con caretas de chancho y largos piolines, con los cuales ataban en su butaca al espectador. Los actores teníamos, estoy casi segura, pintada la cara con alguna imagen de Dalí. El final de la función fue bastante inesperado. Una está acostumbrada a los aplausos o al silencio, ¿no? Acá llovieron zanahorias, lechugas, tomates y panes duros, mientras Marta gritaba: “¡Reventemos Buenos Aires! ¡Reventemos Buenos Aires!”. Después, cuando terminó la obra, salimos todos juntos porque íbamos a un boliche a bailar, y ahí la cana se llevó a Federico. Pensamos que solo lo habían detenido para pedirle documentos y seguimos nuestra marcha, pero después, cuando estábamos en el boliche y no llegaba, nos dimos cuenta de que lo habían metido preso. La cana lo tenía junado, sabían que era muy rico. Él se vestía de una manera que resultaba insultante para algunas mentalidades, como por ejemplo con pantalones blancos pata de elefante y un saco violeta furioso de raso o terciopelo o seda natural, era un fuego. Así que, cada vez que lo veían, lo agarraban e iba para adentro. Por suerte, su madre siempre lo sacaba, porque la cana lo vigilaba, pero ella lo vigilaba más.

EDGARDO GIMÉNEZ: Una vez le pregunté a Federico cómo estaba. Y me respondió: “Bien, hoy no me pegaron ni me arrestaron, así que hoy me está yendo bien”.

Fragmento del libro Gays, baños y exilios, de Alejandro Modarelli y Flavio Rapisardi: Las audacias de Klemm eran problema de familia. Tenía características de dandy, era imposible no identificarlo en medio de una multitud. Había creado no sin dificultad, porque dejó venir al asombrosamente tímido, un estilo, un rasgo personal. Su vida era como su ropa, una alucinación. La importancia de su dandismo radicaba más bien en su marginación respecto de las conductas de la alta burguesía en la que había crecido. Educado para la preservación de la fortuna familiar, el padre tenía una empresa de importación y exportación de productos químicos, solo concebía su dilapidación. Había optado por renunciar a las formas tranquilas de la mayoría de los gays de su clase, y sus entradas y salidas de las comisarías eran frecuentes. La Richard lo recuerda en los palcos del Teatro Colón, destino obligado de un clásico, la loca melómana. El Teatro Colón era otra de las variantes para los levantes, las invitaciones a los parties, y también para los encuentros sexuales. Sus baños, en los entreactos o en el curso de una representación soporífera, se transformaban en exquisitas bacanales. Las melómanas más inquietas optaban por las terrazas silenciosas, donde piezas de esculturas abandonadas formaban un decorado para los coitos furtivos. Si hay una figura para recordar entre las locas del Colón era ese rubio gigante, remilgado, que permanecía de pie durante toda la obra en tertulia, porque no entraba sentado. Sus gestos eran siempre solemnes y se la veía solo los días en que se tocaba Wagner. Por eso le pusimos La Valkiria.

ALFREDO BRISCO (amigo y psicólogo): Ah, sí, el cruising en el Colón… Nunca lo experimenté en carne propia, pero me llegaba todo tipo de historias de lo que pasaba en esos intervalos. Vos tenés que pensar que en esa época no había boliches gays, mucho menos redes sociales o aplicaciones de levante, entonces lo que te quedaba era yirar y hacer cruising por donde se pudiera. Imaginate que salías por Santa Fe y te levantabas a un tipo, perfectamente podía ser un cana que te llevaba. Se sabía que algunas comisarías tenían la orden de salir de incógnito a levantar homosexuales. Si vos exhibías algún indicio que te podía identificar como gay, un pantalón ajustado o el pelo largo, por ejemplo, sonabas. Y no era solo con los canas el problema, obvio, también podías cruzarte con gente traumada, gente peligrosa, porque, te repito, no había cómo socializar, estabas empujado a padecer una ruleta rusa. Podías terminar en situaciones peligrosas.

Fragmento de artículo publicado en el diario La Razón: Asaltantes y amorales. Capital Federal. Apresan a una banda que sustrajo automóviles por $31.000.000, en la que militaban seis menores y dos conocidos amorales. El 8 del corriente fueron detenidos Jorge Nicolás Benedetto y Jorge Aragón, ambos de 19 años, y un menor, a quienes se les secuestró el automóvil que horas antes habían sustraído a Antonio Miguel José Vidal, en Pedro Goyena al 500. Posteriormente se estableció que los detenidos formaban parte de una gavilla dedicada a hurtar vehículos, a los que, luego de utilizar en paseos, les quitaban diversos accesorios y los abandonaban, vendiendo las piezas robadas. También fueron capturados los demás integrantes de la banda, que resulta- ron ser Norberto David Norman, de 22 años; Federico Klemm, de 26 años; Juan Sarrandel, español, de 43; Dámaso Raimundo Fernando, de 25, y cinco menores de edad. La Policía comprobó que se apoderaron de rodados por un monto de 31.000.000 de pesos. Norman y Klemm son conocidos amorales, organizando fiestas negras en departamentos de la avenida Santa Fe 3329 y French 2825.

SILVINA BENGURIA: Federico no era un delincuente, pero le gustaba juntarse con chongos que estaban en cualquier cosa, y él terminaba siendo agrupado ahí por la prensa y la policía. A él lo tenían en la mira. Era una época terrible, te llevaban por ser homosexual, por tener el pelo muy largo, por tener la pollera muy corta, por cualquier cosa. Y había un chico que siempre lo seguía a todos lados, Norberto Norman, muy servil, pobrecito, claramente estaba muy enamorado de él y le hacía la pata en todas. El asunto con Robledo Puch imagino que tiene que haber sido algo similar a lo de esta banda que robaba autos.

ALEJANDRO MODARELLI (periodista y activista gay): Fue muy comentado en el medio su romance con uno de los asesinos seriales más conocidos del país. Pero mi parecer es que esa versión fue exagerada, creo que tuvo una noche de erotismo, una noche sexual, con Robledo Puch. Incluso tal vez fuera algo tarifado. No me extrañaría que hubiese sido una cuestión de taxi boys.

DALILA PUZZOVIO: Federico ya de joven andaba con chongos todo el tiempo. Pero chongos peligrosos, eh, chongos sórdidos. Un día estábamos en la casa y vino el grupo de Robledo Puch. Le decían “Federica de Recoleta”. En ese momento no eran conocidos, eran unos chongos nomás.

SILVINA BENGURIA: Sospecho que Federico se metió con Robledo Puch por morbo. Porque estaba de moda ser transgresor, porque Robledo Puch era muy lindo, y él, muy fantasioso. ¿Por ahí era una canchereada robar autos o salir con criminales? Como fuera, salió en los diarios por ese tema.

DIANA DOWEK (amiga y pintora): Federico un día le prestó el auto a Robledo Puch y él lo utilizó para matar a alguien. Esto lo sé. Fragmento de un artículo publicado en el diario Crónica, 1972: Un sujeto de conductas sospechosas, apodado “Federica”, habría alojado a Robledo e Ibáñez en su casa. Además les prestaba el auto y ellos alardeaban de sus fechorías. Este extraño ser estaba al tanto del dinero obtenido por sus protegidos en el campo de la dolce vita.

SILVINA BENGURIA: Fui yo la que le dije: “Federico, te estás perdiendo la libertad que te da manejar, comprate un auto”. Y al poco tiempo se lo compró. Incluso, yo le di las primeras lecciones y salíamos juntos a pasear. Y después salió todo ese tema de su Torino y Robledo Puch. Jamás hubiese imaginado cómo iba a repercutir mi insistencia en que tuviese un auto en su vida.

FEDERICO KLEMM (declaración ante la Policía Federal): “Nos encontramos [con Ibáñez] en el café La Biela, en Recoleta. Hablamos de los problemas del país y de su vocación, porque él quería ser artista de teatro y modelo. Era musculoso y vestía buenas ropas. Pero no sé nada de él. Nunca lo vi armado, ni tengo nada que ver con lo que hizo” (citada en el libro El ángel negro, de Rodolfo Palacios).

SILVINA BENGURIA: Una mañana, recuerdo perfecto que era domingo, vino el mayordomo de los Klemm a mi casa. Yo vivía cerca, por Figueroa Alcorta. Traía un mensaje de la madre de Federico pidiéndome que fuera a verla. Fui y lo primero que me preguntó fue si sabía dónde estaba su hijo. Ella sabía que estaba preso, pero no quería decírmelo. Después empezó a dar muchas vueltas, me preguntaba: “¿Usted necesita taller, señora Benguria? ¿Necesita taller?”. Yo no entendía a qué venía eso, pero sospechaba que en alguna se había metido Federico. Entonces me lo soltó: “Le compro lo que quiera, le compro un departamento donde usted me diga, solo tiene que decirle a la policía que Federico estuvo con usted ayer por la noche”. Yo, que era una persona que había sido bien educada por mis padres, le dije que no, que no se le podía mentir a la policía. La conversación terminó ahí. Fui a contárselo a mi padre porque estaba indignada, y él me prohibió volver a ver a Federico.

FERNANDO NOY (escritor y performer): No me llamó la atención que se hubiera vinculado con un ángel maldito y exterminador como Robledo Puch, porque los putos tenemos siempre destinos imprevisibles.

ALBERTO PASSOLINI (amigo y artista): Lo de su relación con Robledo Puch se convirtió en una leyenda en el ambiente, pero yo nunca se lo escuché contar a él. Nunca supe si fue verdad o es parte del “mito Klemm”.

ADRIANA ROSENBERG (amiga y directora de la Fundación PROA): Lo de Robledo Puch fue algo pesado en su vida. De ese tema no hablaba.

SILVINA BENGURIA: Al tiempo, Federico apareció en casa. Debió haber sido a la tarde. Lo vi y casi no lo reconocí. Estaba pelado, tenía toda la cara machucada y color violeta. Lo habían molido a palos y arrancado todos los pelos, pobrecito. Yo no quise preguntarle qué le había pasado. Él era muy vergonzoso conmigo, hasta el punto de que nunca me dijo que era gay ni hablaba de parejas, entonces no quise entrometerme. Le dije: “¿Sabés qué? No van a poder con vos. Nosotros vamos a salir como si nada hubiese pasado”. Yo quería demostrarle que a mí no me importaba lo que decían de él, cómo lucía o con quiénes estuviese saliendo. Y nos fuimos al teatro. Me acuerdo de entrar en el foyer con él hecho pelota y de que todos nos observaban, y nosotros nos mirábamos y nos agarrábamos de la mano. Yo lo quería mucho.

KADO KOSTZER: Federico tuvo problemas con el pelo desde joven y se hacía unos arreglos fabulosos para disimular la calvicie. Lo tenía largo en los costados y se lo llevaba todo al medio para que no se notaran las entradas. Entonces cuando apareció el rumor de que la policía lo había torturado y que por eso estaba casi sin pelo, bueno, obviamente que hacían cualquier brutalidad, pensé que podía ser una exageración, un elemento más de su leyenda. Porque sí imaginaba que podrían apresarlo y humillarlo, pero lo de arrancarle el cuero cabelludo me parecía mucho.

DALILA PUZZOVIO: Es verdad que siempre estuvo con poco pelo. Pero también es cierto que la policía una noche lo levantó y le arrancó tanto el pelo que lo lastimaron y se le hizo una infección. Eso no es un mito, fue lo que pasó.

KATJA ALEMANN (amiga y actriz): Una vez nos invitó a mí y a mi pareja de entonces a conocer su casa. Nos mostró la co- lección de cuadros, su habitación, que era muy pop en aquel momento, toda en blanco y negro, totalmente diferente de la decoración del resto de la casa. Y en un momento en que se estaba peinando frente al espejo empezó a contarnos que él había sufrido un ataque homofóbico por parte de la policía. Que le habían arrancado el cuero cabelludo. Yo quedé horrorizada, obviamente. Me dijo: “Me agarraron por puto y extravagante”.

SILVINA BENGURIA: En medio de todo ese quilombo de comienzos de los años setenta hicieron un atentado en su casa, le explotaron una bomba. La propiedad sufrió daños importantes, y uno de sus perros murió. ¿Fue la policía? ¿Un ajuste de cuentas de algunos de esos pesados a los que veía? Nunca se supo. Yo me había casado hacía poco, y mi marido me dijo: “Basta, no te juntás más con él, es gente peligrosa”. Y así fue, yo me fui a Europa al tiempo y no volvimos a vernos por muchos, muchos años.

FRANCISCO SALGADO (amigo): Creo que Federico se dio cuenta de que la mano se estaba poniendo muy pesada y eligió refugiarse en la casa, “pasó a la clandestinidad”, si querés. Y es que esa homofobia de Estado casi lo mataba. Entonces desapareció el Federico extravagante, el flâneur que estaba en todos lados, y apareció el Federico performer-anfitrión. Como si hubiese escuchado el consejo de Epicuro: vive oculto.

 

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