Argentina finalista: “Mané Messi” y los perros salvajes de África

Leo Messi todavía no había llegado al medio. Venía de “Maradonear” por la derecha para el 3-0. “Mané Messi”, me dice el colega brasileño Juca Kfouri con la referencia al legendario Garrincha, emocionado hasta las lágrimas, según me confiesa. Croacia, quebrada, pese a que aun faltan más de veinte minutos, está a punto de sacar del medio. La batalla, sin suficiencia, está definida. Pero veo que Rodrigo De Paul arenga otra vez a la tropa. Saca Croacia. Al minuto, De Paul, Nicolás Tagliafico y Alexis MacAllister arrinconan contra su propio banderín a Nikola Vlasic. Argentina, me había avisado días antes el escritor Juan José Becerra, es la selección de los “licaones”. Los perros salvajes de Africa son depredadores exhaustivos, cazadores número uno de la selva. Comen a nueve de cada diez presas. No los comanda el Rey León. Sino el Rey De Paul.

Sabíamos todos lo que era Croacia. No solo por aquel 0-3 de Rusia 2018. Y porque venía de eliminar a Neymar y quería jugar su segunda final seguida. Antes del alargue contra Brasil, cuentan que el DT Zlatko Dalic vio que su célebre mediocampo (Luka Modric-Marcelo Brozovic y Mateo Kovacic) ya no daba más. Especialmente Modric. El líder de 37 años, un aula de fútbol, dijo que él no salía. Y anotó  el tercer penal de la serie que alegró al país de apenas cuatro millones de habitantes. Lo tiró como pateaba penales en el campamento de refugiados que lo alojó tras la ejecución de su abuelo y otros miembros de la familia, plena Guerra de los Balcanes, en la que su padre fue soldado. Modric inició ayer como dueño psicológico del mediocampo la batalla contra Argentina. Pero anoche sí terminó dejando el campo antes de los 90 minutos. Cabizbazo en el banco. A metros suyo, en el banco argentino, Lautaro Martínez ya le había dado un abrazo formidable a Julián Alvarez, el goleador que le ganó el puesto. Todos los jugadores del banco cantaban como la tribuna: “Muchachos…”.

Luka Modric saluda a sus compañeros tras ser sustituido en la derrota ante Argentina; el experimentado ídolo croata poco pudo hacer en una caída contundente

Al croata que Messi había arrastrado en el tercer gol, Josko Gvardiol, grandote y más temible con esa máscara que protege una nariz rota, algunos lo señalaban como el mejor central que tenía el Mundial. Pero el que seguía cortando avances croatas hasta el último segundo era Nicolás Otamendi. A su lado, Cuti Romero, impasable, símbolo él mismo de la recuperación de un equipo que no había comenzado bien (derrota 2-1 contra Arabia Saudita), acaso porque el mes previo, lesiones de por medio, había afectado una preparación casi ideal. La clave croata era, sin embargo, ese mediocampo. “Cuando les pasas la pelota”, había dicho el defensor Borna Sosa, “es más seguro que tener tu dinero en un banco”. Los licaones argentinos saben que, en su país, no siempre se ha podido confiar ni siquiera en los bancos. Habrá que seguir corriendo hasta el último segundo.

Kovacic no puede avanzar; el volante croata se vio ahogado en la salida por Cuti Romero y Paredes (Aníbal Greco/)

Cada país juega por algo más que fútbol. La Croacia independiente se hizo conocer al mundo con el tercer puesto de Francia 98, que creó, como dijo Zvonimir Boban, uno de sus líderes, una selección de “culto”, que “no celebra goles, sino victorias”. Es el mismo Boban que pateó a un policía serbio en un clásico de Belgrado de 1990, mientras atacaban a croatas en las tribunas, el incidente célebre que terminó explotando la guerra, como me recuerda aquí en Doha el colega Eki Rrahmani, que entonces era un conscripto que se escondió en pueblos perdidos de Kosovo para no matar a inocentes.

Fue el horror de la guerra de los Balcanes que modeló un nacionalismo fuerte, símbolos patrios y también canciones polémicas, como la “Lijepa Li Si”, que cantaron los propios jugadores después de ganarle a Brasil. Ayer, invitado a Doha por el plantel, el popular cantante Mladen Grdovic entonó sus hits de identidad croata e invitó a orar por la selección desde la terraza del hotel Alwadi. Lo escribo y ya pasó casi una hora del partido. Los que todavía siguen cantando en la tribuna del estadio Lusail son los hinchas argentinos. “Muchachos…”.

Miles de argentinos ilusionados en el estadio Lusail, y Lionel Messi y el resto del equipo también… (Aníbal Greco/)

Si cada país juega por algo más que fútbol, como sucede con Croacia, y como sucederá este miércoles, cuando la Marruecos, bandera del mundo árabe, enfrente a la Francia favorita y campeona mundial de Kylian Mbappé, ¿por quién juega entonces la selección de Lionel Scaloni? ¿Por toda esa gente que sigue cantando en la tribuna del Lusail y por todos los que no vinieron pero siguen celebrando en la Argentina de la economía en crisis eterna? El fútbol, “fenómeno cultural más popular” del mundo globalizado, pero que tiene a las selecciones en Mundiales como “forma principal de identidad colectiva” de una nación, dice en una entrevista el gran sociólogo inglés David Goldblatt.

Festejos en el Obelisco tras la victoria argentina sobre Croacia; una razón para celebrar en medio de la crisis (Rodrigo Néspolo/)

Leo también que los perros licaones, los salvajes africanos que corren hasta cincuenta kilómetros diarios de los que me hablaba Becerra, están en peligro de extinción. No lo creo. Acabo de ver a la selección argentina corriendo ante todo por ellos mismos, y también por la felicidad popular. Pero, acaso he aquí el motor principal, corren también para darle a Messi un “The Last Dance” a la altura de su obra. Como el fútbol lo merece. Y como el propio Messi, más maduro y más jugador que nunca, nos afirma que lo quiere.

 

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