Menores con armas blancas. Botellones que acaban en batalla campal. Más del doble de denuncias de violencia de género ejercida antes de los 18 años, según el INE. Algo pasa, y no se puede atribuir solo a colectivos sociales menos integrados, insisten los expertos. Aquí dibujan la anatomía del malestar y la nueva ‘violencia’ juvenil.
Tobogán sin corcho
Todo empieza antes de la pubertad. Existe una teoría sociológica que dice que hemos condenado a los jóvenes a no saber negociar. “En los parques de hace 40 años, las estrellas eran el tobogán y el columpio, que implicaban negociación con los otros”, recuerda Francesc Muñoz, profesor de Geografía Urbana de la UAB. “Ahora hay balancines para un solo niño rodeados de círculos de corcho, para que no se lastime; son reservas securizadas, y si no aprendes a negociar cuando eres pequeño, más tarde recurres a la violencia con mayor facilidad”.
Joaquim Puntí, psicoterapeuta infanto-juvenil: “Han comprado el relato de que lo ‘normal’ es sentirse bien”
Frases del tipo “no puedo con mi vida” o “no aguanto tanta presión” abundan en la consulta de Joaquim Puntí, coordinador de los servicios de Psicoterapia Infanto-Juvenil del Hospital del Parc Taulí. Es un malestar emocional inespecífico que no responde a un diagnóstico de salud mental y que ha disparado las conductas autolíticas y autolesivas, más entre las chicas, mientras que los chicos lo canalizan hacia el consumo de tóxicos. “Han comprado el relato de que lo normal es ‘sentirse bien’ –subraya–, cuando el malestar emocional es algo muy común”.
Mariano Urraco, sociólogo: “Crecen en una cultura del ‘si quieres, puedes’ que no entiende de limitaciones”
Coinciden los sociólogos en que existe una relación problemática entre los adolescentes y la frustración. “Crecen en una cultura del si quieres, puedes que no entiende de limitaciones”, según Mariano Urraco, profesor de Sociología de la Educación de la UDIMA. Pero la gestión de esa frustración “se aprende a partir del ‘no’ a edades tempranas”, asegura el psicoterapeuta Puntí. De lo contrario, con el acceso precoz a contenidos de carácter sexual o violento, “les es cada vez más difícil asumir el rechazo”.
El problema, opina Francesc Muñoz, es que “les sobreprotegemos de niños, y de adolescentes les dejamos abandonados”. Hay pocos espacios adecuados a su estilo de vida (“por eso quizá hacen botellones en las áreas infantiles”), cuando son los que más valoran la aglomeración y el intercambio en la ciudad. “En los botellones aceptan la aproximación de los educadores sociales”, explica Marina Mañas, directora del Servicio de Gestión de Conflictos en el Espacio Público del Ayuntamiento de Barcelona. “¡Qué bien que alguien nos pregunte cómo estamos!”, suelen reaccionar, y les relatan que si llevan navajas es “por seguridad”.
Mañas, cuyo equipo buscó estrategias de abordaje tras los altercados de la Mercè, apunta que lo capital sería que “los equipamientos públicos (polideportivos, centros cívicos, patios de instituto) estuvieran abiertos de noche, dotándolos de puntos lilas”.
‘Carpe diem’
Sin espacios de relación en los que son bienvenidos, sin dinero –la pandemia ha socializado la pobreza– y rejoneados con mensajes contradictorios, los sociólogos observan que el nihilismo es la proclama de la generación. “Se refugian en el ‘carpe diem’, porque no tienen margen de maniobra”, según Urraco.
El nihilismo es la proclama de la generación
Lo percibe también Ignacio Pato, analista de culturas urbanas: “Llama la atención que las músicas que suenan en las tiendas de ropa –las ‘aceptadas’– están tocadas por una alegría hedonista, del tipo ‘no importa nada, pasémonoslo bien’, o por una tristeza casi depresiva”. No hay guitarras enloquecidas. Y el drill, subgénero oscuro y violento del trap, no traduce un fenómeno sino que lo “mercantiliza”, según Urraco.
El modelo ‘happy hour’
Así, la logística del ocio juvenil está articulada en función de la borrachera rápida (suelen tener hora de vuelta a casa). La mitad reconoce haberse ‘tajado’ en 2022. Francesc Muñoz explica que en Inglaterra, ante las luchas urbanas en los parques, se concluyó que tenía que ver con la ‘happy hour’, consistente en consumir en una hora mucho alcohol a mitad de precio.
Francesc Muñoz, geógrafo urbano: “La lógica del ocio consiste en beber mucho y muy rápido”
“Durante la desescalada entendieron el espacio público como una zona libre de la vigilancia del adulto, pero los vecinos venían de un silencio homologable al del Montseny y les molestaba el ruido –radiografía Marina Mañas–; y cuando abrió el ocio nocturno, se les culpabilizó de la quinta ola”. Fueron demonizados. “Acabaron debutando con sintomatología clínica”, subraya Puntí.
Violencia ‘para-la-cámara’
La mezcla de alcohol y drogas –más metanfetaminas y óxido nitroso que marihuana, según el Ayuntamiento– dispara conflictos. Pero, según el sociólogo de la educación, muchas de las nuevas violencias se desarrollan ‘para-la-cámara’. “No es que la violencia esté ahí y los móviles actúen como aparatos de registro, es al revés”, señala Urraco.
“Cuando la sociedad te dice que debes buscar por todos los medios distinguirte, a unos les da por vestirse de Harry Potter, y a otros, por romantizar la figura del malote y llevar una navaja –explica–. Es una manera eficaz para conseguir propósitos (notoriedad, territorio, satisfacción sexual)”. “La idea de grabar muestra una nueva voluntad: sobrexponerse para buscar la aceptación”, añade el geógrafo urbano.
Ignacio Pato, analista cultural: “No pueden imaginar futuros cercanos”
Porque les cuesta enganchar su biografía al orden social. “Como muestra la serie ‘Autodefensa’ (Filmin), hay una generación que ha perdido la fe en la cultura del esfuerzo y no imagina mundos futuros cercanos“, según Ignacio Pato. Desde que tienen uso de razón han vivido en crisis –la económica, la sanitaria, ahora la ecológica– y, encima las redes les bombardean con mensajes de opulencia. “Eso supone un desajuste mental, una disonancia –explica Urraco–. Se sienten solos y desvalidos, y no es descartable que recurran a la violencia como solución fácil”.
‘No future’
El sociólogo Manuel Castells pone el foco en la falta de perspectivas para una vida personal. “Tenemos la generación más educada de la historia y a la que menos se reconoce el esfuerzo en el mercado de trabajo”, señala. “La crisis de la vivienda de alquiler, con inmobiliarias y multipropietarios rapaces hace que, en ausencia de políticas públicas siempre refrendadas por poderosos grupos de interés, la edad de emancipación se sitúe por encima de los 30 años; eso desanima incluso antes de empezar a vivir”. “Les hace crecer en un ideario de que no hay salida”, matiza el psicoterapeuta Puntí.
Manuel Castells, sociólogo: “Tenemos la generación más educada de la historia y a la que menos se reconoce en el mercado de trabajo”
“La violencia juvenil está mal, pero ven formas de violencia en el mundo adulto. Empresarios que precarizan a los trabajadores y políticos que abonan las ‘fake news’, pero los jóvenes son censurados como ‘salvajes’ por romper mobiliario urbano”, lamenta Mariano Urraco. “¿Qué espejos tienen quienes están en plena maduración?”, dice Marina Mañas.