Cuidar nuestra ciudad

La modernización y el embellecimiento de la ciudad de Buenos Aires en las últimas dos décadas es, en general, un hecho evidente. También lo es el despojo reiterado que han sufrido sus fachadas por parte de delincuentes que no han dejado a salvo ni edificios públicos ni construcciones privadas.

Los revestimientos de bronce han sido los más buscados por los ladrones en virtud de su valor económico. Se han perdido en actos delincuenciales toneladas de ese metal robado de placas o arrancado de puertas, portones e, incluso, porteros eléctricos sin que se vislumbre un refuerzo de la seguridad ni de la vigilancia en el distrito para evitar que estos despojos sigan sucediendo.

Debieron instalarse rejas alrededor del Monumento al General San Martín, en la plaza homónima, tras los constantes robos de bronce (Ricardo Pristupluk/)

Buenos Aires ha sido objeto en el siglo XXI de mejoras urbanas que nadie podría desconocer, pero sigue sucia como consecuencia de la desaprensión de muchos vecinos, del desinterés de quienes la frecuentan temporariamente por turismo, trámites o por trabajo, y de la creciente pobreza que obliga a muchísimas personas a revolver tachos de basura en busca de alimentos o de cualquier cosa que sea útil para generarse algún tipo de ingreso económico.

En medio de la diaria degradación de la ciudad que imponen tantas conductas ajenas a la convivencia elemental de respeto por el aseo, la sanidad y el orden urbanos, es indispensable también contar con el buen ejemplo de las autoridades. Hace poco, el Tribunal Superior de Justicia rechazó la apelación de la Ciudad y de la empresa involucrada contra la sentencia de segunda instancia que prohibió la violación de normas sobre limitación de altura de los edificios en construcción. Se pretendía que una obra en la esquina de Bolívar y Caseros superara casi en un tercio lo permitido: en lugar de 22 metros de altura, 30 metros. El más alto tribunal porteño ordenó adecuar el proyecto respetando las normas vigentes.

Más de una vez, la Ciudad ha estado desatenta respecto de la preservación de su patrimonio histórico. Sabemos bien lo que costó al arquitecto José María Peña, en luchas, disgustos e incomprensiones, custodiar desde 1958 lo que hoy conocemos con el nombre de casco histórico de San Telmo y Monserrat.

Buenos Aires adeuda una expresión rotunda de gratitud para quien tanto hizo por la ciudad, anticipándose a los criterios más modernos de resguardo, como lo ha dispuesto la Unesco, de los testimonios excepcionales de la tradición cultural de las sociedades, ya sea por las características únicas de sus edificios o del conjunto arquitectónico o paisajístico.

Ese valor de la interacción humana con el ambiente se perdió en la última ampliación de la avenida 9 de Julio y todavía se lamenta entre históricos vecinos porteños la desaparición de una de sus vías más encantadoras –tal vez, la más parisina–: la del pasaje Seaver, que conectaba Posadas con la Avenida del Libertador. Lo hacía entre el trecho que va de Cerrito a Carlos Pellegrini.

Cómo no recordar también, pero en carácter de manifestaciones perdurables del mejor criterio urbanístico, la apertura de la Avenida de Mayo por parte del intendente Torcuato de Alvear hacia fines del siglo XIX. O la decisión más reciente y notable de quien, habiendo comprado un antiguo conventillo en la calle Defensa, y encontrándose con el Zanjón de Granados, arbitró los medios para preservar lo que aún queda de testimonio de la picaresca colonial y de cómo el contrabando furtivo violentaba la economía cerrada que la metrópoli española imponía a Buenos Aires. A ello hay que sumar lo que significó décadas atrás la preservación y restauración de la Manzana de las Luces y sus vínculos históricos con San Ignacio, la iglesia más antigua de la ciudad.

Buenos Aires cuenta con los instrumentos legales para preservar debidamente su pasado. En 2009, se sancionó el régimen especial de protección patrimonial. Hay evaluados por la comisión asesora pertinente no menos de 20.000 edificios sobre un total de 140.000 con planos presentados antes del 31 de diciembre de 1941, fecha que se determinó para evaluar sobre demoliciones y refacciones, y también para los incentivos impositivos justificados por la jerarquía de los bienes por proteger.

Esto explica el interés que se ha centrado recientemente sobre la que fue la vivienda de Francisco Beiró, el político radical que acompañó a Hipólito Yrigoyen en las elecciones presidenciales de 1928, pero falleció antes de poder acceder a la vicepresidencia de la Nación. Se trata de una joya arquitectónica de principios del siglo XX, situada en Cantilo 4500, en Devoto, que, a pesar del estado ruinoso en que se encuentra, vecinos y organizaciones tan activas como Basta de Demoler procuran alejar de la demolición.

Salvemos lo que merezca ser preservado del pasado de esta gran urbe a fin de afirmar la conciencia histórica sobre su cultura. Mientras tanto, activemos todas las prevenciones posibles contra el destrato diario de esta Buenos Aires acreedora por parte de sus vecinos, y de quienes nos visitan, de la más alta consideración.

 

Generated by Feedzy