“Terminé mi carrera, no tengo novio y mi trabajo no me apasiona. Es momento de viajar, me voy a Nueva Zelanda por un año, sola, mis amigas no quieren ir”, lanzó Mariana. Allí estaban, sentados bajo la Santa Rita en el clásico asado del domingo, y Daniel sintió cómo su alma se venía abajo. ¿Nueva Zelanda? Europa o Estados Unidos tienen vuelos directos, pensó. Llegar a Nueva Zelanda, sin embargo, equivalía a emprender una odisea. Que su hija quisiera irse tan lejos significaba culminar aquel 2006 con un fuerte trago amargo.
Un año no era mucho tiempo, pero los temores corrían por otro lado. ¿Y si los encantos de aquella tierra la atrapaban y no regresaba? ¿Y si le ofrecían un trabajo tentador? Peor aún, ¿Y si se enamoraba?
Sus miedos no eran infundados. Mariana viajó, disfrutó de los paisajes, de una comunidad amigable, y sí, se enamoró de un argentino que atravesaba búsquedas similares en la vida. Pero, para alegría de Daniel, regresaron juntos en el 2008, aunque el alivio no duró demasiado: “Entre la inseguridad y la falta de buenos trabajos, retornaron a Auckland, una tierra de oportunidades, aunque al principio yo no lo veía así”, revela Daniel, al recordar aquellos tiempos.
Auckland es una ciudad importante en el norte de la Isla Norte de Nueva Zelanda. Tiene 1.6 millones de habitantes y está asentada en torno a dos grandes puertos.
Nueva Zelanda y un giro inesperado: “Al principio no me gustó para nada”
La invitación para ir a Nueva Zelanda llegó para fines de 2011. Fueron quince días donde Daniel disfrutó de la compañía, pero en los que rechazó por completo a una sociedad que consideró extraña, entre la cantidad de gente con ojos rasgados, los autos descapotables a pesar de las lluvias constantes y el manejo por la izquierda: “La verdad al principio no me gustó para nada. A su vez encontré que hablan un inglés raro, mientras yo ni siquiera hablaba el idioma. A la par, el clima me desanimaba mucho”, agrega.
A la Argentina, Daniel regresó con un desgarro en el corazón. La lejanía con su hija se sintió más intensa que nunca y solo le quedaban las esperanzas de que entre en razón y decida volver a su patria.
Daniel, junto a su nieto, Tomi.
Sin embargo, cuando Mariana retornó en 2013 tan solo para casarse, lo inesperado empezó a gestarse: “Comenzó un trabajo de hormiguita, subliminal, acerca de lo bueno de la vida en Nueva Zelanda”, cuenta. “Por otro lado, la situación política y el futuro de Argentina me inquietaban. Habíamos vivido un hecho de inseguridad dentro de nuestra casa y empecé a valorar poder caminar a cualquier hora sin mirar sobre el hombro. Decidimos intentarlo y acepté residir allí con una visa de padres, en la cual si tu hijo tiene determinado nivel de sueldo te puede sponsorear para ir”.
El entorno de Daniel reaccionó con incredulidad. ¿Acaso no eran demasiado grandes para irse? El trámite, por otro lado, demoró más tiempo de lo esperado. Comenzaron a gestionarlo en 2015, entre tanto nació su nieto, Tomi, y la situación en Argentina parecía nublarse cada día más. En Auckland, en cambio, el clima parecía haber cambiado. En los siguientes viajes, Daniel comenzó a ver el sol como nunca lo había visto antes (cambio climático, ¿tal vez?), a apreciar las casas sin rejas, y a disfrutar los saludos y las sonrisas de la gente por la calle. Finalmente, en agosto de 2019, pudo instalarse definitivamente: “La idea era estar siete meses en Nueva Zelanda y cinco en Argentina, pero la pandemia lo cambió todo. Por suerte me tocó acá, en Auckland”.
En Auckland siempre se ve el mar.
Hábitos raros, costumbres admirables de Auckland, una ciudad donde siempre se ve el mar
“¿Por qué en Argentina no podemos vivir así?”, se preguntó Daniel al cabo de un tiempo. Todo el rechazo inicial, tal vez provocado por los miedos, dio paso a la admiración y a la certeza de que no era correcto naturalizar la corrupción, el ventajismo, y la falta de amabilidad en ciertas circunstancias: “Acá la gente es amable para todo”.
“Acá la gente es amable para todo”.
Y a medida que los paseos se sucedían, arribaron otras sorpresas, como los baños públicos tan bien cuidados en cada parque y playa, los niños “sueltos”, caminando solos a la escuela, o las casas sin llave a toda hora, con o sin sus dueños presentes: “Y estoy a diez minutos de la playa, pero veo el mar desde todos lados”, agrega Daniel.
“La gente dice que acá es aburrido, ves gente octogenaria caminando sola por la calle, con andador. Lo cierto es que las ves por la seguridad y por el estado de las veredas”, continúa. “En otro orden de las cosas, hay que usar siempre sombrero y pantalla solar por la capa de ozono (pero debería ser así en todos lados). Lo que es raro es ver personas caminando descalzas, en el super o el mall, ¡los chicos en el colegio descalzos ya no me llaman la atención! También sorprende observar a los kiwis en casas que valen más de 5 millones de dólares (las propiedades son caras), cortando el pasto o haciendo arreglos ellos mismos”.
Tomi (de rojo) descalzo en la escuela junto a sus compañeritos.
Los amigos inesperados y la calidad de vida en Auckland: “En agosto estuve en Argentina y me impactó la prepotencia en la Panamericana”
Para Daniel, el sol había salido en Auckland no solo para cambiarle el semblante a los paisajes, sino para devolverle otro punto de vista acerca de la comunidad que lo rodeaba. La abundancia de asiáticos ya no le parecía tan extraña, pero el mayor asombro llegó cuando comenzó a estudiar inglés y le tocó compartir varias horas con ellos en una escuela preparada para recibir inmigrantes.
En el primer curso eran ocho, entre chinos, coreanos y rusos. Más tarde fueron veinticinco, de los cuales veintidós eran asiáticos: “La situación me permitió aprender sobre su cultura. Afortunadamente, saqué mi parte adolescente y me propuse ir a la escuela también a divertirme”, dice con una sonrisa.
Una compañera de clase se divierte con el pelo de Daniel, quien comprobó que nunca es tarde para aprender un idioma y volver a reírse como en la adolescencia.
“Un chino me apodó `Bad man´ porque me pasaba todo el día haciendo bromas y preguntas graciosas”, cuenta. “También di el examen de conducir. Tuve que estudiar doscientas preguntas en ingles (a los asiáticos es en su idioma), y me llamó la atención que diga: `Aunque usted tenga derecho de paso en la rotonda o cruce, siempre esté dispuesto a frenar…´ Y en la calle me llama la atención que ponés la luz de giro y el que viene atrás se queda atrás, no trata de adelantarse. En agosto estuve en Argentina y me impactó la prepotencia en la Panamericana, autos o camionetas que se te pegan atrás a 130 km por hora, terrible”.
“La calidad de vida es excelente, la educación, la salud pública. Tuve que hacerme un tratamiento, hice consultas en Argentina donde conservo y pago una de las prepagas importantes y el especialista me dijo: `tiene todo cubierto, menos mis honorarios de 8 mil dólares´; también en un centro médico me advirtieron: `su prepaga le cubre todo, pero le recomiendo este otro sistema de avanzada donde tiene que pagar 10 mil dólares´. El especialista de Auckland, con un método de última generación, me dijo: `Usted no tiene que pagar nada por el tratamiento, la salud pública lo cubre´, me quedé sin palabras. Tanto el médico como la enfermera me dijeron que pregunte todo lo que quiera”, asegura. “Otra que me encanta es que Los Pumas les ganaron a All Blacks y todos los kiwis que saben que sos argentino te felicitan”.
Para Daniel es vital acompañar el crecimiento de sus nietos.
Abrir la mente y dejar entrar lo que parecía imposible: “La simpatía y calidez de ellos es increíble”
Daniel jamás olvidará aquel domingo del 2006, cuando sintió que se quedaba sin aire. El anuncio de su hija dio comienzo a una nueva era, en la que, sin saberlo, terminaría por transformar su propia vida más allá de los límites imaginados.
Apegado a la Argentina, primero llegó el rechazo. Detestó Nueva Zelanda, no le gustó ni su clima ni que estuviera impregnado de asiáticos. Jamás creyó que alguna vez podría vivir allí y cambiar de parecer, jamás estimó hasta qué punto la mente se expande al experimentar otra cultura.
En sus amigos asiáticos, Daniel encontró una simpatía y una calidez sinigual.
“Hoy no siento para nada el desarraigo”, asegura. “Con el uso de las redes en cualquiera de sus expresiones, estoy en contacto con mis amigos. Cierta vez fui a almorzar con una compañera de clase, china jovencita, vio mi foto de DNI (que es del 2013) y con desparpajo me dijo: `Pero tú estás mucho más joven ahora´. En el momento no me di cuenta, después me cayó la ficha: alejado del estrés de la Argentina todo es posible”.
“Jamás imaginé que esta altura haría un cambio tan radical de vida. Pero seguir a nuestra hija nos ha traído grandes enseñanzas. Aprendo todo el tiempo de culturas, comidas, de disfrutar cocinar, de hacer jardinería. En estos días me hice amigo de un grupo de brasileños, también de un grupo de chinos muy buena onda con los que juego al fútbol. `Eres bienvenido´, me dijeron. La simpatía y calidez de ellos es increíble”.
Al igual que muchos locales, hoy Daniel maneja un descapotable sin importar el clima.
“Y vaya paradoja, mi hija y su familia se fueron por seis meses a Argentina, ahora estoy acá, en Auckland, haciendo una experiencia que nunca hubiera imaginado, viviendo 40 días en casa de una familia china. ¡Estoy divirtiéndome mucho!”, continúa. “En definitiva, me estoy comunicando en inglés, un idioma que desconocía, recibo una simpatía y calidez superlativa de una cultura como la china, que antes miraba con recelo, e incluso tengo un auto descapotable que disfruto todos los días, sin importar el clima en este país donde es increíble bañarse en un mar hermoso, similar al Caribe o al Mediterráneo en verano. Antes era contador público y dueño de un centro odontológico, pero disfruto más siendo jardinero. Acá estoy, feliz en este rincón que antes sentía remoto en el mundo”, concluye.
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