Milena e Irene, periodistas. Dramaturgia: Ana Arzoumanian y Román Caracciolo. Elenco: Gabriela González López y Luciana Procaccini. Escenografía: Marcelo Valiente. Vestuario: María Beatriz Troia. Iluminación: Marcelo Cuervo. Sonido: Mariano Abrate. Dirección: Román Caracciolo. Sala: Teatro Tadrón, Niceto Vega 4802. Funciones: los domingos, a las 18. Duración: 50 minutos. Nuestra opinión: buena.
“Lo que se puede mostrar, no se puede decir. El periodismo ha muerto por eso. Lo ha matado este siglo, que exhibe, exhibe, exhibe. Los periódicos se han transformado en un comercio sin piedad. Es lo que rodea a la noticia, es el escenario alrededor de ella. No es la noticia. ¿qué habla más: la obra de Federico o su asesinato, o la obra luego de su asesinato?”
Milena e Irene, periodistas pone sobre la mesa una discusión poco frecuentada por el teatro, en comparación con su omnipresencia diaria, filtrada en cada comentario, en cada hipótesis en busca de de una verdad que parece inaccesible. Y lo hace a través de dos mujeres de izquierda que ejercieron la profesión en los años 20 y 30 del siglo XX. Se trata de la checa Milena Jesenská y de la catalana Irene Polo, residentes en Praga y en Barcelona, que lucharon contra el nazismo y el franquismo, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra civil española; una murió en 1944, en un campo de concentración en Alemania después de cinco años de cautiverio; la otra se suicidó en 1942 en Buenos Aires, exiliada, donde había llegado como asistente de la compañía teatral de Margarita Xirgu. A ambas las reconstruye el poético texto de la escritora Ana Arzoumanian que el director Román Caracciolo adapta y dirige, como ya hizo anteriormente con otros escritos de la autora, La que necesita una boca (2007) y Tengo un apuro de un siglo (2016).
Jesenská y Polo nunca se conocieron en persona pero el teatro hace justicia y las reúne en una escena especular, simétrica, con público enfrentado de uno y otro lado. Con luces algo penumbrosas, con un vestuario atemporal en tonos opacos, cada una carga sus historias en baúles en un espacio despojado, sin ningún asomo de realismo.
La actriz, bailarina, cantante, docente y directora Gabriela González López interpreta a una Milena sabia y sin crispaciones, un tono más abajo que la apasionada Irene de Luciana Procaccini, actriz que este año fue parte de Cocinando con Elisa (dirigida por Mariana Gióvine) y trabajó con el director Alfredo Martín en La vida puerca y Abandonemos toda esperanza, entre otras: es ella la que dice la cita del inicio y la que compara al periodismo con el oficio del enterrador: “Hacer periodismo es manipular los restos, desenterrarlos. Los periodistas son cavadores. Es ese que entra cuando no hay liturgia, ningún canto ningún familiar, busca la pala y la soga, ¡Ay, otra vez la soga! Abrir, ver, tirar afuera todo lo que es tierra”.
Los parlamentos de cada una se lían e implican, a veces entre ellas y otras a público: el interlocutor es el mundo que las ha olvidado. Son palabras bellas, sonoras, fuertes, tal vez más pensadas para ser leídas porque por momentos resulta algo monótono el ping-pong de voces. Salvo cuando van asociadas a acciones como la conmovedora escena de los niños víctimas de la guerra, la más potente de la obra, en que enfrentan dos sillas como cárceles y con sus manos en los asientos repiquetean pasos. O en el descanso a tanto sufrimiento, sentadas a charlar sobre el amor sin dar nombres: supuestamente los de la Xirgu, en un caso, y el de Franz Kafka, en el otro (Jesenská tradujo El proceso y otros textos al checo).
Además del recuerdo/homenaje a estas profesionales comprometidas hasta lo más hondo ante un enemigo demoledor, lo que resuena en la sala, lo que trae al presente esta obra, es de qué hablamos cuando hablamos de ser periodistas, adónde se mira, a quién se escucha y porqué vale la pena. Preguntas que siguen girando a la hora de escribir para ser leídos por lo que esperan.