De líneas art nouveau, futuristas, del mismo tono del vino malbec, chicas, grandes, de todos los colores, ¿por qué no de plata? Las populares jarras de vino con forma de pingüino van mucho más allá de las clásicas blanca o marrón conocidas por todos. Un coleccionista, motivado en un principio por una simple curiosidad, adquirió las más increíbles formas y tamaños con las que creó un novedoso museo en el que, cuidadosamente clasificadas, las exhibe. Así, las 260 jarras de pingüinos de una misma colección forman parte del original y excéntrico Museo de las Jarras de Pingüinos www.jarradepinguino.com, que las muestra al público y, próximamente, tendrá una tienda por ahora solo de manera virtual, aunque en un futuro podrá visitarse de manera presencial.
El pingüino Monsier (Gentileza/)
“Siempre me habían parecido objetos rarísimos y no entendía por qué en la Argentina éramos los únicos en tener esas jarras de pingüinos. El primer pingüino lo compré en Acassuso, en 2004, para observar el objeto que me parecía tan raro”, explica el coleccionista y creador del museo, Alejandro Frango, también profesor de filosofía, gastrosofía e historia de las ideas de un colegio de zona norte. Además, había sido guía de turismo durante 30 años. Desde su primera adquisición hasta hoy, a lo largo de estos casi 20 años, fueron apareciendo las distintas versiones del mismo objeto que, sin duda, siguieron despertando su curiosidad.
¿Las joyas de la colección? Una jarra italiana del año 1927, la más antigua de todas. Y dos pingüinos de Limoges, firmados por Theodore Haviland. “Las de Limoges son las más originales, no hay muchas de ésas. Una como las art nouveau, de Limoges de 1930, se vendió en Londres a 1250 libras”, detalla Frango. El coleccionista adquirió ambas piezas en un anticuario de San Telmo. La italiana se la trajo un amigo que la compró en Alemania.
En medio de la pandemia, Alejandro Frango se planteó hacer algo con las jarras de vino que poblaban los rincones más inhóspitos de su casa y que eran fruto de su colección. Entonces, se reunió con Joaquín Martínez, profesor de la institución en la que trabajaba y que manejaba sistemas, para proponerle asociarse para armar el particular museo, de manera virtual. Esto sucedió en agosto de 2021. El 9 de mayo de 2022 se inauguró. El evento fue subido a las redes, con una rápida aceptación por parte del público. La repercusión del museo virtual fue impactante para su fundador, tanto en Instagram como en TikTok, donde suma 498.000 seguidores, y algunos de sus videos superaron el millón de visitas.
A partir de su afición que derivó en emprendimiento, Frango entró en contacto con otros coleccionistas de pingüinos. “Estuve en Pergamino, donde está la persona que más pingüinos tenía entonces. Tiene trescientas y pico piezas, pero no todas son pingüinos. Hay también gallos, vacas y cerdos. Nuestra idea es que en el museo haya solamente pingüinos, símbolo del vino de mesa”, distingue.
El modelo Glass, de vidrio verde, con cabeza negra a rosca (Gentileza/)
El Museo de las Jarras de Pingüinos cuenta con seis salas: en la primera se expone la jarra más grande de la colección, de tres litros, y seis pulgarcitos, de un tamaño tan pequeño -tan solo ocho centímetros-, que tendrían una función solo decorativa, ya que “por su tamaño no pueden saciar más que a un bebedor anémico de alcohol”, según palabras del propio museo.
En esta misma sala se encuentra “Madame la Comtesse”, jarra art nouveau de los años 30, firmada por Edouard-Marcel Sandoz, escultor y pintor suizo que trabajó para Theodore Haviland, de porcelana Limoges. Su marca distintiva es un copete que cumple la función de tapa, lo que diferenciaba a las primeras jarras de pingüino que poblaban el campo francés. En la sala dos hay pingüinos de los más variados colores y diseños que se alejan del clásico blanco y marrón. Hay algunos con rayas y otros con arcoíris. Se destaca una jarra francesa de porcelana con diseño de avanzada: “Monsieur Le Compte”, tal vez el marido de “Madame La Comptesse”, también art nouveau elaborada por Theodore Haviland para Limoges, con firma de Sandoz. “Es probablemente la pieza más elegante de la colección, por el material, porcelana, pero también por la belleza del diseño”, describe.
Madame La Comptesse, firmado por el escultor Edouard-Marcel Sandoz (Gentileza/)
En la tercera sala la variedad está dada por los materiales de los que están fabricados los pingüinos: cerámica, loza, porcelana, vidrio, metal y hasta plástico. En la sala cuatro pareciera que los pingüinos van al club y se reparten, según sus diseños en dos. En el penguin club se agrupan los pingüinos de estilo inglés, vestidos con jacquet, mientras que en el american club aparecen con un aspecto más moderno y práctico. En la sala cinco los pingüinos están reunidos en parejas o familias, variando en detalles, como el tamaño o el color. Y en la sala seis, llamada Futurismo, se ven diseños de avanzada en tamaños que van desde los golliat, de los 25 a los 32 centímetros, hasta los guliverinos, de entre 15 y 24 centímetros.
A corto plazo habrá una novedad en el museo. Allí, solo virtualmente en un primer momento, se venderán al público jarras malbec, del color de ese tipo de vino, con el sello del museo. En este momento están a la espera de la llegada de 200 jarras Malbec -variedad de uva que se está convirtiendo en el vino nacional- para vender en la tienda virtual del museo. En un futuro la idea es que el museo sea también físico. “Me gustaría que fuera en Mendoza, pero también puede ser en Buenos Aires o en San Isidro, donde vivo”, proyecta. Además, Alejandro Frango realizó un libro que incluye 260 fotos, de cada uno de los modelos. “Falta el editor”, señala.
Heavy Metal: de hierro y con la firma del artista cordobés Luciano Carbajo (Gentileza/)
La historia de la jarra de pingüino se remonta a la época en la que en Francia se tomó la decisión de que la producción del vino quedara en manos de las grandes bodegas. “Necesitaban mano de obra industrial. Entonces, les interesaba que el campesino se incorporara al trabajo industrial. El vino se vendía, directamente, del tonel al recipiente que llevaba el cliente. Pero esto se consideró una falta de salubridad. Las jarras de pingüino surgen a partir de una exigencia del estado francés de prohibir la venta de vino suelto.
En 1860, en plena revolución industrial, los pequeños productores de vino común no alcanzaban a cumplimentar los requisitos para vender el vino de acuerdo a las nuevas normas de higiene. Ven peligrar su fuente de trabajo y les proponen a las autoridades vender el vino en jarras de cerámicas, propuesta que es aceptada por las autoridades. Fue ahí que los campesinos idearon la elaboración de jarras, con forma de vacas, gallos, borregos, cerdos, elefantes y monos. En 1870 pasa lo mismo en Italia”, relata Frango.
El futurismo, con el modelo 3D (Gentileza/)
Según el creador del museo, fueron los inmigrantes italianos quienes trajeron al país la jarra de pingüino. Asegura que entre 1920 y 1930 se usaron en bares, bodegones y almacenes, siendo entonces populares, sobre todo en la clase media baja. “Se consideraba mersón”, afirma. Su boom se dio entre 1990 y 2000, cuando asomaron en revistas de decoración “porque en Palermo se empezó a poner de moda, atrayendo al turismo. Fue entonces cuando la jarra se empezó a dignificar”, señala Frango. En la actualidad “la mayoría de los turistas que llegan a Buenos Aires se llevan algo de cuero, de plata y un pingüino. En San Telmo había antes solo un negocio que los vendía y ahora hay 12. Se encuentran modelos nuevos y también de colección”, sostiene.
Hoy la jarra de pingüino es aceptada en todos los hogares y tiene lugar entre otros objetos de diseño. Su aceptación no está en discusión. A tal punto que Alejandro Frango entró en conversación con Juan Carlos Pallarols con la idea de hacer un modelo de plata, volviéndolo así un decantador de nivel. La idea es elaborar piezas de plata para vender en un futuro.