“Quiero saber dónde está el cuerpo”. Alan Clutterbuck quiere contactar al expolicía que secuestró a su padre hace 34 años

El secuestro de Rodolfo Clutterbuck es uno de los casos policiales más siniestros de la historia contemporánea argentina. Ocurrió el domingo 16 de octubre de 1988, en el Día de la Madre, hace ya 34 años. El empresario, que era directivo de la firma Alpargatas, fue interceptado mientras manejaba su Peugeot 505 por las calles de Belgrano. Iba a jugar al golf, como todos los fines de semana. Lo sorprendieron cinco hombres que se bajaron de un Ford Falcon en un relámpago. Le apuntaron con armas de fuego, lo obligaron a entrar al Falcon y se lo llevaron. Los testigos luego declararon que Rodolfo apenas alcanzó a gritar por ayuda.

Durante los tres meses siguientes, la banda de criminales, que luego se supo estaba conformada por ex miembros de la Policía Federal y fue identificada como “la banda de Los Comisarios”, la misma que secuestró a Mauricio Macri en 1991, intercambió llamadas y mensajes con la familia de Rodolfo. Pidieron 500 mil dólares y dieron órdenes sobre cómo se pagaría el rescate, pero jamás ofrecieron una prueba de vida. Los Clutterbuck aceptaron las condiciones que les imponían, querían pagar, pero siempre tropezaban con imprevistos insólitos. Nunca pudieron entregar el dinero. Después, de un día para el otro, los delincuentes no se comunicaron más.

“QUIERO SABER DÓNDE ESTÁ MI PADRE”

Alan Clutterbuck (61) es el hijo mayor de Rodolfo. Vivía en Estados Unidos, estudiaba y trabajaba, cuando recibió la noticia del secuestro. Siempre estuvo convencido de que su padre murió pocos días después de haber sido raptado. Lo que no sabe aún es cómo sucedió: si falleció de causas naturales o si fue asesinado. Existe la posibilidad -incluso corrió como rumor en medio del proceso judicial- de que su padre haya sufrido un ataque cardíaco durante su cautiverio.

Alan Clutterbuck recuerda a su padre Rodolfo todos los días. La “banda de los comisarios” también secuestró a Sergio Meller, Julio Ducdoc, Roberto Apstein y la adolescente Karina Werthein, hija de un banquero. (Soledad Aznarez/)

A lo largo de las últimas tres décadas y media, la familia Clutterbuck recibió miles de llamados anónimos con pistas falsas. La mayoría eran videntes que decían saber la ubicación del cuerpo. También recuerdan a un agente de inteligencia que les propuso, muchos años después, ir a “apretar” a uno de los miembros de la banda “para que hable”.

Ninguno de los integrantes de “la banda de los comisarios” reveló jamás qué pasó con Rodolfo Clutterbuck. Nunca trascendió cómo murió ni dónde está su cuerpo. Sólo uno de los secuestradores sigue con vida. Su nombre es Miguel Ángel Ramírez, ya cumplió condena y disfruta de su libertad. El resto de los delincuentes se llevó el secreto a la tumba.

Alan Clutterbuck habla con LA NACION en un café de Olivos, donde vive hace varios años. Dice que nunca antes pensó en buscar a Rodríguez para conocer de primera mano la verdad sobre la muerte de su padre. “No quería enterarme de lo que pasó, me generaba mucho dolor”, se lamenta. Sin embargo, ahora cambió de opinión. No tiene dudas: “Quiero encontrar el cuerpo de papá y enterrarlo”.

La carátula del expediente del secuestro de Rodolfo Clutterbuck.

-Alan, ¿qué estaba haciendo cuando se enteró del secuestro de su padre?

-Yo vivía en Nueva York. Estaba durmiendo, no me enteré al instante. Creo que recién me llamaron el martes o el miércoles. Me sonó el teléfono a eso de las 4 de la mañana , era la secretaria de mi papá, María del Carmen: “Te voy a pasar con Javier Gamboa”, me dijo. Gamboa era el presidente de Alpargatas. Me dijo: “Te tengo que contar algo… a tu viejo lo tienen secuestrado”. Me quedé sentado en la cama con el teléfono en la mano, helado.

-¿Qué hizo después?

-Javier me dijo que estaban negociando con los secuestradores y me dijo: “Tenés que venirte. Te compramos pasaje para tal vuelo a tal hora, ya hicimos la reserva”. Después no me acuerdo nada de lo que pasó desde que me levanté de la cama hasta que desembarqué en Ezeiza. Al bajar del avión me esperaba la secretaria con alguien de la policía. Fui con ellos a la casa de mi mamá.

-¿Cuánto tardó en llegar el primer llamado?

-Yo creo que fue inmediato. Creo que llamaron el mismo día. “Tenemos a su marido, no llame a la policía, nos vamos a volver a contactar”, le dijeron a mi mamá. Lo primero que hicimos fue contactar a la policía.

Rodolfo Clutterbuck (izquierda), Alan (centro) y Myriam Norris Clark, la madre de Alan, que falleció en 2017.

-¿Cómo se portó la policía?

-La verdad que muy bien. En ese momento yo tenía un excelente vínculo con la persona de la policía responsable de defraudaciones y estafas, el comisario Ruiz. Y había dos efectivos que convivieron con nosotros, hasta que un día eso dejó de tener sentido.

-¿Generó problemas el hecho de que la policía haya intervenido su línea?

-Bueno, al principio era imposible que se enteraran los secuestradores… Hasta que un día se enteraron: se filtraron las transcripciones de todas las llamadas y aparecieron publicadas en la revista Gente. Me enojé mucho.

-¿Tenían algún tipo de sospecha de que se podía tratar de una banda de policías corruptos?

-Cero, cero sospechas. Había muchos secuestros en esa época. Muchas bandas de ese tipo. Yo pensé: “Será una más”.

Una de las transcripciones que se filtraron y que hicieron enojar a “La banda de los comisarios”. Cuando salieron al aire, la comunicación entre los Clutterbuck y “la banda” comenzó a cortarse.

-¿Cuánto tiempo pasó hasta que volvieron a llamar a su casa?

-Pasó bastante tiempo. Llamaron a la casa de una persona que era socio de mi papá en Alpargatas, Luis Otero Monsegur. Empezaron a canalizar las negociaciones a través de él.

-¿Cómo se comportó la empresa? En su momento, un miembro de Alpargatas “desmintió” los hechos ante la prensa, declarando que su padre estaba, en realidad, en un viaje de negocios en Estados Unidos.

-De entrada sí dijeron eso. Se había filtrado el rumor de que lo habían secuestrado y la idea era que no se hiciera público para tratar de tener un espacio de negociación sin ruido mediático. Pero la empresa se portó bien. Papá era socio de la empresa, tenía un excelente vínculo con ellos. Yo después trabajé muchos años con ellos. Siempre tuvieron la vocación de ayudar, de acompañar, de tratar de facilitar la negociación.

-¿Cuándo empezó a sospechar que a su padre, quizás, le había pasado algo?

-Fue una cosa rara porque nunca tuvimos una prueba de vida. Tuvimos una prueba de vida trucha, una firma que no era la de mi papá, un intento de copiarla… La sensación que me quedó después de ver eso fue que algo pasó y papá se murió en el proceso… y que estaban tratando de aprovechar para ver si nos sacaban dinero.

Rodolfo Clutterbuck sostiene a Alan cuando este era bebé. Vivían en Belgrano. Alan fue al Belgrano Day School. La familia Clutterbuck vivió 3 años en Brasil por el trabajo de Rodolfo.

-¿Cómo fue el intento de pago de rescate?

-Nos hicieron seguir el típico camino de “postas”. Fueron dos personas de la empresa. Las mandaron a un bar a retirar un tubito con un mensaje: “Andá a tal bar en Palermo y siéntense en la barra que van a recibir un llamado”. Les dijeron que iban a recibir una llamada para “José”, el nombre ficticio que eligieron. Pero justo había un José ahí, sentado en la barra, que levantó el tubo en lugar de los nuestros. Nos enteramos después que alguien había atendido.

-¿Hubo un segundo intento?

-Sí. El segundo intento de pagar el rescate fue en Aeroparque. Teníamos que ir a tal hora, embarcar en tal avión y despachar la valija con la plata. La valija tenía un dispositivo de seguimiento que había puesto la policía con nuestro permiso. Lógicamente, alguien iría a interceptar la plata por atrás. Pero las dos personas de la empresa llegaron tarde y no pudieron tomar el avión. Y esa fue la última posibilidad de pago de rescate que hubo.

-¿Intentaron reactivar la comunicación de alguna manera?

-Nosotros publicábamos avisos en los diarios, intentábamos de todo. Y nada.

-¿Por qué cree que dejaron de comunicarse con ustedes?

-Mirándolo en retrospectiva, parecería evidente que papá se murió a los pocos días del secuestro porque nunca nos podían dar una prueba de vida, que es lo básico que ellos deberían haber mostrado. Yo no sé como murió, si se trató de escapar y le pasó algo, no tengo la más remota idea, pero tengo la sensación íntima de que pasó algo al poco tiempo del secuestro.

Myriam y Rodolfo, orgullosos de su hijo Alan, que estudió economía en la UCA y luego hizo un MBA en la universidad de Stanford.

Los Clutterbuck recibieron centenares de pistas falsas durante los años posteriores al secuestro de Rodolfo. Si bien la frecuencia de mensajes disminuyó con el tiempo, nunca dejaron de recibir llamadas o cartas.

Alan recuerda: “Recibíamos mucha correspondencia y había de todo… Personas que veían ‘un auto raro’ o ‘gente sospechosa’, un vidente que decía ‘tengo capacidad de encontrar cosas perdidas’… Apareció gente bien intencionada pero también gente mal intencionada. Una vez llegó un chico que hacía una práctica llamada “péndulo radio estético”. Agarraba un péndulo, le ponía un mapa y el péndulo se empezaba a mover con un objeto que representaba a ‘la persona’. Creer o reventar. Decía que así él podía marcar en un mapa dónde estaba la persona. Se puso en contacto con nosotros. La policía nos había dicho que ellos habían resuelto un par de casos con gente de ese tipo. En fin, nosotros, ante la falta de alternativas, le hicimos caso. Con el tipo nos fuimos a San Juan a hacer un pozo, dijo que podía estar enterrado en tal lado. No apareció nada”.

La revista Gente publicó notas con textuales de las llamadas telefónicas entre los secuestradores y la familia Clutterbuck.

Un día, un preso ligado a la banda, que había sido capturado, pidió hablar. Aparentemente estaba enojado porque había sido “abandonado” cuando cayó detenido. Contó que Clutterbuck estuvo en una casa quinta abandonada de Victoria. Y que, en un momento, Rodolfo falleció por un problema cardíaco en el pueblo Cinco Esquinas, en Entre Ríos. Se rastrilló la zona, sin éxito. “Ese pueblo sonó desde varios lados, desde distintas fuentes. Quizás pudo haber habido algo ahí”, comenta Alan.

-¿Su padre tenía antecedentes de problemas cardíacos?

-No que yo recuerde. Igual, uno no sabe cómo reacciona el físico ante situaciones extremas.

Los Clutterbuck nunca perdieron las esperanzas. “Le hicimos caso a un péndulo, que es lo más esotérico que podés escuchar… Cuando no tenés nada decís ‘Sí, hagámoslo por las dudas’”, agrega.

-¿Cómo se comportó el gobierno argentino, tanto en el período de Alfonsín como durante el gobierno de Menem?

-Recuerdo vagamente que alguien de la familia se cruzó con Facundo Suárez Lastra. Después yo me enojé mucho con el vicepresidente Víctor Martínez, por unas declaraciones que hizo sobre la violencia durante el gobierno radical, dijo “en Argentina no hubo ningún secuestro”. No era cierto. Después, cuando asumió Menem, pedimos una audiencia con el Ministro del Interior, que era José Luis Manzano, para pedirles que investigaran el tema. Menem nos recibió muy bien, me acuerdo. Fui con mi madre y mi hermano. Él se interesó, nos habló con mucha calidez.

“Había pistas que no estaban siendo seguidas”

-Durante muchos años usted confió en que la policía estaba investigando el caso, ¿cierto?

-Sí, es así.

-Y luego apareció su abogado, Joaquín Da Rocha, señalando que había inconsistencias en la investigación.

-Sí, él era abogado de Alpargatas, creo… Tuvimos una conversación en la que el me preguntó cómo venía el caso. Le pedí que me diera una mano. Hicimos un relevamiento de toda la documentación que había. Yo confiaba en la policía, pero él dijo: “Esperá que acá hay pistas que no se siguieron. Por ahí la policía, de golpe, se comió alguna de esas pistas”.

Clutterbuck se refiere a la pista que destapó el caso del secuestro de Mauricio Macri de 1991: la tipografía de una máquina de escribir marca Olivetti. Muchos de los mensajes de las postas habían sido redactados con un dispositivo de esa marca. Cuando se compararon con los de las postas del caso Clutterbuck, los peritos notaron que había una fuerte coincidencia.

Alan Clutterbuck dice: “Queda una herida abierta, sin lugar a dudas. Hay fechas o momentos que me tocan alguna fibra íntima, pero la vida está para ir hacia delante”. (Soledad Aznarez/)

La otra prueba fue de voz. Se hizo una comparación entre las llamadas que se hacían a la casa de los Clutterbuck y un audio grabado en la cárcel de las voces de Miguel Ángel Ramírez y de Carlos Benito. Las voces concordaban.

-Ramírez está libre y el delito prescribió. Si él hablase, no le afectaría en nada.

-De entrada, ellos no estaban interesados en que apareciera el cuerpo porque la pena hubiese sido distinta. Pero ahora, es cierto, el delito prescribió, no le cambia nada. Yo creo que él se puede arrepentir o no. No sé. Quizás, en el fondo, él reflexione sobre esto.

-¿Sabe algo sobre su vida, sobre su paradero?

-La verdad que no. Nada. En algún momento surgieron intermediarios que decían conocer a miembros de la banda y que ofrecían conseguir información, pero nunca supimos si eran verdaderos o truchos. Una vez, a fines de los 90, una persona relacionada a la policía o a los servicios de inteligencia vino a mi oficina y me ofreció ir a buscar a uno de los miembros para “hacerlo hablar”. Podría haber sido él.

-¿Usted qué respondió?

-Yo le respondí que no. ¿Cómo me iba a diferenciar de ellos? Le dije “estás loco, ¿cómo vivo con eso después?”. Antes que eso, prefería no saber lo que pasó con mi papá. No iba a transformarme en delincuente yo. A mí me queda una herida abierta, sin lugar a dudas. Hay fechas o momentos que me tocan alguna fibra íntima, pero la vida está para ir hacia adelante.

-Mirando en retrospectiva, ¿qué cree que pasó?

-Sonó varias veces a lo largo del tiempo, y de distintas fuentes, que “se les había quedado”. Yo sigo creyendo que eso cierra con lo que pasó, que no dieron pruebas de vida, que la quisieron alargar pero que, en determinado momento, dijeron: “basta, no jodemos más porque nos van a meter en cana”.

-El secreto muere con Ramírez. ¿Qué le genera eso? ¿Quiere juntarse con él a hablar?

-Siempre quise tener un lugar donde enterrar a papá, tener la tranquilidad de saber que está ahí, cerrar esa historia. Lo que pasa es que saber eso implica saber también cómo murió. Al menos así me sentía antes: si se hubiese muerto por una muerte natural, lo hubiese asimilado mejor; pero si me enteraba de que lo habían matado, no sé que reacción me hubiese salido frente a eso. Tuve mis dudas, pero hoy sí estoy interesado en verlo. Y, aclaro, yo no pretendo encontrar a Ramírez para pegarle una piña. No soy violento. A esta altura del partido yo solo quiero cerrar el capítulo y que papá pueda descansar en paz al lado de mamá.

 

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