Assemblé, retiré, ballonné pas., sissonne, battement dégagé, brisé, échappé sobre las puntas… Son los nombres de algunos de los pasos y saltos que ejecutan las bailarinas y los bailarines de ballet durante sus coreografías. En ellas pasan mucho tiempo con los talones elevados del suelo (relevé), a veces incluso apoyando todo su peso en la punta de los dedos.
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Se entiende, por tanto, que los bailarines sean un grupo de población especialmente sensible a las lesiones de los pies y tobillos. Casi tanto como los deportistas profesionales y atletas de elite. A las elevadas exigencias físicas, la sobrecarga dinámica, las posiciones y los movimientos extremos se le suma que la danza se practica normalmente con los pies descalzos o con un calzado que no ayuda a la absorción de los impactos.
Flamenco: juanetes, hipermovilidad y dedos en garra
No solo el ballet somete a presión a los pies. Cada disciplina de baile tiene sus particularidades, y eso hace que también haya lesiones más recuentes.
El flamenco, por ejemplo, implica grandes exigencias biomecánicas, comparables a las de un deporte de alto rendimiento. Los movimientos técnicos del zapateado, los saltos y los giros aumentan la prevalencia de lesiones y trastornos patológicos del pie.
De hecho, se ha calculado que hasta el 75 % de los bailarines de flamenco presentan hallux valgus (etiqueta médica con la que se conoce a los “juanetes”), hipermovilidad del pie o dedos en garra. Todas esas alteraciones causan dolor a los bailarines, reducen su capacidad de movimiento, afectan a su calidad de vida y provocan una alteración estética negativa que, finalmente, les obliga a usar calzado especial (calzado ortopédico o extra ancho).
No solo el ballet somete a presión a los pies, el flamenco también lo hace ( Q77photo/)
El problema de la hipermovilidad
La hipermovilidad es común a muchas disciplinas de baile. Se denomina así a la movilidad aumentada de las articulaciones fruto de mantenerlas en posiciones extremas, y tiene graves consecuencias a largo plazo para los bailarines. Sufrir esta alteración en los pies hace que el apoyo de estos en el suelo se modifique y que la distribución del peso del cuerpo por la planta no sea adecuada.
De hecho, aunque no solemos ser conscientes, el buen apoyo del pie en el suelo desempeña un papel importantísimo para mantener el equilibrio del cuerpo. Además, también favorece la amortiguación de impactos, protegiendo así el sistema nervioso, la columna vertebral y los órganos internos de lesiones.
A todos estos fenómenos hay que añadirle, en el caso del ballet, la agravante de la posición de puntillas. Estar de puntillas aumenta la carga de peso sobre la punta de los pies, cuando el área natural que está destinada a ese uso es la planta completa del pie.
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Esta posición explica por qué tanto el desarrollo de juanetes como las alteraciones en el equilibrio entre bailarines de ballet aparecen prematuramente en comparación con otras disciplinas. Aunque no existe un tipo de pie ideal para las bailarinas clásicas, se ha descrito que la mayor longitud del segundo dedo es un factor de riesgo que favorece el desarrollo de lesiones.
A estos problemas se le suman los numerosos giros que ejecutan los bailarines de ballet. Un giro técnicamente correcto se consigue principalmente a través del trabajo de las caderas. Sin embargo, bailarines inexpertos, con alteraciones posturales o que ensayan a pesar del dolor o la fatiga, pueden empeorar su técnicas y forzar los tobillos.
La hipermovilidad es común a muchas disciplinas de baile (Yulia Ivleva/)
Estos gestos se repiten innumerablemente a lo largo de la práctica del ballet durante la práctica intensiva que caracteriza esta disciplina. Es decir, además de unas características de movimiento que favorecen las lesiones, el sobreuso y sobreexposición, este factor de riesgo hace que los bailarines con cada sesión de ensayo “compren más papeletas” para que les toque este poco deseado sorteo. Se han reportado cálculos de incidencia de entre 1 y 5 lesiones por cada 1 000 horas de entrenamiento y ensayo de baile.
La recuperación, mejor sin prisas
Por fortuna, estas lesiones suelen ser disfunciones de pequeña gravedad que, con tratamientos no invasivos, pueden ser resueltas por podólogos y fisioterapeutas. La dificultad en la recuperación de los bailarines suele residir más bien en su ansia por retomar la danza.
Es en este punto donde se están volcando más esfuerzos de investigación. Es decir, los sanitarios especializados en el tratamiento de bailarines necesitan descubrir cómo ayudar a un bailarín de ballet lesionado a retomar la plena participación. Todo ello evitando al mismo tiempo que pueda tener una nueva lesión o cronificar problemas musculoesqueléticos. Al ser tanto un deporte como un arte escénico, el ballet es altamente físico, técnicamente exigente y tiene unos requisitos de rehabilitación únicos.
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Una investigación reciente ha definido como signos indicativos de que un bailarín puede volver a ensayar en condiciones de seguridad que el dolor haya desaparecido, que la capacidad cardiovascular no haya empeorado por el reposo, y que la fuerza muscular (especialmente de las piernas) sea la adecuada.
Estas tres condiciones deberían ser innegociables antes de la vuelta a la rutina. Además, también debería controlarse que, durante el tiempo de reposo, el bailarín no haya modificado su estilo de vida (hábitos de sueño y alimentación, fundamentalmente).
Aunque la especialidad en baile no es un área de la medicina específica, sí se puede concluir que el tratamiento y recuperación completa de estos pacientes tiene unas particularidades diferentes a las de otros profesionales y deportistas y, por supuesto, a las de la población en general.
*Por Raquel Leirós Rodríguez
Este texto se reproduce de The Conversation bajo licencia Creative Commons.