Un Mundial con más sombras que luces

El Mundial de fútbol de Qatar pasará a la historia por varios motivos. El principal: los escándalos que involucran a la FIFA y, sobre todo, por las gravísimas denuncias de violaciones de los derechos humanos por parte del régimen anfitrión.

Acusaciones de corrupción y sobornos rodearon la elección de la sede del campeonato al punto de que 15 de los 22 ejecutivos de la FIFA que votaron por Qatar en 2010 enfrentaron procesos penales, entre ellos, el fallecido Julio Grondona, acusado de haber cobrado una suculenta coima para favorecer esa candidatura.

Por su parte, Amnistía Internacional (AI), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Human Rights Watch (HRW) revelaron groseras violaciones de los derechos humanos y explotación laboral de miles de personas durante la apresurada construcción de los estadios mundialistas.

Precisamente, cuando faltaba poco para el comienzo del Mundial, Amnistía Internacional difundió la campaña “Miremos donde hay que mirar”, dirigida a la FIFA y a los gobiernos que violan derechos humanos. En ella se apelaba a no olvidar que las autoridades políticas de donde actualmente se desarrollan los partidos se caracterizan por no respetar la libertad de las mujeres, entre otras diversidades de género, y a migrantes que trabajaron a destajo en la construcción de los estadios, sometidos a explotación. A ello se suma que en Qatar no hay libertad de prensa ni de expresión. Sobran ejemplos de los últimos días, cuando periodistas de diversos países, incluido el nuestro, fueron obligados a dejar de transmitir, siendo vigilados y perseguidos, a pesar de que se encontraban realizando su trabajo en la vía pública y con permisos.

Jugadores de la selección alemana tapándose la boca en una foto que dio la vuelta al mundo por haberles impedido portar un brazalete antidiscriminación en Qatar; miembros del seleccionado iraní se negaron a entonar su himno nacional en repudio por la muerte de Mahsa Amini, detenida y asesinada por no haber llevado bien puesto el velo, y violencia contra hinchas para que dejaran de agitar banderas en apoyo de la comunidad LBGTQ+ son unas pocas postales de un Mundial que seguramente será recordado por la tan errada como digitada elección de una sede cuya principal preocupación es esconder la basura debajo de la alfombra.

Resulta oportuno recordar lo sucedido en nuestro país en 1978 al jugarse el Mundial de fútbol en el que la Argentina se quedó con el trofeo mayor. Con una enorme fiesta popular, la dictadura procuró silenciar los hechos aberrantes que se estaban produciendo contra los derechos humanos. “Son páginas negras del patriotismo mal aprendido y peor razonado. Durante el Mundial del 78, muchos se justificaban diciendo que la gente tenía derecho a estar contenta un rato. La gente, sin duda, tenía ese derecho, pero no lo tenían los dictadores. Tampoco los intelectuales cuando así justificaban el ataque de populismo deportivo que le daba aire a la dictadura”, opinó la ensayista Beatriz Sarlo en una columna publicada en Perfil.

No hay dudas de que los gobiernos de signo autoritario encuentran en este tipo de manifestaciones deportivas una oportunidad única para pretender lavar su imagen: practicar el sportswashing, como se lo llama. Lo lamentable es que haya organizaciones como la FIFA, que no solo hagan oídos sordos a gravísimas denuncias, sino que se alineen con esos regímenes cercenando libertades.

Territorio de tan condenables como habituales violaciones, bien conocidas desde antes del inicio de la competencia deportiva, Qatar no puede sorprender a nadie ya como sede del Mundial. Es por ello que desde el mundo musulmán se rechazaron las críticas por considerarlas hipócritas. Conocida esa grave situación, hubiese convenido tenerla en cuenta al momento de la consagración de la sede. Una por demás conveniente ausencia de análisis de estas cuestiones que hoy se critican junto con las irrefutables pruebas de los sobornos deberían ser consideradas en el futuro. La honestidad y la coherencia deberían primar no solo en el campo de juego, sino entre numerosos integrantes de una dirigencia que, está visto, deja mucho que desear.

 

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