Un partido y medio más tarde, la selección argentina dio un primer paso para reencontrar el camino que lo llevó hasta Qatar. Y aunque sólo sea para sacudirnos el mal sabor que dejó el debut, y que se extendió durante los 45 minutos iniciales del encuentro frente a México, vale la pena alterar el orden cronológico para empezar por los aspectos positivos que se puede extraer como para ir pensando en la definición del grupo.
El partido deja una lección interesante: existen en el fútbol conceptos básicos que deben ser aplicados para que las cosas fluyan en favor de las pretensiones de un equipo. Uno de ellos es obligar al rival a posicionarse donde uno quiere y no donde quiere el rival. Eso sucedió en el segundo tiempo, a partir del ingreso de Enzo Fernández, que no necesitó de grandes apariciones –exceptuando la del segundo gol, por supuesto– para adelantar a la Argentina 20 o 30 metros en el campo. Ahí estuvo la llave de la transformación.
Desde ese momento, la selección se adueñó del juego y la pelota empezó a correr más y mejor porque los intérpretes comenzaron a recibirla en los lugares adecuados. El caso de Ángel Di María quizás haya sido el más notorio. En la primera mitad sus arranques para imponer su velocidad fueron voluntariosos y tuvieron chispa (fue el jugador argentino que más me gustó en lo global del partido), pero no oportunidad de progreso. Cuando pudo poner en marcha esos avances donde realmente crean peligro tuvieron más sentido, y la acción del 1 a 0 es la mejor prueba. Encarar hacia adentro juntando adversarios cerca del área le permite prometer un remate que no llega y así descargar para Lionel Messi, que justo antes del su gol había quedado libre.
Ángel Di María es más productivo cuando se mueve adelantado en el campo y puede combinarse con Messi en zonas más riesgosas para el adversario. (Aníbal Greco/)
Esa misma situación se extendió al resto de los delanteros. Las apariciones de Messi, con más o menos continuidad, crecieron en valor; Alexis Mac Allister se acercó a él para generar alguna pared, y fue propicia la entrada de Julián Álvarez. Así como Lautaro Martínez había quedado encerrado entre los centrales mexicanos sin intentar salir de la jugada para volver a entrar, el hombre de Manchester City empezó a moverse hacia los costados para ser una posible descarga de pase para los compañeros, al mismo tiempo que una molestia para los defensores centrales mexicanos, que debían seguirlo. El funcionamiento general de la Argentina se hizo mucho más fluido; los movimientos conseguían por fin ir descolgando piezas defensivas del adversario sin que llegaran a recolocarse por detrás de la línea de la pelota, y su resistencia comenzó a desarticularse.
Claro que antes hubo otros 45 minutos completamente descartables. Es verdad que en ese lapso el equipo pudo arrastrar el resabio del partido contra los árabes, cuando no supo ni siquiera encontrar una pizca de rebeldía para resolver los problemas que le planteó el rival. Pero entiendo que, en este caso, hubo injerencia de los aspectos tácticos para que eso ocurriera.
Compacto de la Argentina 2 vs. México 0
Costó entender la ubicación de Guido Rodríguez como tercer defensor central para crear superioridad numérica en la zona baja, cuando ese triángulo para darle la salida al juego parecía garantizado con un volante de perfil más ofensivo. Así todo se hizo lento, previsible, demasiado parsimonioso. Los pases eran muy “correctos”, hechos con mucha precaución y sin cambio de ritmo ni armonía. Con Rodrigo De Paul mostrando su versión más confusa, defensores laterales adelantados que no hacían daño y jugadores atrapados en la maraña que proponía México.
Antes de dar el último paso para superar el mal trago de la etapa de grupos –el miércoles, frente a Polonia– se hablará, sin dudas, sobre si Enzo Fernández se ganó el puesto de volante central. No tengo intención de armar el equipo, pero quedó demostrado que se trata de un jugador que posee influencia global, porque procesa rápido y tiene personalidad.
Messi se hace dueño de la pelota cuando el equipo tiene la iniciativa y arropa futbolísticamente a su capitán. (Aníbal Greco/)
Una de las cuestiones vitales que debe solucionar la Argentina de ahora en más es cómo alimentar mejor a Messi para que no se desgaste y reciba el juego en los espacios donde su magia puede surgir. Para que eso suceda no hay tres caminos. No sirve un Messi de contraataque, ni aislado, ni distanciado de sus compañeros. La mejor manera es que el equipo domine el partido y él se maneje en tres cuartos de cancha y arropado por el resto. Por eso, lo que sucede detrás de él adquiere mucho valor. Cuando la pelota corre, se tiene posesión de calidad y buenos pases, el adversario se perturba, se retrasa, se agrupa atrás, y ésa es la ruta conveniente. Lo que hizo Enzo Fernández en el segundo tiempo tuvo tantas consecuencias favorables para el equipo como negativas para el oponente, y se debe tenerlo en cuenta.
El 2-0 final fue el remate de una de esas actuaciones que suben la energía y el entusiasmo, que desbloquean la mente. La experiencia de ganar un partido durante su desarrollo, con cambios acertados y esperando el momento, nutre ese poder magnífico que es la confianza. Tener buenas sensaciones es lo mejor que puede pasarle a un equipo, su única garantía antes de entrar a jugar un encuentro importante, más allá de que después puedan diluirse. Bienvenidas sean.