DOHA (Enviado especial).- Es más fácil pedirle a Lionel Messi que rescate a la selección que reclamar que juegue bien. A veces una cosa puede conducir a la otra. La Argentina sorteó con éxito su primera gala de eliminación. En una situación por demás delicada, después de una etapa inicial en la que el susto entumeció a todos, la vieja fórmula de la Copa América volvió a darle la solución después del descanso: 20 minutos de presión para acorralar al rival, buscar la diferencia. Luego, desde el refugio, observar y aprovechar los espacios. Así de simple, pero mucho más sufrido de lo que suena fue que el plantel se redimió, se impuso por 2 a 0 a México y volvió a meterse en un Mundial que lo tenía sin saber si quería irse o si quería quedarse.
Un golazo de Messi cuando todas las puertas se cerraban, y otro de Enzo Fernández cuando la angustia amenazaba con adueñarse de los músculos, le devolvieron el espíritu al grupo. Ahora, deberá empezar a jugar bien al fútbol, algo que supo hacer.
Lionel Scaloni y Gerardo Martino, más que entrenadores parecieron evaluadores de riesgo de una aseguradora. En el estado de situación actual para ambos, mejor pasar por cobarde que quedar eliminados, deben haber pensado. Los dos reformularon sus equipos con claras intenciones defensivas. ¿Jugar con el resultado puesto de Polonia y Arabia Saudita tuvo algo que ver? Difícil de creer. La Argentina sabía que, con el empate y un triunfo por dos goles de diferencia sobre Polonia en la última fecha, conseguía la clasificación.
El gol de Lionel Messi: un zurdazo que ni Herrera ni Ochoa, el arquero, pudieron detener (Julio Cortez/)
Pero en el estado con el que llegó al duelo con los mexicanos, pensar en un triunfo ante los polacos ya era mucho decir. Hacerlo por dos goles, directamente parecía una quimera. Ahora, un triunfo en el cierre del grupo depositaría a la selección en los octavos de final y hasta lo puede hacer como líder. Y un empate, también podría darle chances, aunque eso obligará a estar pendiente de Arabia Saudita-México.
Algo cambió tras el descanso. Seguir 45 minutos así, como en la primera mitad, era exponerse a perder el partido en un error, sin siquiera haberlo intentado. Más peligroso que jugar a la ruleta rusa con tres balas en el tambor.
Es que el primer tiempo de la Argentina, el mayor mérito fue recibir tan solo un remate al arco: el tiro libre de Alexis Vega muy bien atajado por Emiliano Martínez. Por contrapartida, no pateó ni tan siquiera una vez a la valla contraria. Todo dicho.
No hay escala científica para el estado de ánimo. El medidor es jugada a jugada. Minuto a minuto. Se puede detectar momentos de ansiedad y hasta de desesperación grupal, en el comportamiento corporal de los futbolistas. De esos se vieron muchos en el segundo tiempo con Arabia Saudita.
Esta vez, la respuesta no fue mala. Aunque un jugador, Rodrigo De Paul, estuvo muy nervioso. Gesticuló más de la cuenta, como si necesitara hacerse notar por su ascendencia sobre el grupo dado que no tenía otras razones como el juego, por ejemplo. Si algo distinguió su presencia en este equipo fue la forma en la que cuidó la pelota siempre. Lejos de eso, fue el que más veces la perdió esta noche.
El gol de Enzo Fernández (DeFodi Images/)
En cuanto a la formación, por el accionar del entrenador, hay cambios entendibles y habituales, y otros de explicación un poco más elaborada. Los laterales, por ejemplo, suelen rotar de acuerdo a la jerarquía y disposición táctica del rival. Está claro que esta vez privilegió la defensa por sobre la proyección. Tampoco hay que hacer segundas lecturas en el ingreso de Alexis Mac Allister, que ocupó el lugar del Papu Gómez. Pero el puesto original era de Lo Celso, por lo que es lógico que elija probar alternativas.
Son los otros dos los que marcaron una necesidad de corregir errores reales del equipo. Aunque el de Cuti Romero, si tenía un golpe y no llegaba al ciento por ciento desde lo físico, también es un reemplazo “obligado”. Además, luego ingresó. El caso de Leandro Paredes es el que muestra ampliamente un mensaje respecto de otras cosas más importantes, que pueden estar vinculadas con las actitudes y comportamientos. Es el único de los cinco que salieron por el que no hay una razón muy a mano para explicar. Hay que avanzar sobre terrenos que hacen más a la intimidad (y que no se conocen), para entenderlo. Ni siquiera entró en el segundo tiempo.
Más activo estuvo Messi, que pidió la pelota y hasta corrió un par de veces para tapar las salidas de los laterales mexicanos. Pero no es decisivo si no se lo acompaña con gente que le ofrezca líneas de pase. Porque este grupo, que antes sabía lo que hacía y hacía lo que sabía, llevaba 135 minutos sin saber ni hacer. Lo que era natural ahora no germinaba. El bloqueo mental al que lo sometió Arabia Saudita se propagó por todos lados y duró hasta que arrancó el segundo tiempo.
Esta vez se involucró. Apareció poco a poco. Se metió entre los dos zagueros propios para ir a buscar la pelota tan atrás como fuera necesario si no le llegaba. Se mostró. Lideró a sus compañeros. Como tantas otras veces lo hizo, como tantas otras veces no pudo.
La genialidad de Messi lo sacó del borde del abismo. Pero la actitud del equipo ya era otra. Tenía el ADN combativo. Más atolondrado de costumbre, por el miedo que hace correr la sangre de una manera diferente. De saberse al borde de una frustración que hubiera sido la mayor de la historia. Pero hay respuestas. Los signos son vitales y la mente algo más limpia. El Mundial no se termina para la Argentina. No todavía.
La selección argentina celebra al final de partido frente a México (Aníbal Greco/)