La noche más exclusiva. Le Club Punta del Este, el lugar donde había que estar en los veranos de los años ochenta

Hubo una época en la que todo pasaba en la parada 14 de la Brava. La noche arrancaba en el Casino de San Rafael, cita obligada para todo aquel que quería ser visto. Y la diversión seguía en Le Club, la exclusiva boîte -como se le decía entonces- que trasladó más allá del charco el éxito de su hermana mayor argentina que estaba en la esquina de las porteñas avenida Quintana y Parera.

Le Club ya era lo más exclusivo de la noche y una vez que desembarcó en Punta del Este, la aceptación del público fue inmediata y era el lugar donde había que estar. A toda hora, las propuestas se sucedían: disco de noche y, el resto de las horas, parador con canchas de paddle y club de backgammon. Además, torneos de polo, regatas y el célebre concurso de belleza, que fue mucho más que eso y que marcaba un hito cada temporada. Desde fines de la década del 70 hasta mediados de los 80 Le Club Punta del Este marcó la agenda de cada verano.

Mirta Legrand y Daniel Tinayre eligieron el restaurant Le Club para celebrar su 40 aniversario de casados (archivo/)

“Todo se organizaba de manera que se mezclaran cultura y alta calidad. Nosotros acá y en Uruguay teníamos de chefs al Gato Dumas o a Jean Paul Bondoux, de La Bourgogne. Éramos parte de la cadena de Régine Zylberberg -empresaria de discotecas de origen francés, que en Buenos Aires había tenido un local llamado Régine’s-. De la cadena, yo recorrí dieciocho establecimientos y, junto con Mónaco, éramos uno de los más prolijos del mundo”, cuenta a LA NACIÓN revista Miguel Schapire, uno de sus dueños, alma máter y jefe indiscutido.

En ese entonces, entre las doce de la noche y la una de la madrugada, había mil amigos de Le Club que cruzaban la avenida, desde el Casino, para colmar los mil a mil quinientos espacios de capacidad que, sin dudas, se llenaban cada noche de enero o de febrero. “Era muy difícil regular eso en la alta calidad, en un orden de educación, de respeto. Nosotros, pienso que éramos uno de los pocos establecimientos que lo lográbamos”, asegura Schapire.

Ginette Reynal y Raquel Satragno votando a Miss Le Club (archivo/)

Le Club funcionó como un club. “Por eso se llamó Le Club”, acota Schapire. Y por eso tenía impregnado el concepto de pertenencia o de membresía, y se cuidó siempre la identidad del lugar. Y el no “ser invadidos”. “No nos interesaba crear ningún producto masivo ni la explotación desmedida de la relación que nosotros teníamos con los que eran nuestros amigos o nuestros asociados. Siempre se cuidó muchísimo eso”, afirma.

Con su respaldo internacional, Le Club Punta del Este rápidamente recibió el apoyo de habitués del balneario y de quienes vivían allí todo el año. Con ellos, Miguel Schapire armó, año tras año, agendas que sacudieron los veranos y que convocaban personajes, incluso, del exterior, como Rod Stewart, Niki Lauda o Joan Manuel Serrat. “Fue un placer poder trabajar y dialogar con mucha gente que nos apoyó, el príncipe Rodrigo d’Arenberg, por ejemplo. Era un playboy muy conocido. El contrató actrices europeas. En esa época se hicieron festivales de cine europeo, de cine internacional, de cine del Río de la Plata. Yo hice un festival de cine español al que fueron Manuel Bandera, Imanol Arias, Ana Belén, actores uruguayos y argentinos. A Le Club le sumaba una inquietud cultural. De toda esa gente que llegaba a Punta del Este para el Festival de Cine, nos ocupábamos nosotros”, asegura.

La actriz Melanie Griffith, Steven Bauer y Miguel Schapire (archivo/)

Anécdotas de esa época sobran. Como la de una noche, en la que se armó una comida en un conocido restaurante de entonces con los actores españoles, y Schapire advirtió que había cuarenta comensales y más de cincuenta empleados en el salón. “A mí no me cerró. Eran todos refugiados ocultos de la ETA. Después hubo un tema policial con ese restaurante. Era un cuadro superior de ETA. Esto fue un tema histórico. Punta del Este era donde ellos descansaban y hacían reposición de energía”, recuerda.

La excelencia

En Le Club pasaban siempre cosas. Y había fiestas temáticas, como la Noche del Surf, con la conducción de Mario Pergolini o una sobre Tahití, que ofrecía como primer premio un viaje a Bora Bora, con estadía en la Isla de Pascua. Las actividades que Le Club ofrecía se multiplicaban temporada tras temporada. Una de ellas fue la organización del Abierto de Polo de Punta del Este, de cuarenta goles, con los mejores equipos argentinos y uruguayos y el apoyo de la Sociedad Rural del Uruguay. También arrancó entonces la Regata Internacional Rolex, de la que participaban los mejores barcos del mundo y que hoy se sigue haciendo. “Buscábamos trasladar la buena calidad de ciertas cosas, como el Parliament Backgammon, que era el club que estaba en Quintana y Parera. Entonces trasladábamos la idea de juego, torneos y parte de las modelos. Todo nos parecía una unión que tenía que ver con la excelencia. Teníamos una agenda intensa, de autos antiguos, de polo, de backgammon. En alguna medida creábamos día y noche”, rememora Miguel Schapire. Eran los años del boom del paddle y, además de canchas, en Le Club contaban con asistentes que, si hacía falta completar un equipo, éstas participaban de los partidos.

Rod Stewart retirándose después de una noche en Le Club (archivo/)

¿La frutilla del postre de las temporadas de verano en Le Club Punta del Este? Sin dudas, la elección de Miss Le Club. Paula Cahen d’Anvers, Inés Peralta Ramos y una muy chica y aún desconocida Valeria Mazza fueron ganadoras en sus momentos y sus nombres son célebres hasta el día de hoy. “Un día Rodrigo d’Arenberg quería pagar su cuenta. Nosotros con el príncipe teníamos un convenio por el que él tenía 25 sitios reservados todas las noches de todo el verano. Los ocupase o no, él los pagaba. Sino, venía gente invitada por él. Cuando él dice que va a pagar su cuenta de la temporada, era mucha, mucha plata. Viene Rodrigo con su chequera y yo pensé que iba a hacer un cheque con una fecha y otro con otra fecha. Entonces veo que hace un cheque con todo el importe de la cuenta a la fecha de ese día. Y hace otro, por el mismo importe, para ese día. Entonces, le digo: “Rodrigo, te equivocaste”. Y me dice: “No, ésta es la propina”. Miles de dólares. Me impactó. Ahí fue cuando le propuse hacer algo juntos por Punta del Este. Y ahí nace Miss Le Club”, recuerda Schapire. La idea, desde el principio, fue organizar un concurso que no se limitaría a una exhibición de belleza, sino que se haría profesionalmente y con proyección para las ganadoras. Para eso, al jurado se le daba la información detallada de cada participante, con datos acerca de sus vidas, qué estudiaban, qué hacían y qué proyecto de vida tenían.

Mónica Gonzaga, una “it girl” de la Punta del Este de los 80, en Le Club (archivo/)

“Para un concurso Miss Le Club, previamente en Buenos Aires se hacía una selección sobre la base de 2500 mujeres. Se preparaba en Buenos Aires y se hacía el desarrollo en Punta del Este, en la playa, con un jurado muy bien elegido, de líderes de opinión intachables. Había muy buenos diseñadores, gente de la moda, de las buenas bodegas mendocinas”, detalla Schapire. ¿El premio? “En ese momento entregábamos contratos muy destacados, de alto monto, de alta presencia y seguimiento durante, mínimo, un año. Teníamos la exclusividad de Calvin Klein y el desfile final se hacía con su ropa. Toda esa gente participó después en una vida civil de alta figuración y de mucho respeto. Los destacados joyeros daban premios muy importantes y el que más participaba con premios hacia Europa, con alojamiento y plata en recurso líquido era el príncipe Rodrigo d’Arenberg”, afirma. Miss Le Club se hizo hasta que cerró Le Club, en los ochenta. “Cerró porque yo decidí no trabajar más en la noche. Porque decidí hacer documentales, decidí filmar, que me gustaba más y no sólo era una cuestión de gusto. No me quería involucrar con un tema que tuviera que ver con la violencia y con el riesgo”, recalca Miguel Schapire.

Una jovencísima Valeria Mazza, coronada en Le Club (archivo/)

El cierre de Le Club Punta del Este coincidió con el de Buenos Aires. Sin embargo, años después reabrió en el hotel Alvear, aunque la experiencia duró apenas dos meses. “Me di cuenta de que todo lo que pensaba yo de negativo era así y de que no me interesaba dialogar con determinada gente a la madrugada, que era una pérdida de tiempo. El negocio como tal, para que sea sustentable económicamente, no se soporta si no tenés realmente una cantidad de público. Nosotros no queríamos ser New York City, no queríamos tener masa crítica. Eso nos llevó a repensar el cierre de Alvear. No daban los costos, no daba la seguridad”, reflexiona. El punto de inflexión fue una noche en la que se había organizado una fiesta para 150 personas. Y en un momento llegó la policía porque había 3000 personas en la puerta. “Me dicen: “¿qué hacemos, procedemos?” Yo les digo: “No procedan, yo voy a salir y voy a desafectar todo esto”. Fui personalmente y ahí tuve la evidencia de que los mundos habían cambiado. Que el teléfono celular es un convocante para 3000 personas en quince minutos. Cuando yo salí me encontré con muchas hijas de amigas mías descalzas en la vereda, en una actitud que fue ‘no’. En una actitud que claramente me pautó que ese mundo ideal que habíamos armado no se podía volver a constituir”, se resigna.

Hoy, desde hace veinte años Le Club Punta del Este funciona nuevamente, pero esta vez, al borde del mar, en La Barra. Fiel a su esencia, conserva la relación directa con los propietarios, “la entrega de un buen anfitrión a quien le importa que al amigo le vaya bien y que tenga deseo de volver”, describe Schapire. La nueva versión de Le Club, que abre cinco meses al año, adoptó el formato de una pequeña posada u hotel boutique con catorce habitaciones. Su espíritu es el de reconstituir parte de esa cosa de antes, con el disfrute del atardecer con una copa y un menú especial. “Tenemos la suerte de ser valorados por gente con la cual nos gusta estar. Estamos colaborando, en todo lo que podemos, en la comunicación, con la Fundación Atchugarry. Nos parece que su agenda coincide con muchas aspiraciones nuestras de esa excelencia cultural, de bonhomía. Y, todo lo que podemos, derivamos hacia sus funciones de cine”, recalca Schapire. Además, en la posada durante muchos años se hicieron muestras de pintores uruguayos, y aún continúan. “Es artesanal, hiper boutique. Estamos con las luces bien prendidas en lo intelectual”, asegura.

Schapire, Cecilia Zuberbuhler y Joan Manuel Serrat (archivo/)

En Le Club el rol del anfitrión es fundamental y se enfoca en dar un servicio preferencial, aportando a sus huéspedes desde una selección de establecimientos recomendados para comer hasta la solución de la reserva si es necesario. “Me ha pasado de ir con cuarenta periodistas europeos a la parrilla más popular de Punta del Este, adonde van a comer los obreros, La Balanza. Ahí está la magia, que a mí sí me reservan, pero no hay reservas. Por Punta del Este, por la parrilla y por el cliente, es estratégico que esa persona que yo estoy derivando pueda acceder, y no llegue y rebote. Lo que más sorprendió a los periodistas fue que, cuando íbamos a almorzar, tiraron haces de leña en la parrilla y se prendió todo en un fuego espectacular. Era quebracho para darle un gusto especial al lomo. También les impresionó probar un vino dulce de pingüino, popular”, cuenta.

En alguna ocasión, Le Club cerró para la embajada de Noruega. “Se llevaron mucho intercambio, muchas soluciones. Es ahí donde está el anfitrión, el dueño de casa, que soluciona las camionetas que necesitan o qué información de wifi no llega”, señala. Según Miguel Schapire, Le Club tiene precios accesibles. “Y ¿qué importa? Que podés almorzar o comerte un choclo o un pancho en la playa, sentado en Le Club”. Este verano, asegura, ya está todo vendido.

Durante el día, en Le Club se disfrutaban los torneos de backgammon (archivo/)

En Punta del Este Miguel Schapire se siente mucho más que un anfitrión de un hotel boutique. Se siente en su casa. “Cuando yo decidí estar mucho en Uruguay fue porque el entorno me llamó cuando yo era muy pequeño. Toda esa sensación que uno recibía no sólo está, sino que se ponderó, creció”, señala haciendo referencia a los períodos de su infancia cuando vivió un exilio familiar, en la punta, frente a la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria. “Nadie hizo un análisis de los refugiados españoles que no eran extremistas, que estuvieron en los años 36, 40 y 40 y pico. Papá -era dueño de una editorial- tenía de director de colección a Rafael Alberti, a María Teresa León, la mujer, y editó, por supuesto, a Federico García Lorca en el año 36. Nosotros vivíamos en Punta del Este frente a la iglesia, en la punta antigua, en una casa donde había gallinero. Desde los cinco años nosotros vivimos en una comunidad de refugiados que el mundo hoy respeta. Y que fueron los creadores de ese espíritu diferenciado de un Punta del Este. En alguna medida ellos eran perseguidos por Perón. Rafael Alberti huyó un día que entró la policía en su departamento de avenida Las Heras. Papá fue preso en esa época y estuvimos exiliados en Punta del Este. No éramos terroristas ni extremistas”, recuerda.

La punta, la parte más antigua de Punta del Este, tenía un aspecto muy distinto al de hoy. “Todo era pequeñas casas muy simpáticas, donde los dueños de los pequeños hoteles eran los anfitriones, quienes atendían a los huéspedes eran familias. Y todo lo que hoy se ve, con viento, de la mansa a la brava, no estaba. Entonces no había ningún edificio. Era todo peatonal. Lo que hoy es el puerto, era una playa de arena. Estaba la playa de los Ingleses. Nosotros íbamos a esa playa”, recuerda con emoción. La iglesia, el faro y el puerto no eran lo que son. “Toda esa zona que es patrimonial, que se conserva, para mí tiene unos recuerdos imborrables, muy fuertes. En la punta había un cine, y había una librería internacional. Y ahí estaba la librería de Pepe Suárez, que era el mejor fotógrafo de lo que fue el exilio. Y hoy tiene una colección disputada entre Portugal y España. Tiene las mejores fotos de Machado, de Rafael Alberti. Mi recuerdo, cuando había viento o llovía, es de mí, sentado en el piso en la librería de Pepe Suárez, leyendo los cómics españoles o argentinos” agrega.

¿Cómo recuerda la vida en ese Punta del Este tan lejano? “El Punta del Este que yo conocí era muy reducido. Cuando yo era niño, ir a La Barra era una aventura. Significaba hacer sándwiches, preparar bebidas, ver si los autos estaban bien, y cruzábamos por un pequeño puente de madera. Esa nostalgia tiene que ver con que nos juntábamos muchos en un viejo espacio, que estaba junto a El Mejillón. Era un espacio entre la Mansa y la Brava de la Punta Punta. Organizar algo era muy sencillo”, revive.

 

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