Durante mucho tiempo se pensó que Crimea sería el último escollo en una eventual negociación para resolver en el conflicto que libran Rusia y Ucrania desde 2014, dada su importancia estratégica, militar, económica y sentimental para ambos bandos. Una realidad reconocida implícitamente por Kiev en la oferta de alto el fuego que presentó en Estambul a finales de marzo, en la que concedía a Moscú un plazo de 15 años para resolver el estatus de la península. Esa paciencia, sin embargo, parece haberse esfumado a raíz de sus victorias en el campo de batalla. La retirada rusa de la capital de Jersón hace dos semanas ha dejado al Ejército ucraniano a poco más de 130 kilómetros de Crimea. Y desde ambos bandos se contempla ya la posibilidad de que Kiev pueda tratar de recuperarla por la vía militar en los próximos meses.
“No hay duda de que recuperaremos Crimea”, dijo a finales de octubre el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, poco antes de que sus fuerzas retomaran el control de las tierras al oeste del río Dniéper en la provincia de Jersón, incluida su capital. “Devolveremos esta parte de nuestro país no solo al espacio exclusivo ucraniano sino también al espacio europeo”. Uno de sus lugartenientes ha llegado incluso a ponerle fecha a la ofensiva: finales de diciembre, en palabras del viceministro de Defensa, Voldímir Havrylov. “Es solo cuestión de tiempo, pero nuestra intención es que sea más pronto que tarde”, dijo recientemente Havrylov. Esta misma semana varios drones aparentemente ucranianos atacaron instalaciones militares rusas en la península, unos ataques que según Moscú fueron repelidos por sus defensas antiaéreas.
En Crimea pocos se lo están tomando a la ligera. Su gobernador ha reconocido que se están levantando “fortificaciones” en el norte de la península para hacer frente a un eventual asalto ucraniano. Unas defensas que incluyen kilómetros de trincheras, de acuerdo con las imágenes captadas por los satélites. Hay informaciones también de que parte de la población de Crimea se estaría trasladando a la vecina región rusa de Krasnodar. “A raíz de esta tendencia podemos concluir que hay miedo y pánico a que las Fuerzas Armadas ucranianas sean capaces de liberar Crimea en un futuro cercano”, dijo recientemente Emil Ibragimov, director del Proyecto Crimea, una organización ucraniana que trabaja por la desocupación de la península.
Vital para el Kremlin
Crimea es un punto estratégico vital para el Kremlin, que ocupó la península sin apenas resistencia en 2014 y ese mismo año se la anexionó con un referéndum ilegal. No solo tiene en Sebastopol la sede de su Flota del mar Negro, sino que utilizó la península como punta de lanza para invadir el sur de Ucrania el pasado mes de febrero. En los últimos ocho años, Moscú ha militarizado la región, ha impuesto la ciudadanía rusa a todos sus habitantes (2,5 millones) y se ha dedicado a alterar la demografía a golpe de purgas e incentivos. Cerca de un millón de rusos se han establecido allí desde entonces, según las estimaciones más generosas, al tiempo que las autoridades ocupantes deportaban a activistas ucranianos y perseguían a periodistas díscolos e indígenas tártaros. Un patrón similar al que aplicó en su día Stalin, con la deportación masiva de los tártaros y su reemplazo con ciudadanos rusos.
Pero Crimea es también un bastión difícil de gestionar para las autoridades ocupantes. “Sin Ucrania, Crimea es una isla incapaz de sustentarse por sí misma”, afirma Oleksiy Melnyk, analista del Razumkov Center, con sede en Kiev. “El 75% de su presupuesto está subsidiado por Rusia. Tiene serias carencias de agua fresca y energía, y los precios son mucho más altos que en el resto de Ucrania por las complicaciones logísticas. Una serie de problemas que Moscú no ha solucionado en estos ocho años”. El agua es quizás el problema más acuciante que enfrenta. El grueso del suministro llega hasta la península desde el río Dniéper a través del Canal del Norte de Crimea, que parte de la provincia de Jersón y antes de 2014 aportaba el 85% del agua consumida en la península, tanto para beber como para la irrigación o la industria.
Escasez de agua
Aquel mismo año, después de que Moscú se anexionara la península, Kiev decidió cerrar el grifo del canal. Pero el caudal volvió a fluir desde los primeros compases de la invasión rusa, cuando las tropas del Kremlin volaron las compuertas de la presa hidroeléctrica de Kakhovskaya (Jersón) para que el agua volviera a fluir. “El agua ha sido siempre el talón de Aquiles de Crimea“, asegura Nickolai Denisov, director adjunto de la Red Medioambiental Zoi, con sede en Suiza. “Tiene pocos recursos o están poco desarrollados y sin las aportaciones desde Ucrania su agricultura y sus pueblos y ciudades son muy vulnerables a la escasez de agua”.
Por el momento, Ucrania no ha conseguido bloquear nuevamente el caudal, dado que tanto la presa de Kakhovskaya como uno de sus nudos en Tavriysk, también en Jersón, siguen bajo control ruso. “La escasez de agua no empujó a Rusia a abandonar Crimea, al contrario, fue uno de los factores que llevaron a sus militares a ocupar rápidamente el sur del país en febrero de este año”, afirma Denisov. “Creo que no será un factor determinante en el futuro, aunque dependerá de lo que pase en el campo de batalla”.
Líneas de abastecimiento
Crimea es también vulnerable porque solo está conectada a Rusia por dos puntos: el estrecho de Kerch, donde Vladímir Putin se gastó casi 4.000 millones de euros para unirlo a la madre patria mediante un puente faraónico, y el corredor terrestre que une las ciudades ocupadas de Mariúpol (Donetsk) y Melitopol (Zaporiyia) con Rostov bordeando el mar de Azov. Pero Ucrania ya demostró a principios de octubre que puede atacar el puente de Kerch y dejarlo inoperativo con relativa facilidad. Más difícil será que pueda romper las líneas rusas para partir el corredor territorial que une las cuatro provincias ucranianas ocupadas por sus tropas en el sur y el este del país.
Las especulaciones apuntan a que este último será el próximo objetivo de sus tropas. Si lo lograra –y paralelamente volviera a perturbar las comunicaciones a través del puente de Kerch—podría aislar Crimea e impedir que sea abastecida desde Rusia. Un escenario que abocaría a Crimea a convertirse en un nuevo Stalingrado si Moscú se empeña en preservar la península.