Diego Golombek: “Las ideas son algo cotidiano y de todos, no solo de unos pocos”

El pasado 15 de noviembre, la población global alcanzó el número de 8000 millones de personas que habitamos la Tierra. ¿Esto implica que hay 8000 millones de maneras diferentes de pensar y de tener ideas? Esto podría ser cierto si las ideas fueran puramente subjetivas. Pero ¿lo son? “Si bien hay subjetividad, hay pautas comunes a la generación de ideas, a la creatividad y a la innovación; y en esto es donde se puede meter la ciencia. Si hubiera infinitas formas de generar ideas no habría ciencia posible, pero si uno encuentra que hay caminos que la gente va siguiendo, que las civilizaciones han elegido para cambios disruptivos y para cambios en la forma de pensar las cosas, uno puede hacerse preguntas comunes”, explica el biólogo y divulgador científico Diego Golombek en su nuevo libro La ciencia de las (buenas) ideas (Siglo XXI).

¿De dónde viene esto? ¿Tendremos “cables” para la creatividad en ciertas áreas del cerebro? ¿Vendrá de algo genético o vendrá de la cultura? ¿O quizá de la interacción entre ambas cosas? “Podemos entender las ideas y mirarlas científicamente porque tenemos esta posibilidad de sistematizar y de clasificar, buscar grupos, buscar diferencias, buscar semejanzas. En principio, nada está vedado a esa sistematización, incluyendo lo que hacemos, y dentro de lo que hacemos está lo que se nos ocurre, las ideas”, dice Golombek.

El libro es parte de la colección Ciencia que ladra, que él mismo dirige y en la que ya cuenta con diez libros de su autoría publicados. La colección se destaca por la conversión de textos científicos en libros de divulgación que apelan a recursos literarios como la analogía y metáfora, y llenos de ejemplos, anécdotas curiosas y humor. El objetivo es llevar la ciencia a un público amplio, a toda persona interesada en el mundo de la ciencia que no necesariamente tiene una formación científica.

A diferencia de sus trabajos anteriores, esta obra, rica en referencias a otros autores y a ejemplos de los campos más variados de las ideas, se cocinó a fuego lento. Al científico le tomó diez años de investigación, anotaciones y lecturas que condensó en siete capítulos en los que habla de neurociencia, enfermedades mentales y creatividad química, de genios creativos, del trabajo y de la disrupción, de la convergencia y la divergencia. Y claro, el que quiera consejos también va a encontrar un “kit de emergencia” para tener buenas ideas. “Hace mucho que quería contar esto, pero en el medio fueron apareciendo otros libros. Explicar la ciencia cotidiana es lo que me ha llevado a indagar en el sexo, la religión y hasta en cómo se hace un asado. La ciencia nos demuestra que las ideas son cotidianas y de todos, no solo de los grandes creativos. Escuchar al cerebro trae, a veces, voces inauditas”, dice Golombek, investigador del Conicet.

Si hiciéramos un spoiler del libro completo, el resumen sería que la “receta” para generar ideas es trabajo, trabajo, trabajo, disrupción, trabajo. Sin el trabajo previo no “se te caen” ideas y la disrupción ayuda a que se generen asociaciones entre distintas áreas del cerebro y distintos pensamientos Así, surge algo nuevo sobre la base de barajar esos conceptos que están dando vueltas. “Alguien podría decir que tal o cual idea se lo ocurrió sin que la hubiera trabajado mucho, y yo lo cuestionaría. Si vos tuviste un sueño, una conversación fortuita, un pensamiento en el momento de irte a dormir, en el colectivo o mientras te bañabas, algo que decís ‘esto está buenísimo’, no me cabe ninguna duda de que viene del trabajo previo, un trabajo tanto consciente como inconsciente, de una obsesión, de una pasión por encontrar una cierta solución. Si hacés un rastreo de dónde viene ese momento que te parece que es Eureka, seguro viene el trabajo previo, consciente e inconsciente”, asevera el autor.

Cuando Golombek habla de disrupción se refiere al corte en la persecución de la idea, al silencio, al aburrimiento, a meditar, a pensar rápido y luego despacio, a cambiar el camino que elegimos para llegar a la oficina, a ir contra el reloj, entre otros ejemplos; a tiempos distintos en los que dejamos de pensar en nuestra idea.

Golombek se mete también con uno de los mantras actuales de las instituciones pospandemia, el que dice que “desaprender” las ideas y convicciones se hace vital para poder transitar tiempos nuevos con altos niveles de incertidumbre. El autor explica que este concepto relativamente nuevo empieza a tener cierta evidencia empírica en los últimos diez años. Aquí, hace la distinción entre desaprender y olvidar. “Olvidar es un fenómeno que tiene que ver con la memoria. No conocemos del todo cómo funciona la memoria ni su falta, pero estamos en camino y hay investigaciones fascinantes al respecto. No sabemos si algo se olvida para siempre una vez consolidado o si queda en el inconsciente y lo que sucede es que cuesta mucho más recuperarlo”, dice. El desaprendizaje, en cambio, es un proceso activo: no te olvidás, decidís, de alguna manera, hacer lugar para lo nuevo, modificar hábitos con el fin de llegar a un hábito nuevo. Esos hábitos pueden ser físicos o mentales, inclusive cuestiones morales capaces de modificar tu marco respecto de lo que está bien o qué está mal. “Un ejemplo es el de Hannah Arendt, cuando llega al concepto de la “banalidad del mal” después de asistir al juicio a Eichmann en Israel. Ella cambia completamente sus esquemas morales, todo lo aprendido sobre lo que consideraba lo malo y lo bueno, y le da lugar a un nueva alternativa en la que el mal puede tener un matiz”, explica Golombek. Señala que este proceso de aprendizaje es algo de todos los días. “Lo que está haciendo la ciencia es tratar de sistematizarlo y entender de qué se trata, hacer lugar para modificar un poco lo viejo y no olvidarlo”.

Muchas de las grandes ideas de la humanidad son corales y el libro también analiza el poder de la ideas colaborativas o grupales. Sin ir más lejos, la ciencia nace, en cierta manera, como una inquietud individual, y recién a mediados del siglo XX se vio que esto no era necesariamente así. “Y no solo cuanta más gente estuviera involucrada, sino cuanta más gente diferente estuviera involucrada, las consecuencias de esa investigación iban a ser mucho más profundas. El impacto del trabajo científico crece cuanto más interdisciplinario es el proceso y esto lo podés extrapolar a cualquier disciplina. Mirá la naturaleza, cómo trabaja en equipo. Las suricatas de Temaiken, que chillan al mismo tiempo para que su mamá les preste atención, o los espermatozoides que nadan en equipo. El trabajo en equipo es motor de la innovación y de las mejores ideas”, afirma.

Golombek dedica un capítulo a indagar en las ideas de grandes creadores como Picasso, Freud, Einstein, Stravinsky, Mozart y otros fuera de serie. Aquí rescata el libro Mentes creativas, de Howard Gardner, donde se delinean algunos rasgos comunes: prolíficos, de inteligencias múltiples, “niños eternos”, comportamientos sádicos, problemas familiares y algún atisbo de egoísmo pueden encontrarse en muchos de estos genios. Para que el libro funcione como un motor creativo, siguiendo la propuesta del autor, hay que tomarlo y leer, leer, leer, luego apartarnos de él y confiar que el tiempo hará su trabajo. Como dice el personaje de Don Draper en Mad Men: “Solo piensa en eso profundamente, luego olvídalo y una idea te saltará a la cara”.

 

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